MODELO 77. 2022. 123´. Color.
Dirección: Alberto Rodríguez; Guión: Rafael Cobos y Alberto Rodríguez; Dirección de fotografía: Alex Catalán; Montaje: José M. G. Moyano; Música: Julio de la Rosa; Dirección artística: Pepe Domínguez del Olmo y Gigia Pellegrini; Diseño de producción: Manuela Ocón; Producción: Gervasio Iglesias, Alberto Félez, José Antonio Félez y Domingo Corral, para Atípica Films- Movistar Plus (España).
Intérpretes: Miguel Herrán (Manuel); Javier Gutiérrez (Pino); Jesús Carroza (El Negro); Catalina Sopelana (Lucía); Fernando Tejero (El Marbella); Xavi Sáez (Boni); Víctor Castilla (Rompetechos); Alfonso Lara, Íñigo de la Iglesia, Íñigo Aranburu, Javier Lago, Javier Beltrán, Aimar Vega, Julián Valcárcel, Polo Camino, Carles Sanjaime, Sergi Torrecilla, Julio Vargas.
Sinopsis: Pocos meses después de la muerte de Franco, un joven contable es enviado a la cárcel Modelo como presunto autor de un desfalco.
Más de un lustro llevaba sin estrenar en la gran pantalla Alberto Rodríguez cuando llegó a las salas Modelo 77, drama carcelario con el que el director sevillano completaba una trilogía alrededor de lo que algunos sieteciencias de hoy en día denominan el régimen del 78, iniciada con la que es su obra maestra como director, La isla mínima, y seguida con El hombre de las mil caras, film imprescindible sobre una de las figuras más resbaladizas del período democrático, Francisco Paesa. Como esta última obra, Modelo 77 se inspira en hechos reales, en concreto en un motín acaecido en la cárcel barcelonesa en los primeros tiempos de la Transición, cuando un grupo de presos comunes se organizó para reivindicar que la amnistía en ciernes no se limitara a excarcelar a aquellos a quienes el régimen franquista había condenado por su ideología política. La recepción de la película por parte de los analistas profesionales fue muy positiva, si bien sus resultados en taquilla no pueden calificarse como espectaculares. 17 nominaciones a los Goya refrendaron la calidad de un film que, aun llevándose a casa cinco estatuillas, tuvo la mala suerte de enfrentarse a As bestas, la más reciente cosecha del otro gran cineasta español de este siglo, Rodrigo Sorogoyen.
Para poner en situación a los despistados, debo decir que soy un admirador de Alberto Rodríguez. La buena noticia es que, con cada nueva obra, este director no deja de darme razones para no desertar de sus filas. Me encanta lo que hace, el tipo de historias que elige, y cómo lo hace, porque en el apartado visual es un cineasta que se sitúa bastante por encima de la media española. A la hora de explicar el pasado de este país cainita, lo normal es el sectarismo ideológico, el edulcoramiento de épocas y personajes que tal vez lo necesiten, pero no lo merecen, y un acabado formal discreto, cuando no descuidado. Rodríguez sitúa sus obras varios peldaños sobre estos estándares, y Modelo 77 lo vuelve a refrendar. Esta forma de revisar nuestra historia presenta, eso sí, el inconveniente de no ajustarse a los discursos de esas sectas que son los partidos políticos, siempre dispuestos a utilizar el dinero público para comprar adhesiones, pero son gajes del oficio de cineasta con vergüenza torera. Rodríguez se centra en la relación entre los dos principales protagonistas: Manuel, un joven contable acusado de un desfalco, y Pino, todo un veterano de la vida en la cárcel, que vive en su propio mundo de aislamiento y novelas de ciencia-ficción. En la misma celda cumple condena El Negro, un ladrón que, como Manuel, procede de los poblados chabolistas de la ladera de Montjuïc. El joven preso, que llega a la cárcel con un elegante traje y nulo conocimiento de lo que le espera tras las rejas, no tarda en descubrir que allí los funcionarios imponen su ley a hostias, y que su falta de recursos económicos, unida a la gravedad de unas acusaciones que él niega en buena parte, amenazan con dejarle muchos años a la sombra. La convulsión propia de los tiempos atraviesa, de una forma un tanto peculiar, los muros de la cárcel: Manuel entra en contacto con un grupo de presos de ideología anarquista, que promueven una movilización de los reclusos para mejorar su situación y, en última instancia, conseguir una amnistía. Como Manuel une a su carácter indómito el hecho de ser uno de los pocos internos con estudios, muy pronto se convierte en uno de los cabecillas de ese movimiento, cuyo choque con el statu quo de la prisión será fiero.
Se ha dicho que Modelo 77 enfoca el enfrentamiento entre reclusos y funcionarios de prisiones de una forma maniquea, presentando a los primeros como almas cándidas y a los segundos como torturadores con porra, sin matices. Desconozco si quienes eso afirman han visto El expreso de medianoche o El tren del infierno, dos películas maravillosas, en lugar de esta. Les recomiendo hablar con personas que hayan estado en prisión durante la dictadura, o simplemente con quienes hayan vivido cerca de una comisaría. También que no ignoren a propósito que las leyes franquistas eran muy virulentas en todo lo referido al mantenimiento del orden social, sobre todo si quienes lo alteraban eran muertos de hambre, por entonces la mayoría de la población. Quien no acepte que los encargados de salvaguardar dicho orden tenían carta blanca en cuanto a los métodos empleados siempre pueden ver Mary Poppins. La película no esconde que los presos son delincuentes, algunos de ellos de la peor calaña, que la delación en las galerías era omnipresente, que quienes disfrutaban de una existencia más o menos plácida entre rejas lo hacían en connivencia con los funcionarios, que los abusos sexuales entre convictos no eran ninguna leyenda urbana y que la entrada de la heroína en las cárceles produjo auténticos estragos. Hay en el film, y lo vemos en la evolución de su joven protagonista, un rasgo muy actual, como es la inevitable decepción del compromiso ideológico y político. Se hace hincapié en algo que hoy quizá no queda muy bien decir: que la hoy denostada Transición fue algo muy difícil de conseguir, que costó muchas vidas y mucho dolor entre quienes se enfrentaron al régimen, pero que también requirió de grandes esfuerzos para aquellos que, habiendo prosperado durante la dictadura, se dieron cuenta de que la única salida no traumática para España era la conversión en una democracia parlamentaria a la europea, y en su empeño tuvieron que superar enormes obstáculos. Y no se olvida algo todavía más incómodo: que en la amnistía a los presos políticos (seguramente, las palabras más prostituidas en este tiempo y lugar) había un acto de justicia elemental, pero que en su no extensión a los comunes había criterios de pura sensatez… y también factores que tenían mucho que ver con la clase social de unos y otros.
Modelo 77 se estructura en tres partes: la vida en prisión, el motín y la fuga. La crítica social está presente en todas ellas, y quienes dicen que el film apunta en muchas direcciones sin llegar a concretar en ninguna obvian que, en verdad, esta película son tres películas: la de la pérdida de la libertad, la de la movilización para recuperarla y la de la salida individual a la reclusión. Cada una de estas obras dentro de la obra mayor tienen su introducción, su nudo y su desenlace, lo cual es mérito de Alberto Rodríguez y Rafael Cobos, su coguionista de cabecera. El director sevillano se rodea de sus habituales acompañantes en el aspecto técnico, y los resultados son, una vez más, espléndidos. La escenografía, el vestuario, el montaje y los efectos visuales son de gran película, de esos que hacen comentar a los escépticos que no parece española. La música de Julio de la Rosa añade tensión a un conjunto que nunca va escaso de ella. La larga secuencia del motín no desmerece en nada a la gran película carcelaria de este siglo en España, Celda 211. La fotografía de Álex Catalán le confirma como uno de los mejores de Europa en su disciplina, y todo lo anterior da lugar a una película redonda.
Es en el reparto donde uno encuentra el principal defecto de Modelo 77. Miguel Herrán daría el pego en La casa de papel, serie que no he visto, pero su rol en esta película le supera, pues se muestra falto de expresividad y con una dicción mejorable. Javier Gutiérrez, uno de los pocos actores españoles vivos a quienes considero en verdad grandes, se come con patatas a su compañero en cada una de las escenas que comparten, y conseguir como él lo hace que su trabajo no desmerezca al monumento que construyó en La isla mínima a las órdenes de Alberto Rodríguez es mucho conseguir. Jesús Carroza tiene un papel breve, pero consigue dejar huella en el espectador, lo mismo que un Fernando Tejero que vuelve a demostrar que el hecho de que se le dé muy bien la comedia no significa que sólo sea bueno en ese género. El resto de secundarios, justo es decirlo, está a un nivel más terrenal, con interpretaciones correctas y otras, como la de Polo Camino, más bien justitas. Catalina Sopelana, que interpreta al único personaje femenino con entidad, sí hace un trabajo interesante.
Gran película de un gran director. Hay mucho arte, y mucha verdad en ella.
No he visto la película, por lo que no puedo juzgarla, pero sin duda ésta es una crítica muy bien escrita y muy acertada y sensata por lo que respecta a los años de la transición, hoy tan mal comprendidos y cuyo recuerdo está siendo manipulado desde posiciones muy diversas por motivos igualmente variados, pero siempre muy mezquinos.
Recomiendo la película, por su calidad y por su posicionamiento ético, pese a que reconozco que algunos aspectos del guión son forzados. Y comparto su opinión respecto a los años del retorno de la democracia a España: creo que hoy existe mucho predicador de sofá y red social que podría dedicarse a hacer algo útil en lugar de a desdeñar la labor de quienes, desde distintas posiciones políticas, lucharon para hacer un país mejor. Y que, por cierto, lo consiguieron.