DESK SET. 1957. 103´. Color.
Dirección: Stanley Kramer; Guión: Phoebe Ephron y Henry Ephron, basado en la obra teatral de William Marchant; Dirección de fotografía: Leon Shamroy; Montaje: Robert Simpson; Música: Cyril J. Mockridge; Dirección artística: Maurice Ransford y Lyle R. Wheeler; Producción: Henry Ephron, para 20th Century Fox (EE.UU.).
Intérpretes: Spencer Tracy (Richard Sumner); Katharine Hepburn (Bunny Watson); Gig Young (Mike Cutler); Joan Blondell (Peg); Dina Merrill (Sylvia); Sue Randall (Ruthie); Neva Patterson (Miss Warriner); Harry Ellerbe (Smithers); Nicholas Joy, Diane Jergens, Merry Anders, Ida Moore.
Sinopsis: Un ingeniero llega a una empresa para implantar una nueva tecnología computacional. Las empleadas piensan que esa máquina hará que la empresa prescinda de ellas.
Veterano de la época muda, Walter Lang venía de obtener el mayor éxito de su carrera, con El rey y yo, cuando recibió el encargo de realizar la adaptación cinmetográfica de una exitosa obra teatral de William Marchant perteneciente a un género, la comedia, al que Lang se había dedicado en abundancia a lo largo de su longeva trayectoria como director. La película volvió a reunir a una de las parejas más icónicas de Hollywood, la que formaban Spencer Tracy y Katharine Hepburn, y pese a no estar considerada una de las mejores obras conjuntas del dúo, lo cierto es que se trata de una notable comedia que aborda, en tono amable, un conflicto tan universal como la sustitución del ser humano por las máquinas en el mundo del trabajo.
En cierto sentido, Su otra esposa puede considerarse un precedente, menor pero en absoluto desdeñable, de esa obra maestra llamada El apartamento. El conflicto sentimental planteado en ambas películas, el de una empleada enamorada de su jefe, que la ve únicamente como un pasatiempo, es casi idéntico, si bien la visión del mundo del trabajo en grandes oficinas ofrecida por Billy Wilder e I.A.L. Diamond era mucho más corrosiva que la que plantea la obra que nos ocupa, en la que las trabajadoras del departamento de Consultas de una gran corporación viven un día a día más bien distendido, hasta que aparece un escena un veterano ingeniero que trae el encargo de implantar un sistema de computación que amenaza con hacer prescindible la tarea que, con amabilidad y eficacia, desarrollan la locuaz y dicharachera Bunny Watson y las tres trabajadoras a su cargo, todas ellas mujeres jóvenes. Lejos del estereotipo habitual en este tipo de personajes, y también de la realidad, el ingeniero Richard Sumner es un tipo afable, que se convierte en cómplice de la curiosa rutina laboral del departamento y pronto siente afecto hacia Bunny, una mujer que dirige a sus empleadas con mano de seda, genera buen ambiente a su alrededor y sólo sufre a causa del desdén con que la trata el hombre a quien ama, que además es su superior jerárquico directo. No obstante, la verdad del cuento es que Sumner, o para ser más exactos la costosa tecnología que debe poner en funcionamiento en la empresa, constituye una amenaza para el modo de vida de las cuatro mujeres con quienes comparte entorno laboral. Se escenifica aquí, aunque de un modo simpático, un conflicto cuyos orígenes se sitúan en los albores de la sociedad industrial, y que contnúa tan vigente como entonces: si somos honestos, el sueño de los empleados por cuenta ajena es ganar mucho dinero haciendo lo menos posible, y el de quienes les contratan es el de tener robots a su servicio, es decir, criaturas que trabajen a destajo, no se quejen, no enfermen, no tengan vacaciones ni otros derechos, y estén disponibles para la producción a tiempo completo. El día a día en cada empresa es el resultado de la confrontación entre ambas utopías y la realidad, siempre tan aguafiestas, aunque repito que en Su otra esposa esta cuestión se plantea desde la amabilidad, y sólo aparece la amargura en el momento en que se instala la gigantesca computadora (toda la película puede verse también como un extenso publirreportaje de IBM), y las trabajadoras ven que es capaz de realizar en minutos tareas que a ellas les ocupan semanas. Este hecho coincide con la llegada de la Navidad, lo que acentúa la nostalgia anticipada de Bunny y sus empleadas respecto a lo que van a perder. Es fácil deducir que ambos conflictos entremezclados, el laboral y el sentimental, se resuelven de la manera más feliz posible, pero he de decir que el mérito del texto, poblado de diálogos ingeniosos, es conseguir algo no demasiado frecuente en las denominadas feel good movies: que el tránsito hacia los fuegos artificiales con los que concluye la función no resulte forzado.
Podrá decirse que Walter Lang nunca fue un director con personalidad y sello propio, y que su manera de llevar el timón de la película es impersonal, pero es que el film no necesita más de él para ser brillante. En ocasiones, lo mejor que puede hacer un director es no estropear lo que tiene, lo cual no es tan sencillo de conseguir como parece, y Lang derrocha aplicación y oficio sin pretender llamar la atención sobre sí mismo. Repite con uno de los grandes directores de fotografía dle cine clásico, Leon Shamroy, que logra que la luz artificial (la película no tiene un solo plano rodado en exteriores, llevando al extremo el respeto a sus orígenes teatrales), usualmente tan fría, se contagie de la jovialidad que desprende el relato. La escenografía se aleja también de la insipidez típica de las oficinas, pues Bunny ha hecho de su entorno laboral una extensión de su hogar y en él hay objetos decorativos, espacios diáfanos e incluso una enredadera. Otra figura mítica como el prolífico compositor Cyril J. Mockrodge se reencuentra con Walter Lang y le brinda una partitura quizá no demasiado inspirada, pero todo lo alegre que se necesita. Hay que añadir que el film, siendo fiel seguidor de los cánones de la comedia romántica, alcanza algunos de sus mejores momnentos en el descontrol, y pienso en la escena en la que la computadora se pone a hacer cosas raras, lo que desata la histeria de la rígida empleada que debe introducirle los datos, y la poco disimulada alegría de Bunny y del resto de futuras damnificadas laborales por la tecnología.
La película supuso el reencuentro cinemtográfico, un lustro después de La impetuosa, de una de las parejas con más química de la historia del cine, la formada por Spencer Tracy y Katharine Hepburn. Ambos desempeñan papeles en los que se encuentran muy cómodos, y su complicidad mutua eleva varios enteros una película que, sin ellos, sería sin duda peor. Tracy borda su personaje, un ser que desprende bonhomía, y el carisma de Hepburn le da una maravillosa réplica. Es cierto que la luz que ambos desprenden difumina la labor del resto del reparto, comenzando por el tercer vértice del triángulo amoroso que se crea, interpretado por un simplemente correcto Gig Young. Joan Blondell, una notable actriz que en los últimos tiempos se había visto relegada a la pequeña pantalla, luce en su papel de empleada más veterana, mientras que Dina Merrill, en su primera aparición cinemtográfica, demuestra tener madera para la interpretación, y Sue Randal cumple en el rol de la empleada más joven e ingenua. Destacar las apariciones de Ida Moore, que realzan el lado cómico de la película.
Su otra esposa proporciona al espectador entretenimiento de calidad, brindado por una pareja irrepetible. Allá quienes no le den a estos elementos el gran valor que tienen.