DEAD CALM. 1989. 95´. Color.
Dirección: Phillip Noyce; Guión: Terry Hayes, basado en la novela de Charles Williams; Dirección de fotografía: Dean Semler; Montaje: Richard Francis-Bruce; Música: Graeme Revell; Diseño de producción: Graham Grace Walker; Producción: Terry Hayes, Doug Mitchell y George Miller, para Kennedy Miller Productions (Australia).
Intérpretes: Nicole Kidman (Rae Ingram); Sam Neill (Capitán John Ingram); Billy Zane (Hughie Warriner); Rod Mullinar, Joshua Tilden, Lisa Collins.
Sinopsis: Una pareja emprende un largo viaje en su barco para intentar superar el trauma por la pérdida de su hijo. Su suerte cambia cuando recogen a un náufrago.
Phillip Noyce ya era un cineasta experto, aunque desconocido fuera de su país natal, Australia, cuando el éxito de Calma total le encumbró e hizo que Hollywood le reclutara. Este thriller, basado en una obra del novelista texano Charles Williams ya adaptada por Orson Welles en su inacabada The deep, mostró la capacidad de Noyce para crear tensión y fue un trampolín en toda regla para un cineasta que, sin llegar a unas cotas muy elevadas, sí ha sido capaz de dirigir algunas películas notables.
La secuencia inicial funciona como excelente tarjeta de presentación para un film al que nunca le falla el pulso. En ella, vemos un ferrocarril lleno de marineros a punto de llegar a su destino. Una vez en la estación, los soldados se despiden de su capitán antes de reunirse con los familiares que han acudido a esperarles. También él espera a su mujer y su hijo pequeño, pero no les ve. El fastidio deriva pronto en inquietud, y pronto sabemos que la catástrofe se ha cebado en esa idílica familia en forma de un accidente de tráfico que acabó con la vida del pequeño. Es muy destacable la labor del director a la hora de mostrar que la soledad del oficial en el andén es el preludio de su desgracia, expuesta en unas analepsis que son como chispazos. Después de este modélico prólogo, la película se traslada al mar, elemento del que no se moverá en el resto del metraje. El matrimonio se embarca en una travesía, sin fecha fijada de finalización, para tratar de sanar las heridas causadas por su pérdida. Durante tres semanas ni siquiera se cruzan con otros navíos y, durante ese tiempo, la esposa ha conseguido recuperar cierta presencia de ánimo. El panorama experimenta un giro radical cuando recogen a un joven, único superviviente de una goleta a la deriva. El confuso relato del náufrago levanta las sospechas del capitán, que decide utilizar el bote de remos en el que ha huido su inesperado huésped para ir hasta el barco que abandonó y averiguar qué sucedió realmente. El joven aprovecha su marcha para tomar el control de la embarcación de recreo, convirtiendo a la joven esposa en su rehén.
Si bien el desarrollo dramático del film se basa, en buena parte, en decisiones narrativas arbitrarias, lo cierto es que la película posee todo el gancho comercial que cabía esperar sabiendo que en su origen se hallan los artífices de la saga Mad Max. El conflicto se expone de forma clara y concisa, el director extrae muy buen partido del peculiar triángulo que se forma en la distancia, y no existen apenas tiempos muertos. Como espectador, celebro el modo en que se sortea el riesgo de una marcada diferencia de interés entre las dos localizaciones predominantes, que son los dos barcos: la angustiosa situación del capitán en su solitario periplo en la goleta hace que en esas escenas no decaiga la tensión, latente en las que comparten la esposa y el náufrago en el otro navío. Entre ellos se establece una especie de juego del gato y el ratón en el que la mujer debe utilizar el cerebro para librarse de un hombre contra el que no tiene nada que hacer en un enfrentamiento directo, pero que es mucho menos inteligente que ella. Los recursos que utiliza para retomar el control del barco y rescatar a su marido van desde una fingida complicidad que llega hasta el sexo, hasta un variado catálogo de distracciones para que el huésped reconvertido en tirano baje la guardia y pueda ser derrotado. En esta pugna, servida por Noyce con un destacable sentido del espectáculo en el que también se concede mucho protagonismo al mar, ya sea calmo o tempestuoso, es donde radica el encanto de un film que se erige en un meritorio ejercicio de intriga a partir de unos elementos mínimos. Lástima que un final del todo inverosímil malogre parte de las cualidades exhibidas hasta entonces.
Calma total contiene un brillante trabajo en la fotografía de Dean Semler, que ya había trabajado en las dos secuelas de Mad Max y fue pionero en el desembarco hollywoodiense que de inmediato emprenderían los principales artífices de la película. Del mismo modo, el debut de Graeme Revell en la banda sonora de un largometraje de ficción es digno de elogio, por ser un excelente complemento de la tensión que desprenden las imágenes.
Por mucho que fuera Sam Neill quien encabezara el reparto, Calma total reveló al mundo el talento de Nicole Kidman, que en su primer trabajo importante se lució en un papel que le permitió exhibir una gran variedad de registros, ya sea como esposa traumatizada, como temerosa rehén o como enérgica luchadora en pos de salvar a su familia. Si a esto unimos la gran belleza de la actriz, que por desgracia ha acabando destrozando su expresividad por culpa de las operaciones estéticas, resulta evidente que la película significó el advenimiento de una gran estrella. Neill, ya muy bregado en las pantallas, resuelve bien un papel que, por la contención emocional y el aislamiento que vive su personaje durante buena parte de la película, le otorga menos opciones para el lucimiento que a su compañera. El vértice más débil del triángulo es el malvado de la función, un Billy Zane al que ese papel de joven seductor desquiciado le viene un poco grande.
Thriller que por momentos se acerca a la excelencia, y que al final lo hace al despropósito, Calma total da todo el entretenimiento que promete e hizo lo que tantas películas buscan y no muchas consiguen: presentar a una estrella.