ROAD GAMES. 1981. 98´. Color.
Dirección: Richard Franklin; Guión: Everett De Roche, basado en un argumento de Richard Franklin y Everett De Roche; Director de fotografía: Vincent Monton; Montaje: Edward McQueen-Mason; Música: Brian May; Diseño de producción: Jon Dowding; Producción: Richard Franklin, para Essaness Pictures-Quest Productions (Australia).
Intérpretes: Stacy Keach (Pat Quid); Jamie Lee Curtis (Pamela, la autoestopista); Marion Edward (Frita); Grant Page (Conductor de la furgoneta verde); Thaddeus Smith, Stephen Millichamp, Alan Hopgood, John Murphy, Bill Stacey, Robert Thompson.
Sinopsis: Un camionero, que transporta un cargamento de carne, sospecha que el conductor de una furgoneta que se cruza en su camino puede ser el asesino de autoestopistas que la policía anda buscando.
El australiano Richard Franklin había llamado la atención de los aficionados al cine fantástico con su tercer largometraje, Patrick, coescrito con Everett De Roche. La colaboración entre ambos se extendió al siguiente proyecto, que tiene su origen en una reintepretación de uno de las obras más míticas e imitadas de Alfred Hitchcock, La ventana indiscreta. No es que Carretera mortal alcance los niveles de calidad de su ilustre referente, pero esta mezcla entre los films sobre asesinos en serie, la comedia y las películas de carretera se erige como una interesante cinta de serie B, que desde su estreno tuvo muchos adeptos y que en los últimos años ha visto renacer el interés que despierta gracias a la reivindicación que de ella ha hecho Quentin Tarantino.
Las grandes extensiones de terrenos semidesérticas de Australia dan mucho juego en el cine. En esta ocasión, quien las recorre es Pat Quid, un camionero estadounidense que viaja acompañado de un perro y que, después de una maratoniana jornada en la carretera, decide alojarse en el único motel existente en muchos kilómetros a la redonda. En el aparcamiento, y después de negarse a acudir a un nuevo destino, Pat se fija en una furgoneta verde, cuyo conductor le birla la única habitación disponible, que alquila en compañía de una autoestopista a la que Quid rehusó recoger. En vista del fracaso, el camionero decide pasar la noche en su vehículo, y al despertar repara en que las bolsas de basura almacenadas en la puerta del hotel llaman poderosamente la atención de su perro, a la vez que capta cómo el hombre de la furgoneta observa con atención el proceso de recogida de los desechos por parte de los trabajadores de la limpieza. Como la chica no aparece (en este punto, el espectador sabe bastante más que el protagonista), Pat empieza a fantasear con la idea de que el conductor de la furgoneta ha asesinado a la joven y depositado sus restos en las bolsas que acaba de llevarse el camión de la basura, dándose la circunstancia de que en tiempos recientes se han cometido otros crímenes similares sin que la policía haya dado con el culpable. Dado que debe dirigirse a Perth con un cargamento de carne, el camionero no tiene mucho tiempo para divagaciones, pero el azar hará que se reencuentre con el sospechoso a lo largo de su ruta, aunque sus pesquisas sobre el asunto no le lleven más que a alimentar los recelos de los escasos, pero muy variopintos, lugareños que halla a su paso.
No son pocas las carencias del guión de Carretera mortal, pues su desarrollo se basa en coordenadas poco verosímiles, pero la película tiene gracia y el espíritu de Alfred Hitchcock no fue invocado en vano. Para soslayar el previsible tedio que podría surgir de la narración de una experiencia tan solitaria como un largo viaje a través de carreteras en las que es fácil no coincidir con otro ser humano durante decenas de kilómetros, Franklin y De Roche utilizan el mismo recurso que hiciera servir Billy Wilder al filmar la travesía transoceánica de Charles Lindbergh: el monólogo, que en este caso se surve del perro como coartada/interlocutor. A través de él, Pat revela su peculiar temperamento y divaga en voz alta en un híbrido de ingenio y absurdo que, además de mostrar los procesos mentales del camionero (y de dejar alguna pista falsa respecto a su implicación en los crímenes, dicho sea de paso), cumple con su cometido principal, que no es otro que amenizar al espectador en lo que, de otro modo, podrían ser soporíferos tiempos muertos entre las escenas que desarrollan la intriga y el clímax que supone su resolución, en la que tiene mucho que ver una autoestopista de familia adinerada a quien Pat, contraviniendo su habitual política al respecto, recoge en mitad de la nada la tercera vez que se la encuentra. Franklin crea un producto entretenido, en el que el ritmo apenas decae y el interés de lo que sucede diluye las incoherencias narrativas. Vincent Monton, que se reencontró con Franklin después del paréntesis de Patrick, capta la torridez de los desiertos australianos y sobresale en una de las escenas más flojas, en la que Pat y la autoestopista charlan a la luz del fuego. Buena nota para la música de Brian May, tan efectiva y cargada de tensión (su trabajo realza un clímax nocturno en el que la película alcanza cotas notables) como la banda sonora que poco antes le había colocado en el mapa internacional: Mad Max.
La entrada de capital estadounidense en la producción motivó la presencia de dos actores de esa nacionalidad al frente del reparto. Stacy Keach no es John Gielgud, pero está muy acertado en la piel de este James Stewart camionero, un personaje exento de glamnour pero no de carisma. El rostro, entre enérgico, cínico y alucinado, de Keach da credibilidad a unos monólogos que él recita con buen estilo. La intervención de Jamie Lee Curtis, presencia frecuente en el cine de terror de la época gracias al bombazo que fue La noche de Halloween, es mucho más episódica, pero su papel, al que incorporó elementos de sí misma. es clave para la película y su trabajo acredita que heredó algo más que dinero y apellidos ilustres. En lo el film no sigue los mandamientos hitchcockianos es en aquello de que cuanto más interesante es el malo, mejor es la película, porque Grant Page, más conocido por su faceta de especialista, brinda una interpretacióin más tópica que certera. Por su parte, la televisiva Marion Edward se muestra inspirada en un rol que da pie a que el conjunto no decaiga al ofrecer su tono más distendido y cercano a la comedia.
Entretenida, divertida y sin pretensiones, Carretera mortal se ve con agrado, y acaba por dar más de lo que promete.