Desde el pasado mes de octubre, el Palau Martorell acoge una exposición dedicada a Marc Chagall que ayer tuve ocasión de contemplar. En ese espacio cultural, que muestra vigor en los últimos tiempos y se halla en un rincón de Barcelona con frecuencia noticia por cuestiones mucho menos edificantes, quienes lo deseen tienen hasta el mes próximo para darse un paseo por la obra de un hombre que vivió muchas vidas en una sola, y que por sí mismo abarca un buen número de las corrientes pictóricas más relevantes del siglo XX. Judío ruso forzado a emigrar en distintas ocasiones a causa de la sempiterna persecución sufrida por su pueblo, Chagall no fue ajeno a las penalidades inherentes a su itinerante existencia, pero construyó un universo artístico luminoso, lírico y colorista a través del que trascendió su circunstancia. La exposición barcelonesa, comisariada por Lola Durán-Úcar, se divide en siete secciones e incluye más de 150 obras, en las que sobresalen tres grandes grupos: las litografías dedicadas al éxodo del pueblo judío, fechadas en 1966, los aguafuertes que interpretan las fábulas de La Fontaine, y los lienzos en los que el pintor rememora su infancia en Vitebsk, una población rusa que, a principios del siglo pasado, albergaba una extensa colonia judía, y un exilio parisino que terminó siendo, además de muy provechoso en lo artístico, feliz en lo personal hasta que la barbarie bazi forzó al pintor a huir a los Estados Unidos. Quienes visiten la exposición podrán contemplar unas obras luminosas, que justifican la consideración de Chagall como un gran artista del color, en las que apenas se trasluce la pena interior que debió de sentir alguien que, sin duda, padeció los males de una época convulsa que acabó generando una destrucción nunca antes vista. Cada cual tendrá sus preferencias: las mías se decantan por los cuadros en los que Chagall rememora la infancia añorada, y su interpretación de la obra del gran fabulista francés. En suma, una cita cultural del todo recomendable.
Señalar, por último, que la planta baja del Palau Martorell alberga otra exposición interesante, la del escultor italiano Matteo Pugliese, de quien se exhiben obras correspondientes a dos series: los Guardianes, reproducciones de guerreros de diferentes etnias, y Ànimes, un conjunto de figuras de apariencia atormentada cuya estructura se funde con la pared que las alberga. En esta serie se incluyen algunas esculturas realmente magníficas, como la denominada Silencio, y por ello extiendo mi recomendación: quienes vayan hasta el museo de la calle Ample, harían bien en bajar a su sótano.