THE ROUGH HOUSE. 1917. 18´. B/N.
Dirección: Roscoe Fatty Arbuckle y Buster Keaton; Guión: Roscoe Fatty Arbuckle, Joseph Anthony Roach y Buster Keaton; Director de fotografía: Frank D. Williams; Montaje: Herbert Warren; Producción: Joseph M. Schenk, para Comique Film Company-Paramount Pictures (EE.UU).
Intérpretes: Roscoe Fatty Arbuckle (Fatty/Mr. Rough); Buster Keaton (Jardinero/Chico de los recados/Policía); Al St. John (Cocinero); Alice Lake (Sra. Rough); Agnes Neilson (Suegra); Josephine Stevens (Criada); Glen Cavender.
Sinopsis: El señor Rough, un hombre infantil e irresponsable, vive con su esposa y su suegra. Ninguna de ellas podrá abstraerse de las situaciones disparatadas que provocan el marido y quienes se encargan del servicio doméstico.
En pleno disfrute de una fama que, en su momento más álgido, superó a la del mismísimo Charles Chaplin, Roscoe Fatty Arbuckle rodó The rough house, un divertido cortometraje en el que lo más destaca, junto a la despreocupada comicidad del protagonista, es la creciente relevancia de Buster Keaton, quien debutara meses antes en Fatty carnicero y que, aquí, asume tres papeles y comparte escritura y dirección con su mentor y amigo. La influencia de Keaton es muy acusada en un trabajo que, a decir de la mayoría, no está entre los mejores de Fatty, pero que a mi juicio está muy bien realizado y hace reír no en uno, sino en varios de sus ingeniosos gags.
Al principio, vemos a Fatty, a quien se intuye bobalicón y dado a la holgazanería, retozar en la cama de la casa que comparte con su esposa y su suegra. Un cigarrillo mal apagado provoca que el lecho se incendie, cosa que el protagonista asume con gran flema, pues en lugar de correr a sofocar el fuego, lo que hace es tratar de apagarlo echando el escaso caudal de agua que contiene una taza de café. Cuando la dimensión del siniestro amenaza con reducir el hogar de los Rough a cenizas, aparece un jardinero, lo que nos sirve para comprobar que tampoco el señor de la casa es muy diestro en el uso de la manguera. En ausencia de las mujeres, un conflicto entre el cocinero y un repartidor, con la criada de por medio, degenera en un desbarajuste importante que lo pone todo patas arriba y termina con los dos pretendientes en el cuartelillo. Escandalizadas por lo ocurrido, las detentoras de la autoridad en la casa Rough optan por deshacerse de la criada, aunque más tarde descubriremos que, en lo que respecta a la elección de sus compañías, ambas mujeres tampoco es que posean excesiva destreza.
The rough house es una de esas películas que consiguen rescatar, con su acumulación de gags disparatados que se suceden a ritmo frenético, al niño que fuimos, agonizante entre hipotecas, décadas de oficina, la dictadura de la estupidez y los tambores de guerra. Toda la secuencia del incendio es buenísima, y una vez más sorprende la pericia de unos intérpretes que trabajaban sin red y con unos medios técnicos que hoy nos parecen irrisorios. Será que no hace falta mover demasiado la cámara cuando quienes se mueven bien son los actores. Todo el film entra de lleno en la categoría del slapstick, con sus golpetazos, persecuciones, policías torpes, reos reclutados para las fuerzas del orden por escasez de personal, ladrones que se aprovechan de la ingenuidad de las damas y final feliz por pura casualidad. La sincronización de gestos y movimientos es soberbia, lo mismo que la utilización de las posibilidades de la escenografía para contribuir al desastre provocado por la torpeza humana. No hay que buscar profundidad, ni los artífices de la obra la pretendían. Quizá el humor empleado pueda parecer ingenuo más de un siglo después de su concepción, pero la calidad técnica y artística es incuestionable.
Roscoe Fatty Arbuckle bordaba el papel de hombre bonachón y de espíritu jovial, casi infantil. Aquí, entre otras cosas, nos ofrece un baile de tenedores que años después emplearía Chaplin en La quimera del oro. Y tiene la habilidad de ceder mucha cuota de protagonismo a Keaton, cuyo porte y capacidad de hacer gracia ya anticipan las obras maestras que rodaría pocos años más tarde. Keaton es el jardinero que proporciona a Fatty el instrumento imprescindible para sofocar el incendio, y el repartidor que se enfrenta al cocinero para acabar, igual que él, metido a policía porque, puestos a escoger, es mejor la porra que los barrotes. Y con todo ello ya hacía magia. Al St. John, el habitual antagonista, está sobreactuado, pero a la altura en lo referente al despliegue físico, mientras que Alice Lake aprovecha el escaso margen que se le ofrece para el lucimiento en el pequeño papel de señora de la casa. Josephine Stevens, que interpreta a la criada y sólo actuaría en dos películas más, muestra buen hacer, lo mismo que otra presencia frecuente en el cine de Fatty, Agnes Neilson.
Lo dicho, diversión pura a la antigua usanza. La unión de los talentos de Roscoe Fatty Arbuckle y Buster Keaton produce risas, todavía hoy. Y van caras.