LA IMPORTANCIA DE LLAMARSE ERNESTO Y LA GILIPOLLEZ DE LLAMARSE ERIC. 2022. 95´. Color.
Dirección: César Martínez Herrada; Guión: César Martínez Herrada; Dirección de fotografía: Juan Pérez Fajardo; Montaje: Pablo Barce; Música: Canciones de Lagartija Nick, Los Planetas y Enrique Morente; Producción: Antonio Hens y César Martínez Herrada, para Dexiderius Producciones Audiovisuales, S.L.-Malas Compañías (España).
Intérpretes: Eric Jiménez, Carlos Jiménez, Antonio Arias, Juan Codorniu, Gabriela Jiménez, Jota, Florent Muñoz, Soleá Morente, Miguel Ríos, Rafael Cremades, Enrique Morente.
Sinopsis: Crónica biográfica de Eric Jiménez, batería granadino.
Más identificable en la industria por sus tareas como productor, César Martínez Herrada ha dirigido más de una decena de films, pisando diferentes terrenos cinematográficos. El del documental musical ya lo había abordado, en un retrato del cantautor andaluz Javier Ruibal, con carácter previo a La importancia de llamarse Ernesto y la gilipollez de llamarse Eric, película que bajo su extenso título oculta la biografía de Eric Jiménez, percusionista célebre por su trabajo en bandas como Lagartija Nick y Los Planetas, así como por haber acompañado durante años a Enrique Morente. Esta obra ha tenido buena acogida, aunque su difusión se circunscribe a certámenes especializados en el género y plataformas digitales.
Quines estén al tanto de lo que sucede en el rock español ya saben que Eric Jiménez es todo un personaje; quienes se acerquen por vez primera a su figura con el visionado de esta película lo comprobarán enseguida, porque en el prólogo ya encontramos la versión más histriónica e irreverente del músico granadino, cuyos recuerdos y testimonios copan la parte central de un film poco arriesgado en cuanto a su formato, pues sigue paso por paso los esquemas usuales en el documental musical. Jiménez rememora, junto a su hermano mayor Carlos, figura importante de la cultura granadina y alma mater del Festival de Cine Flamenco de la ciudad, una infancia marcada por la ausencia del padre, un terrateniente de la zona que ya tenía una familia oficial al margen de la que formó junto a la madre de Eric, a quien el hombre convirtió en dueña de una pensión para huéspedes con la finalidad de garantizar su sustento. En ella creció un niño tímido e inquieto, atraído por el poderío de las percusiones de las marchas de la Semana Santa, y que muy pronto voló de tan peculiar nido con la idea de ser músico, algo que logró gracias precisamente a su pericia con los tambores. Eric Jiménez es un hijo musical del punk, que llegó a Granada ya entrados los años 80. Marcado por la influencia de Siouxsie and the Banshees, entró a formar parte de KGB, una banda local que tocaba un estilo parecido al de la agrupación británica, hasta que conoció a Antonio Arias, por entonces miembro de la banda granadina más conocida del momento, 091, y ambos crearon, junto a Juan Codorniu, Lagartija Nick, una de las formaciones de rock independiente más importantes de España. Como casi todo el mundo sabe, esto llevó a Eric a ser parte de uno de los álbumes de verdad legendarios que se hayan grabado en nuestro país, Omega, en el que el rock guitarrero y poderoso del grupo se fusionó con el flamenco de Enrique Morente y la poesía de Federico García Lorca y Leonard Cohen. Poco después llegó el ingreso en Los Planetas, y con esto ya se completa el retrato musical de Eric Jiménez que se expone en el film.
Una de las virtudes de la película es que su protagonista tiene mucha gracia explicando su vida y milagros. Eric Jiménez es un rockero de la vieja escuela; su personalidad es como su forma de tocar la batería: enérgica, contundente, salvaje, quizá excesiva, pero arrolladora. Su forma de explicar el reguero de anécdotas que acompañan a su carrera es, junto al trabajo de montaje, la causa principal de que la película sea ágil y su visionado se perciba como breve. El director coloca su cámara ante el biografiado y deja que este se explaye. Y vaya si lo hace: el niño tímido, como tantas veces sucede, se ha fabricado un personaje público extrovertido, por momentos histriónico, que por suerte no ha conseguido adueñarse de la persona, la cual mantiene una relación entrañable con su hermano, recuerda con ternura a su madre, mima a su hija adolescente y se recrea en su buena fortuna al narrar cómo ha encontrado un amor verdadero a una edad en la que ni siquiera los sucedáneos insípidos son sencillos de conseguir. Compañeros de mil aventuras y escenarios como Arias, Codorniu, Jota o Florent complementan el retrato de un hombre que, más allá de la música, ha publicado con éxito un par de libros y regenta un icónico bar en la ciudad que le vio nacer, y en la que siempre ha residido. Su método para escoger los platos que han de figurar en la carta del local define muy bien al personaje: «Los pruebo, y los que me parecen una puta mierda son los que entran en la carta». Este omnipresente sentido del humor es uno de los puntos fuertes de un film que no posee elementos formales distintivos, pero está bien hecho y cumple con nota alta su objetivo de ser un retrato fílmico de un tipo, en el buen sentido, harto peculiar.
Un título muy largo para una película que se hace corta. El anecdotario de Eric Jiménez da para mucho: su forma de explicarlo, siempre muy proclive al titular llamativo y lapidario, tiene chispa, y César Martínez Herrada le da a ese conjunto una apariencia pulida y profesional. Por todo esto, hay que ver La importancia de llamarse Ernesto y la gilipollez de llamarse Eric.