TELEFON. 1977. 99´. Color.
Dirección: Don Siegel; Guión: Peter Hyams y Stirling Silliphant, basado en la novela de Walter Wager; Dirección de fotografía: Michael Butler; Montaje: Douglas Stewart; Música: Lalo Schifrin; Diseño de producción: Ted Haworth; Dirección artística: William F. O´Brien; Producción: James B. Harris, para Metro Goldwyn Mayer (EE.UU.).
Intérpretes: Charles Bronson (Mayor Grigori Borzov); Lee Remick (Barbara); Donald Pleasence (Nikolai Dalchimski); Tyne Daly (Dorothy Putterman); Alan Badel (Coronel Malchenko); Sheree North (Marie Wills); Patrick Magee (General Strelski); Frank Marth, Helen Page Camp, Roy Jenson, Jacqueline Scott.
Sinopsis: Un oficial del espionaje soviético es enviado a los Estados Unidos para neutralizar a un colega radicalizado que ha ido a activar a un grupo de agentes durmientes.
Don Siegel, que según confesión propia rodó la mayor parte de sus películas por dinero, y que de acuerdo al parecer de la crítica más sesuda jamás firmó una obra maestra, posee, o al menos ese es mi criterio, una docena de películas que deben figurar en cualquier colección que se precie. No es que Teléfono figure entre sus obras más conocidas o exitosas, pero un servidor opina que merece formar parte de esa lista, por ser un entretenido film de espionaje, con la Guerra Fría como telón de fondo, que cuenta con un guión muy reivindicable y está dirigido con la solvencia que también en las postrimerías de su carrera acompañó a Siegel.
Teléfono adapta una novela de Walter Wager, autor versado en la política-ficción. Con mayor o menor fundamento, muchas veces se responsabilizó a Don Siegel de dirigir películas reaccionarias, o cuanto menos ideológicamente inclinadas hacia la derecha, pero no es el caso de la que nos ocupa. Se nota que se enmarca en la etapa presidencial de Jimmy Carter, en la que la resaca post-Watergate y el espíritu negociador auspiciado por la Casa Blanca hicieron que casi todo, empezando por el archienemigo comunista, fuese observado con menor inquina. Uno de los aspectos importantes de la novela de Wager, plasmado en el solvente guión coescrito por Stirling Silliphant y Peter Hyams, consiste en subrayar que no todos los soviéticos eran iguales. El factor que desencadena la intriga es, de hecho, la partida de un fanático estalinista a los Estados Unidos con el propósito de sembrar el caos en el país enemigo y dar pie con ello a un conflicto armado entre ambas superpotencias. Para ello, ese hombre, apellidado Dalchimski, hace uso de una lista de agentes infiltrados, sólo conocida por los más altos responsables de la KGB, que años atrás fueron adiestrados mediante hipnosis para cometer actos terroristas en lugares estratégicos de Norteamérica próximos a sus zonas de residencia. El método para resucitar a los miembros de las células durmientes es de lo más cultivado, pues consiste en recitar unos versos de un poema de Robert Frost, acción que Dalchimski ejecuta mediante llamadas telefónicas a las personas incluidas en la lista. Conscientes de la hecatombe que los planes del disidente puede desencadenar, los mandamases del espionaje soviético deciden que uno de sus mejores agentes, el mayor Grigori Borzov, viaje hasta los Estados Unidos y neutralice a Dalchimski.
Bien se podría decir que el protagonista de la primera mitad de Teléfono es el malvado, el disidente que se ha apoderado de una información ultrasecreta y planea utilizarla para provocar un conflicto de magnitud planetaria. El prólogo relata su fallida detención em Moscú, y a partir de ahí el relato se ocupa en mostrar los actos terroristas que promueve, la reacción de los comandantes de la agencia de espionaje soviética y el seguimiento, más bien tímido excepto en lo que respecta a la agente Putterman, que la CIA realiza de la sucesión de atentados que van produciéndose en territorio estadounidense. El héroe de la historia, Borzov, permanece en un claro segundo plano hasta que, gracias en parte a la ayuda que le proporciona Barbara, una espía infiltrada en los Estados Unidos que, como sabremos más adelante, actúa como agente doble, logra descifrar el modus operandi de Dalchimski para, con ello, anticiparse a su siguiente movimiento. En esa partida de ajedrez a distancia, con varios peones sacrificados en sus distintas fases, reside una parte significativa del encanto de un relato que se aleja del estereotipo Bond y aborda la labor de los agentes secretos con un espíritu realista más próximo a Le Carré que a Ian Fleming. Comprobamos esto, por ejemplo, en el desencanto que trasluce el retrato del funcionamiento de las altas instancias del contraespionaje de uno y otro bando, unidas por un mayúsculo cinismo, traducido en el doble encargo que recibe Barbara, tanto de la KGB como de la CIA: ambas agencias le ordenan que asesine a Borzov una vez éste haya logrado neutralizar a Dalchimski. Siegel dirige con brío, y en Teléfono exhibe una vez más dos de sus mayores cualidades como cineasta: su habilidad para hacer que el relato avance y no se aleje de lo esencial, fruto sin duda de las provechosas lecciones extraídas de sus inicios como montador, y la brillante plaificación y ejecución de las escenas más espectaculares. En el film hay disparos, luchas y un buen número de explosiones, y ahí Siegel es, a mi juicio, uno de los directores que mejor supo combinar el sentido del espectáculo con el de la mesura, a la vez que conseguía que la acción no eclipsara la historia. Por mucho que este detrás la Metro Goldwyn Mayer, productora que tampoco pasaba por su mejor momento, se percibe que no estamos ante un film de gran presupuesto, y en ese terreno la pericia del director adquiere más relevancia. Y Siegel, de pericia, nunca fue corto. Hay buenos diálogos, una vibrante, y muy setentera, banda sonora de Lalo Schifrin, en la que ya era su quinta colaboración con el director nacido en Chicago, y un saludable aire de serie B entretenida y competente que trasciende el aire de previsibilidad que emana del conjunto. Porque en Teléfono cuesta ver algo que sorprenda, pero el menú de siempre está bien servido.
Mucho se ha escrito sobre el rostro pétreo de Charles Bronson, actor al que el estrellato le llegó tras décadas de curtirse como secundario en la industria de Hollywood, así que no iré por ahí, salvo para decir que esto tampoco es El rey Lear y que la presencia física, la voz profunda y la buena forma del actor de origen ruso eran ideales para un personaje como el de Grigori Borzov, metódico y, cuando es necesario, letal. Añado que Siegel siempre elogió a Bronson por su disciplina de trabajo y su actitud en el set de rodaje. Le acompaña Lee Remick, actriz bella y talentosa cuya carrera acababa de resurgir con fuerza gracias al reciente éxito de La profecía. En pantalla, el encanto de Remick se complementa bien con el hieratismo de Bronson, y ella otorga enjundia a un personaje que es bastante más que el elemento decorativo que acostumbran a ser las mujeres en este tipo de producciones. Como decía Hitchcock, que el malvado sea interesante ayuda sobremanera a la película, y aquí tenemos a uno de mucho nivel: Donald Pleasence, que lleva el peso del relato desde la introducción hasta la parte central del mismo y que una vez más demuestra ser fantástico para este tipo de papeles. La televisiva Tyne Daly encarna con acierto a la única agente de la CIA que parece tener claro lo que se está cociendo, y al gran Patricvk Magee, en la piel de un mandamás del servicio secreto soviético, le veo algo sobreactuado.
Sin la fama de otras, y sin llegar a estar entre los mejores logros de Don Siegel como director, Teléfono es una notable película setentera de espías, que incluso está gananfo vigencia ahora que ya están despiertos quienes creyeron que la Guerra Fría terminó alguna vez.