LA PASSION DE JEANNE D´ARC. 1928. 97´. B/N.
Dirección: Carl Theodor Dreyer; Guión: Joseph Delteil y Carl Theodor Dreyer; Dirección de fotografía: Rudolph Maté; Montaje: Margarite Beaugé y Carl Theodor Dreyer; Decorados: Jean Hugo y Hermann Warm; Producción: Carl Theodor Dreyer, para Societé General des Films (Francia).
Intérpretes: Maria Falconetti (Juana de Arco); Eugene Silvain (Obispo Cauchon); André Berley (Jean d´Estivet); Maurice Schutz (Nicolas Loyseleur); Antonin Artaud (Jean Massieu); Michel Simon (Jean Lemaitre); Jean D´Yd (Guillaume Evrard); Louis Ravet (Jean Beaupère); Armand Lurville, Jacques Arnna, Alexandre Mihalesco, Léon Larive, Gilbert Dalleu.
Sinopsis: Crónica del proceso judicial contra Juana de Arco, ocurrido durante la Guerra de los Cien Años, que enfrentó a Francia e Inglaterra.
El prestigio adquirido en su país natal, Dinamarca, durante los años más prolíficos de su carrera y, sobre todo, la repercusión a nivel europeo lograda gracias a El amo de la casa llevaron a que la poderosa Societé General des Films francesa encargara a Carl Theodor Dreyer la realización de una película en el país galo. Cuentan que al cineasta danés se le ofreció escoger entre las biografías de tres personajes históricos femeninos, y que eligió a Juana de Arco fruto de la casualidad. Puede ser, pero lo cierto es que el periplo vital de la heroína gala se ajusta a los intereses de Dreyer como cineasta, y que no hay que olvidar que el personaje estaba muy de moda en la época, pues la Doncella de Orleans había sido canonizada pocos años antes, y su adopción como heroína nacional francesa era ya un hecho. Dreyer contó con la ayuda de Pierre Champion, quien había encontrado y publicado las actas del proceso judicial contra Juana de Arco, y de esta suma de circunstancias surgió una película que sufrió la censura eclesiástica y el desprecio de sectores reaccionarios, lo que condujo a un fracaso en taquilla que contrastó con el éxito crítico de una obra que no tardó muchos años en ganarse un sitio en todas las listas de las mejores películas jamás realizadas.
En cuanto al fondo, la película reconstruye, gracias al trabajo de Champion, el juicio contra Juana de Arco, quien había sido detenida en mayo de 1430 por nobles franceses aliados de Inglaterra. Un extenso rótulo inicial nos pone en situación, y aquí radica, a mi parecer, el principal defecto, por no decir el único, de la película: es tarea muy difícil recrear un procedimiento judicial, basado fundamentalmente en la palabra de una y otra parte litigiosa, en una película muda. Esto provoca una acumulación de rótulos intercalados que ralentizan la acción y hacen que el visionado de las escenas del tribunal, que fue presidido por el obispo de Beauvais, Pierre Cauchon, pueda resultar árida. Lo que hace Dreyer, que escribió el guión junto a Joseph Delteil, autor galo que acababa de ser galardonado por una novela dedicada a Juana de Arco, es asimilar la figura de esta campesina analfabeta convertida en símbolo de la lucha contra la ocupación inglesa, a la de Jesucristo. El film no discute los designios divinos que Juana esgrimió como motivo para encabezar la rebelión militar contra el invasor, Cauchon y las autoridades eclesiásticas que juzgan a la joven prisionera son asimilables al Sanedrín, tal y como es descrito en el Nuevo Testamento, el rey Carlos VII, en cuyo bando lucha Juana, ejerce el papel del Dios que envía a su discípula a cumplir una misión divina y termina entregándola a la justicia de los hombres, y los soldados ingleses que hacen escarnio de la detenida cumplen la función de los uniformados romanos en la Biblia. El camino de Juana hacia la hoguera es un vía crucis en toda regla y, por supuesto, el cumplimiento de su condena equivale a la crucifixión de Jesucristo.
Al margen de lo expuesto, hay que recalcar que La pasión de Juana de Arco es, ante todo, una película de formas. Situándose en las antípodas de Cecil B. De Mille, que una década antes había rodado un film sobre la Doncella de Orleans dotado de toda la espectacularidad marca de la casa, y que tanta influencia tuvo en la manera de hacer cine en Hollywood, Dreyer opta por una puesta en escena austera, prescindiendo de la utilización de maquillaje para los intérpretes (gracias al uso de la película pancromática, por entonces un invento reciente) y abarrotando el film de unos primeros y primerísimos planos que, gracias también al trabajo de montaje, ocupan un lugar destacado en la historia del cine. En ellos se aprecia el contraste entre Juana, cuyo rostro posee esa mezcla de inocencia y locura propio de los iluminados, y los hombres de fe que la juzgan, quienes paradójicamente contemplan con cinismo el aura divina de la rea y son presentados con frecuencia en planos contrapicados para recalcar su posición de poder. El film se inicia con un travelling que Dreyer utiliza para presentarnos a los juzgadores, recurso que el director vuelve a emplear con frecuencia en las escenas multitudinarias de un film rodado de forma exclusiva en interiores. Rudolph Maté, que terminaría siendo un director interesante, muestra los rostros en toda su expresión, gracias a la fotografía de alto contraste, y logra un travelling cenital (cuando se inicia el via crucis de Juana) que es todo un prodigio técnico. Mencionar que Dreyer quiso que la película se proyectase sin ningún acompañamiento musical, si bien su propia calidad y naturaleza han hecho que multitud de músicos hayan utilizado sus imágenes para expresar emociones, en algunos casos con resultados impresionantes. Eso sí, el propio director rechazó que, en montajes posteriores de un film cuyos negativos originales tuvieron un destino de lo más azaroso, se añadieran piezas de Bach a una película que él veía como muy necesitada de silencio. Tengo que decir que, en lo visual, La pasión de Juana de Arco es fascinante, pero que todo el metraje comprendido entre la cuasiespectral aparición de Juana en las calles de Rouen, dirigiéndose hacia el lugar en el que será ejecutada, y el final es de una perfección que pocas veces he visto, una suma de imágenes tan poderosas que por fuerza han de impresionar a cualquiera que tenga un mínimo de sensibilidad.
A nivel interpretativo, hablar de La pasión de Juana de Arco es hablar de Maria Falconetti, actriz teatral que sólo había trabajado dos veces en el cine, ambas en roles secundarios y que se remontaban a una década atrás. En declaraciones posteriores, ella mostró su extrañeza ante las desmedidas alabanzas recibidas por su trabajo en la película, pero lo cierto es que se pueden contar con los dedos de una mano las ocasiones en que un personaje femenino ha resultado tan expresivo en la gran pantalla como la Juana de Arco con el rostro de Falconetti, filmada por Dreyer e iluminada por Maté. Pocas veces una película muda lo ha sido menos que a través de la mirada de esta actriz, que muestra la fe ciega, el desvalimiento y las dudas de una mujer que, no hay que olvidarlo, era una aldeana iletrada convencida de estar cumpliendo una misión divina. Ni siquiera el hecho de que Falconetti casi doblara en edad al personaje que interpretaba lastra un trabajo de una fuerza inusual. Sus compañeros de reparto forman un todo, un conjunto de seres cínicos y despiadados del que sobresale el legendario actor Eugene Silvain, que interpreta a Cauchon, en la que fue su única aparición en el cine. En el reparto figura el dramaturgo Antonin Artaud, que da vida a Massieu, el monje loco. André Berley, que debutaba, cumple bien como eclesiástico con dejes lujuriosos, y el veterano Maurice Schutz luce un rostro adusto y exento de misericordia. Michel Simon, un clásico del cine francés, es otro de los nombres destacados del reparto.
Aunque es también una crónica de los abusos del poder frente a los desvalidos, La pasión de Juana de Arco, esa magnífica película, me permite hacer una reflexión final sobre lo estúpido que resulta juzgar una obra de arte de acuerdo a las creencias e ideas de cada cual: esta obra loa dos de las cosas que más detesto en el mundo, como son el fanatismo religioso (la protagonista es, ante todo, eso) y el nacionalismo. Nada de esto me impide considerarla un trabajo artístico magistral, hasta el punto de que se han rodado infinidad de películas y telefilmes sobre Juana de Arco, pero la versión de Dreyer continúa siendo la única imprescindible para todo amante del cine.