UNA TERAPIA DE MIERDA. 2023. 11´. Color.
Dirección: Javier Polo Gandía; Guión: Juanjo Moscardó Rius y Ana Ramón Rubio; Dirección de fotografía: Celia Riera; Montaje: Yago Muñiz; Producción: Jorge Acosta Sánchez, Nathalie Martínez, Javier Polo Gandía, Juanjo Moscardó Rius y Maxi Valero, para Los Hermanos Polo-Cosabona Films-Inaudita-Wise Blue Studios (España).
Intérpretes: Fernando Cervera y Mariano Collantes (Ellos mismos); José Amigo (Mr. Antivacunas); Sixto Xavier García (Mr. Terraplanista); Ana Ramón Rubio (Miss Anti-Cambio Climático); J.J. Ramón (Subastador).
Sinopsis:Dos biológos valencianos se inventan una seudoterapia para denunciar los efectos de la paraciencia.
Javier Polo Gandía regresó al cortometraje en su cuarto trabajo como director, aunque no cambió de género tras su largo El misterio del Pink Flamingo, porque Una terapia de mierda, el film que nos ocupa, es también un documental en clave de comedia, en esta ocasión basado en hechos reales. La historia se remonta a los primeros años de este siglo, cuando dos biólogos valencianos, Fernando Cervera y Mariano Collantes, decidieron lanzar una seudoterapia con el objetivo de denunciar los métodos de curación milagrosa que proliferaban por doquier en pleno auge de Internet, ya convertido por entonces en un indomable amplificador de la estupidez humana. La película fue nominada a mejor cortometraje documental en los premios Goya, y ha obtenido, en general, unos elogios críticos que considero, con matices, justificados.
Una de las grandes frustraciones de las personas que se dedican a la ciencia es la facilidad con la que la gente no versada en la materia se entrega a supercherías, recetas-milagro y demás sandeces sin base científica, algo que a mi juicio llega a ser incluso positivo, siempre que no salpique, porque puede contribuir a la necesaria selección natural en un mundo superpoblado. He aquí que Fernando Cervera y Mariano Collantes, dedicados al estudio de la biología, decidieron llevar su cabreo un poco más lejos de lo usual y crearon, a partir de elementos tomados de la homeopatía, una terapia curativa basada en la interacción entre imanes y heces, lo que en la práctica sugiere que las enfermedades pueden curarse consumiendo excrementos humanos, algo que deja claro que estos dos científicos se anticiparon a Tik Tok y los influencers. Los creadores de la seudoterapia fueron dejando diferentes pistas aquí y allá para que todos pudieran atestiguar la falsedad de su invento, pero nunca hay que subestimar la credulidad de un zoquete profundo, y el falso remedio captó seguidores en las redes, llamó la atención de otros vendedores de humo y llevó a sus artífices a ser invitados a la Feria Esotérica de Madrid, el cónclave más importante de cuantos se celebran en España en materia de seudociencia. Si alguien precisaba de un argumento para justificar el tópico de que la realidad supera a la ficción, aquí lo tiene servido en bandeja.
Por aquello de comenzar por el final, opino que Una terapia de mierda es una buena película, y al tiempo una eficaz obra de tesis, pero se queda corta en varios aspectos, emnpezando por la duración. Creo que en esta historia asoma un largometraje, con posibilidades de ser bastante bueno. La génesis de la seudoterapia, su evolución, el contacto de los biólogos con paracientíficos de todo pelaje y la posterior revelación de la tremenda burla que es el fecomagnetismo, que así se llama el invento, no sólo dan para el reflejo de un esperpéntico experimento social en poco más de diez minutos, sino para una comedia cafre con la que un Álex de la Iglesia hubiera hecho maravillas, y que sólo asoma en la primera mitad del metraje. Después, el film se pone serio y, planteado como una parodia de un magazine televisivo, abandona su razón de ser para lanzarse al ataque contra los mitos paracientíficos más extendidos de nuestro tiempo, como el terraplanismo, la negación de los efectos del cambio climático o los grupos antivacunas. Los artífices de Una terapia de mierda obvian otros creadores de monstruos que atentan contra la razón, como el veganismo o la psicología, que también tienen mucho de paraciencias aunque sean más populares en sectores sociales de mayor nivel educativo. Eso sí, los disparos son certeros y se hacen con gracia, siendo digno de elogio que se ataque la gran mentira de la inocuidad de las seudoterapias. No obstante, el visionado deja la sensación de aperitivo sabroso, pero escaso. Javier Polo Gandía es solvente en lo técnico, pero su labor se resiente del hecho de que sus guionistas no terminen de dar con el tono narrativo e intenten abarcar demasiado.
Fernando Cervera y Mariano Collantes se interpretan a sí mismos, mostrando gracia ante la cámara, en especial en el caso de este último. El resto de intérpretes cumple bien en la parodia de las seudoterapias, prestando su voz a las teorías disparatadas con más seguidores en el planeta, pero uno echa en falta la presencia de auténticos profesionales de la actuación, que sin duda darían mayor empaque a la obra.
En definitiva, Una terapia de mierda es un film necesario, que dice mucho de la sociedad en la que vivimos y lo hace con criterio, pero que podría haber dado más de sí, en lo teórico y, sobre todo, en lo cinematográfico.