CONEY ISLAND. 1918. 24´. B/N.
Dirección: Roscoe Fatty Arbuckle; Guión: Roscoe Fatty Arbuckle; Director de fotografía: George Peters; Montaje: Herbert Warren; Producción: Joseph M. Schenk, para Comique Film Company-Paramount Pictures (EE.UU).
Intérpretes: Roscoe Fatty Arbuckle (Fatty); Buster Keaton (Novio); Al St. John (Viejo amigo); Agnes Neilson (Esposa de Fatty); Alice Mann (Chica guapa); Alice Lake, Joe Bordeaux.
Sinopsis: Fatty da esquinazo a su mujer en la playa y se va al parque de atracciones de Coney Island en busca de diversión.
En una época en la que las cintas de dos rollos de Roscoe Fatty Arbuckle eran recibidas con entusiasmo por el público, Coney Island supuso otro éxito para el cómico nacido en Kansas. Este cortometraje, que se sitúa entre los mejor valorados de su autor, es una brillante sucesión de gags, la mayor parte de los cuales ee ubican en el lugar que da título al film, uno de las zonas de esparcimiento preferidas por los neoyorquinos.
Fatty repite la fórmula que le había convertido en una celebridad, y da vida a su personaje de siempre: infantilizado, mujeriego, ingenioso, con cierta inclinación al travestismo y especializado en meterse en problemas. Una de las constantes que se repite en sus películas es la visión del matrimonio como un yugo para el hombre, algo que vemos en el mismo prólogo de Coney Island, en el que un díscolo Fatty intenta huir de su esposa, que le trata más como a un hijo pequeño que como a un marido. Mientras la mujer se distrae con la lectura, el protagonista imita a un perro y, a fuerza de escarbar, logra enterrarse por completo en la arena y pasar por fin desapercibido para su esposa, sin ahogarse gracias a un tubo que le sirve de respiradero. Libre al fin, Fatty se dirige al parque de atracciones, mientras su mujer se encuentra con un viejo amigo, quien la acompaña también al parque, en cuya entrada están una bella joven y su novio, un joven tan abnegado como escaso de recursos económicos. De ahí que quien acompañe finalmente a la joven hasta la zona de diversión sea el amigo de la esposa de Fatty, a quien no le falta dinero para invitarla.
Concebida para divertir a los espectadores, Coney Island lo consigue desde el primer al último minuto. Los gags, que en general hacen gala de mucho ingenio, se acumulan, e incorporan todos los elementos necesarios: persecuciones a ritmo desenfrenado, trompazos, huidas llenas de ingenio (la acuática de Fatty, que ha tenido éxito a la hora de seducir a la chica guapa, es antológica), policías con más voluntad que pericia en su defensa de la ley y el orden, guiños eróticos, confusión de sexos y mucha anarquía, todo ello coreografiado de un modo excelente. Es de señalar que toda la subtrama relacionada con el travestismo es muy divertida: se origina porque, a punto de acceder al balneario con su nueva conquista, Fatty se queda con un palmo de narices por no disponer el local de bañadores de su talla (a Arbuckle no le gustaba su apodo, pero eso no le impedía reírse de su peso), así que, ni corto ni perezoso, le roba la ropa a una oronda señora que espera en la cola. En este punto, el director se permite un chiste metacinematográfico al pedirle al cámara que eleve el objetivo para que el plano sólo abarque la mitad superior de su cuerpo mientras se cambia. Transformado en mujer, Fatty causa pavor en el vestuario de hombres, del que es expulsado a la brava, pero gracias a su disfraz consigue hacer realidad una ancestral fantasía masculina: entrar en el vestuario de las chicas. Eso sí, la cosa acaba con él y su tradicional antagonista en comisaría, mientras que el novio abandonado, metido a socorrista en el balneario, termima por conquistar a una bella sirena.
A esas alturas de su trayectoria, Roscoe Fatty Arbuckle dominaba todas las aristas del personaje que había creado para sí mismo, y aquí lo demuestra una vez más. Su travieso ingenio y su loable agilidad física le sirven para construir a un tipo que irradia vitalidad, y que resulta ser mucho menos ingenuo de lo que parece. En general, su desempeño en esta cinta es de los mejores que le he visto. Buster Keaton, ya elevado a la categoría de imprescindible en los cortos de Arbuckle, gesticula como ya apenas le veremos hacer más adelante, pero explota su comicidad en logrados gags, como el que muestra la inconveniencia de aplaudir en un desfile cuando lo estás viendo subido a una farola. Esta vez, eso sí, su personaje pasa de humillado a triunfador. Al St. John no se sustrae a su tendencia a gesticular en exceso, aunque su energía escénica es indiscutible. El principal rol femenino lo ejecuta Alice Mann, en la que fue su última colaboración con Arbuckle antes de emprender un no excesivamente afortunado viraje hacia el drama. Sin embargo, la supera Agnes Neilson, brillante en un papel que es claro precursor de los que, años más tarde, desempeñó Margeret Dumont junto a Groucho Marx.
Muy divertido y muy bien ejecutado, Coney Island es uno de los cortometrajes más destacados de Roscoe Fatty Arbuckle.