LE CHANT DU STYRÈNE. 1958. 13´. Color.
Dirección: Alain Resnais; Guión: Raymond Queneau; Dirección de fotografía: Sacha Vierny; Montaje: Claudine Merlin y Alain Resnais; Música: Pierre Barbaud; Producción: Pierre Braunberger, para Les Films de la Pléiade- Péchiney (Francia).
Intérpretes: Pierre Dux (Narrador).
Sinopsis:Análisis del proceso de producción de los plásticos.
Antes de cautivar a gran parte de la cinefilia con un debut cinematográfico que no me entusiasma, Hiroshima mon amour, Alain Resnais dirigió un buen número de documentales, la mayoría de ellos centrados en el mundo del arte. De una naturaleza a priori muy distinta es El canto del estireno, encargo realizado por un magnate de la industria de los plásticos sobre el que el espigado director francés articuló un relato que tiene muy poco que ver con el publirreportaje, y sí sobre las virtudes de la libertad de creación, pues bien podría discutirse si estamos ante un documental al uso. Del mismo modo que hay espíritus libres (pocos quedan ya), hay películas libres. El canto del estireno es una de ellas.
Ya desde los primeros fotogramas observamos que el objetivo de Resnais es doble: dar forma poética a algo tan prosaico en apariencia como la actividad de una factoría de plásticos, y esbozar una crítica de la sociedad industrial moderna que recoge el testigo del Charles Chaplin de Tiempos modernos. El trabajo del director es de tal calibre que el visionado de los 13 minutos de metraje se convierte en una experiencia gozosa, por la loable forma de unir belleza visual y carga irónica. Bien han señalado algunos especialistas que el prólogo del film replica los trabajos más experimentales de Walter Ruttmann, con imágenes geométricas de distintos objetos de plástico que imitan paisajes naturales, pero con una jovialidad que las distancia del cineasta alemán. Con la ayuda de la notable partitura musical de Pierre Barbaud, Resnais coreografía sus imágenes de manera que casi nos hallemos ante una versión plástica, en todo el sentido del término, de La consagración de la primavera. Pero de lo que se trata es de explicar el proceso de producción de unos objetos que encontramos en todos los hogares; en este punto, el método del director consiste en narrar la historia en sentido inverso: primero nos muestra el objeto, un bol como los que cualquiera guarda en los armarios de su cocina, y poco a poco va desgranando la manera de obtenerlo a partir de los diversos materiales que lo conforman y del origen de los mismos. En este punto asoma un discurso más serio, a la par que muy actual, pues el espectador no puede ser extraño al enorme caudal de recursos necesarios para fabricar un utensilio cualquiera, lo que dice mucho de la sociedad industrial y del modo en que vivimos. La denuncia del hecho de habernos convertido en un mundo de plástico (y de la insignificancia de los obreros, que también se muestra) no está reñida con la travesura, como lo corrobora que la narración, por lo común solemne e imperativa, de los publirreportajes, se transforme en un recitado en versos alejandrinos que ilustra el proceso productivo que se nos exhibe en la pantalla.
El excelso cromatismo que emana del Eastmancolor complementa un trabajo que ensalza el valor del arte, por la capacidad de quienes crearon la película de crear una propuesta de gran valor estético y literario sobre lo que en teoría era un largo anuncio sobre la actividad de una fábrica de plásticos. Es difícil concebir que de algo tan plomizo en apariencia surgiera una pequeña joya artística de este calibre, pero ahí está El canto del estireno para sorprender hoy, del mismo modo que cuando se estrenó.