CESARE DEVE MORIRE. 2012. 75´. B/N-Color.
Dirección: Paolo y Vittorio Taviani; Guión: Paolo y Vittorio Taviani, basado en la obra teatral de William Shakespeare Julio César; Director de fotografía: Simone Zampagni; Montaje: Roberto Perpignani; Música: Giuliano Taviani y Carmelo Travia; Producción: Grazia Volpi, para Kaos Cinematografica-Sternal Entertainment-Le Talee-La Ribalta/Centro Studi Enrico Maria Salerno-RAI Cinema (Italia).
Intérpretes: Cosimo Rega (Casio); Salvatore Striano (Bruto); Giovanni Arcuri (César); Antonio Frasca (Marco Antonio); Juan Darío Bonetti (Decio); Vincenzo Gallo (Lucio); Rosario Majorana (Metelo); Francesco De Masi, Gennaro Solito, Vittorio Parrella, Pasquale Crapetti, Fabio Rizzuto, Fabio Cavalli.
Sinopsis:Un grupo de presos interpreta la tragedia de Shakespeare Julio César.
Quienes afirmaban, no sin razón, que el cine de los hermanos Taviani había perdido empuje con el cambio de siglo, tuvieron que modificar el discurso después del estreno de César debe morir, drama teatral con trasfondo carcelario que devolvió a esta admirable pareja de cineastas el favor de crítica y público. Conocedores del taller de teatro que el dramaturgo Fabio Cavalli realizaba en el módulo de alta seguridad de la prisión romana de Rebibbia, Paolo y Vittorio Taviani decidieron llevar a la gran pantalla el proceso de creación del montaje de Julio César, drama shakespeariano cuya versión cinematográfica más celebrada es la dirigida por Joseph Leo Mankiewicz hace ahora 70 años. El Oso de Oro en el festival de Berlín y diversos premios David de Donatello recompensaron esta impactante película sobre el poder sanador del arte.
Los directores escogieron ilustrar la historia mediante una estructura circular, que comienza con unos rótulos explicativos y la acción en color, con los aplausos del público al elenco después de la representación de la obra en un teatro lleno. De inmediato, la fotografía pasa a ser en blanco y negro y la acción retrocede al principio de todo, al casting mediante el cual se elige a los intérpretes que van a actuar en la obra. En un brillante ejercicio de montaje, a cargo de Roberto Perpignani, los Taviani muestran el modo en que los presos se presentan ante la cámara y modelan su interpretación, con mayor o menor acierto, siguiendo las indicaciones de Cavalli. Esos hombres cumplen largas condenas por delitos relacionados con el crimen organizado y el tráfico de drogas, y en sus rostros se deja ver el endurecimiento provocado por la vida carcelaria. Los elegidos para dar vida a los personajes principales de la obra van, poco a poco, viendo cómo ficción y realidad se entremezclan, y cómo el arte les ofrece una visión distinta, y más amplia, del mundo. A mi juicio, César debe morir, al margen de sus virtudes cinematográficas, tiene dos grandes aciertos: en una época en la que se confunde el humanismo con el falso discurso progresista de pijos y burgueses desclasados, y se confunde el elogio de la sensibilidad con la apología de lo débil, la consecuencia más lacerante de la cual es un victimismo enfermizo, los Taviani optan por un enfoque más complejo, que no oculta que los protagonistas son peligrosos delincuentes, personas que han ido a parar a la cárcel por una mezcla entre la inclinación natural al delito y un cúmulo de decisiones nefastas, pero que deja ver a su vez cómo el texto de Shakespeare, y el hecho de ponerse al servicio de una causa noble, les ennoblece también a ellos, en un claro ejemplo de que no sólo lo malo se pega. El otro punto a destacar es que, al margen de lo heterodoxo de la representación teatral recreada, Cavalli y los Taviani respetan la obra original, que es algo digno de elogio, no sólo por la calidad de la misma, sino porque, personalmente, estoy harto de versiones modernas que desvirtúan a los clásicos sólo para justificar revisiones miopes de la historia y, de paso, ocultar la falta de talento para crear historias propias dotadas de verdadera entidad artística.
Los Taviani van a lo básico, a la esencia del relato, que es el período de ensayos de la obra, sin perderse en psicologismos vanos ni excesivas divagaciones. El blanco y negro favorece el aspecto dramático, pues acentúa toda la crudeza que hay detrás de ese taller teatral, que en una ocasión se manifiesta incluso a través de una refriega física entre dos de los presos/actores (la cual se desarrolla, eso sí, fuera de campo). No es necesario subrayar que pocos marcos puede haber más opresivos que una prisión, el paradigma de la falta de libertad, y para eso creo que también el efecto del blanco y negro resulta favorecedor. El epílogo, que no es sino un retorno al inicio, sólo que algo más extendido, regresa al color, para subrayar que, por una vez en su vida, esos hombres pueden presumir de haber aportado algo bueno a la sociedad y son recompensados por ello, no sólo por la ovación de la audiencia, sino por el efecto terapéutico que el proceso creativo ha obrado en ellos. La música, de Giuliano Taviani y Carmelo Travia, es concisa y sutil, cumpliendo bien con su función de involucrar aún más al espectador en la trama.
Es casi una obviedad, pero buena parte de las interpretaciones son flojas. Esto no debería sorprender a nadie, por cuanto la película no está protagonizada por actores profesionales, sino por delincuentes peligrosos recluidos en un módulo de alta seguridad. No obstante, la implicación de los miembros del reparto es loable, permaneciendo indiferentes a las críticas de otros presos que les tildan de bufones. Hay que señalar que Salvatore Striano, que representa a Bruto, descubrió aquí que poseía cualidades para eso de la farándula y exhibió un nivel interpretativo interesante, que le ha valido para disfrutar de una segunda vida como actor una vez obtenido el indulto. Giovanni Arcuri, que presta su rostro a César, tiene presencia y una voz grave, lo que ya es algo, mientras que Cosimo Rega, que encarna a Casio, intenta dar a su personaje la dignidad que el texto original le concede, con fortuna desigual. Antonio Frasca, a quien le tocó en suerte un papel clave como el de Marco Antonio, hace lo que buenamente puede, mientras que el argentino Juan Darío Bonetti, como Decio, se beneficia de que su rostro inquietante y su verbo sibilino le hacen ser un conspirador creíble.
Muy buena película, que más que teatro filmado, es teatro vivido, y no por personas cualquiera. El mérito de Paolo y Vittorio Taviani consiste en ilustrar sin subrayados innecesarios, aleccionar sin sermones y, entrando más en cuestiones técnicas, ofrecer planos tan bellos como los cenitales en el patio de la prisión, convertido en los ensayos en el Senado el día del asesinato de Cayo Julio César. Es, por ello, del todo justo que esta obra sirviera a estos veteranos cineastas, ya fallecidos, para reverdecer laureles.