THE BUTCHER BOY. 1917. 27´. B/N.
Dirección: Roscoe Fatty Arbuckle; Guión: Roscoe Fatty Arbuckle y Joseph Anthony Roach; Director de fotografía: Frank D. Williams; Montaje: Herbert Warren; Producción: Joseph M. Schenk, para Comique Film Company-Paramount Pictures (EE.UU).
Intérpretes: Roscoe Fatty Arbuckle (Fatty); Buster Keaton (Buster); Al St. John (Alum); Josephine Stevens (Almondine); Arthur Earle (Dueño de la tienda); Joe Bordeau, Charles Dudley, Alice Lake, Agnes Neilson.
Sinopsis: Fatty trabaja en la carnicería de una tienda y mantiene un noviazgo con una joven empleada, lo que despierta los celos del dependiente.
El hoy olvidado Roscoe Fatty Arbuckle fue uno de los grandes cómicos de la era de los pioneros del cine. En la época en la que se estrenó Fatty carnicero, el orondo actor nacido en Kansas ya era una rutilante estrella del celuloide, amada por el público, que había dirigido docenas de cortometrajes en los que, siguiendo la estela de Charles Chaplin, se sentaron las bases de la comedia cinematográfica. Fatty carnicero quizá no sea uno de los trabajos más excelsos de Arbuckle, pero sí contiene escenas muy divertidas y es recordado por haber supuesto la primera aparición en la pantalla de un cómico excepcional llamado Buster Keaton.
El esquema narrativo es simple y eficaz, aunque carente del punto de genialidad que Chaplin tantas veces logró imprimir a sus cortos primerizos. Existen dos tramas: la humorística, marcada por el despliegue físico de los personajes y las situaciones desmadradas en las que estos se ven envueltos, y la romántica. Fatty es un carnicero, cuya habilidad con los cuchillos es todo un espectáculo, que trabaja en una tienda propiedad de un tipo de actitudes mezquinas. Su día a día en ese comercio se ve endulzado por el hecho de compartir espacio laboral con su prometida, hecho que saca de quicio a uno de los dependientes del colmado, fallido pretendiente de la susodicha. El conflicto entre ambos individuos termina por provocar una auténtica batalla campal en la tienda, gracias también a la intervención de un taciturno cliente de escasos recursos económicos, y el episodio concluye con la bastante forzosa reclusión de la joven empleada en un internado de señoritas. Hasta allí irá Fatty, convenientemente travestido, para no separarse de su amada.
Como tantas películas de esa y de todas las épocas, Fatty carnicero se ve lastrada por una trama romántica más bien bobalicona y cargada de clichés. Por contra, las escenas puramente cómicas, en especial la de la zapatiesta en la tienda, son muy divertidas, están rodadas con un envidiable sentido del ritmo y funcionan con notable precisión a pesar de unas limitaciones técnicas que el talento de Arbuckle logra sublimar. El frenético tren de rodaje de los cómicos de la primera época de Hollywood quizá impedía que sus productos poseyeran un extra de calidad que les alejara del mero divertimento para consumo inmediato de las masas, pero por otra parte les proporcionaba un dominio enciclopédico de su oficio en tiempo récord, y con él una habilidad para la construcción de gags visuales que cuesta encontrar en el cine sonoro. La coreografía del pique entre pretendientes que degenera en riña multitudinaria, con aluvión de sacos de harina volando de una punta a otra de la tienda, parece difícil de superar, en especial si tenemos en cuenta que se realizan frente a una cámara inmóvil. Como se ha señalado, los interludios románticos son más bien un bajón, pero delante y detrás de las cámaras nos encontramos con un cómico de categoría, y muy bien acompañado.
Fatty Arbuckle construyó un personaje en el que la gordura no era el pretexto para provocar la risa fácil del público, sino una condición más que no le impedía emular, en agilidad física y carisma en pantalla, a cualquier otro cómico de proporciones más académicas. Aquí, una vez más, se explota un carácter archiconocido y adorado por el público sin caer en experimentos, pero por entonces los esquemas cinematográficos de Fatty funcionaban como un mecamismo de precisión, y sus dotes interpretativas le hacían muy capaz de lucirse en productos hechos a su medida, como el que nos ocupa. Al St. John, otro pionero que tenía una amplia experiencia trabajando para Chaplin y que, con el tiempo, terminó especializándose en el western, da vida a un pretendiente despechado quizá un tanto simplón, pero a la altura de las circunstancias en sus encontronazos directos con Fatty. Josephine Stevens, actriz de brevísima carrera, cumple en un papel que se pliega en todo a los tópicos de los roles femeninos en esa clase de películas, y Buster Keaton aparece por allí, roba la mejor escena de la película (lo que se puede hacer con un sombrero y un poco de melaza), mostrando todas las características que poco después le convertirían en una superestrella, y sale de allí como si nada y sin mover un solo músculo de su rostro.
No es excepcional, pero hace reír, que es el principal propósito de la película, y presenta en sociedad a Buster Keaton. No son escasos argumentos para verla.