DER STADSTSTREICHER. 1966. 11´. B/N.
Dirección: Rainer Werner Fassbinder; Guión: Rainer Werner Fassbinder; Dirección de fotografía: Josef Jung; Montaje: Rainer Werner Fassbinder y Michael Fengler; Producción: Christoph Roser, para Roser Film (República Federal de Alemania).
Intérpretes: Christoph Roser (Vagabundo); Susanne Schimkus, Michael Fengler, Thomas Fengler.
Sinopsis: Un vagabundo encuentra una pistola en su deambular por las calles.
El primer trabajo cinematográfico del director bávaro Rainer Werner Fassbinder, estandarte del Nuevo Cine Alemán y ya dueño de un importante bagaje teatral, fue El vagabundo, cortometraje que ya anticipaba el interés de Fasbinder hacia los personajes que se sitúan en los márgenes de la sociedad. Ni se trató de un debut excesivamente impactante, ni nos hallamos frente a un trabajo soberbio, pero sí estamos ante un ejercicio de estilo no sólo apto para completistas, sino también interesante para cinéfilos curiosos.
Algo que me llama la atención del retrato que el cine alemán hizo de las grandes urbes del país durante la posguerra es su fealdad, el absoluto predominio de lo gris y lo anodino. El vagabundo no es, ni por asomo, una excepción, pues su propuesta estética acentúa la frialdad de un entorno que se adivina inhóspito, en este caso perteneciente a la capital de Baviera. Allí, después de algunos planos que ubican geográficamente la narración, conocemos al protagonista, un indigente de ropa elegante, pero raída, que carga con un maletín y apura el contenido de una botella de vino antes de echarse a andar por la ciudad. En su deambular, encuentra una pistola sobre la acera, y desde ese momento se enfrenta a un reguero de situaciones unidas por un nexo común: el absurdo. Ese hombre atropellado por la vida no se plantea utilizar el arma contra nadie que no sea él mismo, pero cuando la deposita en una papelera para vencer la tentación, una mujer se la vuelve a entregar, en un irónico alarde de buena educación. La posesión del instrumento mortífero también llama la atención de dos hombres que siguen a distancia al vagabundo, que también es un tipo de actitud cortés y, en el único diálogo de la película, llama al timbre de un piso para que la inquilina le autorice a suicidarse en su baño.
El vagabundo es un trabajo artesanal, en cuyo desarrollo narrativo no es difícil ver algunos titubeos, típicos en una obra primeriza. Bajo la capa del experimento se adivina la presencia de un cineasta con personalidad, que todavía busca su estilo pero parece tener muy claras las claves de su obra, ya sea a nivel visual (estética realista, austeridad compositiva) o discursivo, con atención a los avatares de quienes han descarrilado de la locomotora que es la sociedad burguesa. Con un elenco técnico y artístico formado más por amigos y conocidos que por verdaderos profesionales, Fassbinder articula un relato que navega entre la crítica social y el gusto por lo grotesco, en el que al principal protagonista, Christoph Roser, le basta con adoptar una expresión entre derrotada y absorta para dar con el tono que el director desea.
Interesante, pero con muchas cosas por pulir, El vagabundo supuso la irrupción de uno de los escasos cineastas relevantes que han surgido en Alemania desde el final de la República de Weimar hasta nuestos días.