THE LEAGUE OF GENTLEMEN. 1960. 112´. B/N.
Dirección: Basil Dearden; Guión: Bryan Forbes, basado en la novela de John Boland; Director de fotografía: Arthur Ibbetson; Montaje: John D. Guthridge; Música: Philip Green; Dirección artística: Peter Proud; Producción: Michael Relph, para Allied Film Makers (Reino Unido).
Intérpretes: Jack Hawkins (Coronel Hyde); Nigel Patrick (Race); Roger Livesey (Mycroft); Richard Attenborough (Lexy); Bryan Forbes (Porthill); Kieron Moore (Stevens); Terence Alexander (Rupert); Norman Bird (Weaver); Robert Coote (Bunny Warren); Melissa Stribling, Nanette Newman, Lydia Sherwood, Doris Hare, David Lodge, Patrick Wymark, Oliver Reed.
Sinopsis: Un coronel reirado contra su voluntad recluta a otros antiguos soldados para perpetrar el atraco a un banco.
Si bien la fama que precede a Basil Dearden es la que le sitúa como uno de los directores británicos más importantes del período que transcurre entre la Segunda Guerra Mundial y el surgimiento del free cinema, lo cierto es que varias de las mejores películas de este competente cineasta se rodaron cuando ya estaba en danza esa corriente que revolucionó la cinematografía de las islas. Prueba de ello es Objetivo: Banco de Inglaterra, adaptación de una novela de John Boland que aborda uno de los subgéneros de moda en la época, el de los atracos perfectos. Situándose a medio camino entre las obras canónicas en la materia y aquellas que la revisan en clave de comedia, el film tuvo una buena acogida en su momento, ha influido a diversas cintas posteriores y se benefició del trabajo de un elenco de intérpretes que fue premiado en el festival de San Sebastián.
Objetivo: Banco de Inglaterra tiene una de sus mejores bazas en su sólido guión, escrito por un Bryan Forbes que también formó parte del plantel de actores. El esquema es claro: un prólogo cuyo propósito es la presentación de los personajes, un núcleo que ilustra la preparación del robo, un clímax que recrea su ejecución y un epílogo que recuerda, como lo hacía una legendaria película estrenada meses antes, que nadie es perfecto. Más allá de que la duración de ese tramo central sea excesiva, pocos peros pueden ponerse a una obra que funciona como un mecanismo preciso y posee buenas dosis de ironía. El cerebro de una operación concebida como un ataque relámpago de un comando del ejército es Norman Hyde, un coronel obligado a jubilarse que vive solo y canaliza el resentimiento que le produce su actual ostracismo, después de una vida de servicios a su patria, urdiendo un atraco que le convertirá en millonario. Para que tamaña empresa sea exitosa, Hyde necesita la participación de expertos en el manejo de armas y explosivos, entre otras habilidades, y para ello reúne a un grupo de antiguos combatientes cuyo nexo común es una fallida readaptación a la vida civil, materializada en problemas con la justicia y/o dificultades económicas rayanas en lo insalvable. Como los elegidos no se conocen entre sí, Hyde les cita en un restaurante, donde les comunica su plan y se asegura su colaboración enumerando el historial delictivo de sus nuevos subordinados. A partir de ahí, la tarea consiste en preparar el golpe de manera que todo se desarrolle de acuerdo a lo planificado.
En buena parte del film hay una oscilación entre la comedia y el drama. Hyde se nos presenta como un ser resuelto y metódico, pero en la presentación de sus futuros compinches prima la ironía. El papel de las mujeres es ambivalente, pues apenas supera lo residual en cuanto a su presencia en pantalla, pero su influjo es decisivo para los hombres: unos, como el mayor Race, ven en el atraco el medio para darle a su pareja, de la que sigue muy enamorado, la vida que jamás tendrá mientras siga haciendo lo correcto; para otros, la lluvia de libras esterlinas que esperan obtener con el robo es la forma de librarse de relaciones que les resultan humillantes, como en los casos de Rupert y Porthill; Lexy, un seductor, sabe que la prosperidad económica le permitirá expandir su territorio de conquistas y, en cuanto a Hyde, su punto de vista en este campo lo resume la frase que, en referencia a su ex-esposa, le regala a Race, su mano derecha: «Me apena decir que esa puta está muy sana». El atraco es, para todos ellos, el golpe de suerte con el que todos soñamos, y que para ellos es perentorio dadas sus dificultades financieras y, para algunos, las elevadas posibilidades de dar de todas formas con sus huesos en la cárcel. La secuencia del restaurante plantea todo eso de forma magistral, aunque el modo de incidir en ello en otras posteriores llegue a ser redundante. Cabe destacar el cambio de registro que se produce en la ejecución del robo: Dearden, buen conocedor del género policial, y también del bélico, adopta un tono más seco, y un film en el que los diálogos constituían hasta entonces un aspecto fundamental, ve cómo simplemente dejan de existir en la secuencia clave. El epílogo recupera el espíritu de lo anterior, colaborando mucho en ello la aparición de un antiguo compañero de armas de Hyde que interrumpe la celebración de los atracadores. Su asalto al banco está narrado del mismo modo en el que el coronel lo concibió: como la rápida y coordinada ofensiva de un comando militar. Planos más cortos, montaje sincopado y música de aire castrense (notable trabajo de Philip Green en este terreno) ilustran este segmento en el que también desaparece cualquier apunte cómico. Es de alabar el trabajo de Arthur Ibbetson, pues en el plan de asalto tiene una gran importancia el gas, y el reto, en consecuencia, es iluminar escenas capitales basadas, precisamente, en la ausencia de visibilidad. Con el paréntesis, eso sí, de los planos en los que acontece la acción que marcará el desenlace.
El apartado interpretativo es un triunfo para Objetivo: Banco de Inglaterra. Jack Hawkins, ya enfermo de cáncer, borda el papel de militar de alta graduación resentido con quienes le han dado la espalda como a un traje pasado de moda. Para ello, utiliza en beneficio propio todo lo aprendido en el campo de batalla, y vive sus ansias de revancha de un modo muy flemático. Nigel Patrick está a la altura de Hawkins en las numerosas escenas que ambos comparten, y deja muestras de su gran calidad como actor. El talentoso Roger Livesey, siempre asociado en la gran pantalla a los films de Powell y Pressburger, da vida con su habitual maestría a un hombre que, más allá de su porte aristocrático, fuera del ejército no es más que un delincuente de poca monta. Richard Attenborough, lejos todavía de su salto a la dirección, convence con un personaje quizá más entroncado con el pícaro latino que con lo puramente inglés, mientras que Bryan Forbes, él sí a punto de iniciar su remarcable trayectoria al otro lado de la cámara, proporciona el aire más juvenil al grupo de atracadores, cuyo nivel general es muy alto. Divertida aparición de Robert Coote, que otorga el punto de comedia al epílogo, y a mencionar la presencia de un casi primerizo Oliver Reed en el papel de un joven afeminado.
Objetivo: Banco de Inglaterra no alcanza las cotas de clásicos como Atraco perfecto o Rififí, pero no deja de ser una muy buena película que reúne a muchos talentos del cine británico.