CHARLOTTE ET SON JULES. 1958. 13´. B/N.
Dirección: Jean-Luc Godard; Guión: Jean-Luc Godard; Música: Robert Monsigny; Director de fotografía: Michel Latouche; Montaje: Cécile Decugis y Jean-Luc Godard; Producción: Pierre Braunberger, para Les Films de la Pléiade (Francia).
Intérpretes: Jean-Paul Belmondo (Jules); Anne Collette (Charlotte); Gérard Blain.
Sinopsis: Una mujer acude a la habitación de su antiguo amante, que da por hecho que ella quiere retomar la relación.
Siempre controvertido, Jean-Luc Godard fue uno de tantos cineastas que iniciaron su carrera con el cortometraje, si bien, a diferencia de la mayoría, jamás abandonó del todo este formato a lo largo de su extensa trayectoria. Entre sus trabajos primerizos se encuentra Charlotte y su novio, que por su temática y la aparición de un joven Jean-Paul Belmondo puede considerarse un preludio del debut en el largometraje de Godard, la mítica Al final de la escapada. Aquí, el tono es más ligero y, aunque aparecen el espíritu rupturista del director y algunas de sus constantes temáticas, se percibe también su inexperiencia y la necesidad de depurar un estilo que en poco tiempo marcó tendencia en el cine europeo.
En esencia, Charlotte y su novio es una gran broma, que se inicia con la irrupción de la protagonista en el cuartucho que ocupa Jules, su antiguo amante, que lee el periódico en la cama mientras se fuma un cigarrillo. Nada más verla, el joven da por sentado que el motivo de la visita de su ex obedece al deseo de volver con él, lo que le lleva a soltar un largo monólogo, de marcado talante misógino, en el que divaga sobre su relación y las mujeres en general. Charlotte escucha la perorata con aire despreocupado, casi infantil, mientras su nuevo novio, que la espera en el coche, deja notar su presencia haciendo sonar el claxon del vehículo.
Fotografía en blanco y negro, presupuesto mínimo, un único espacio y dos personajes cada cual en su mundo constituyen la marca de identidad de este cortometraje, que Godard presenta como un homenaje a Jean Cocteau. Es digno de mención el contraste entre la palabra y la imagen: uno de los actores habla todo el tiempo mientras su compañera permanece casi siempre en silencio, pero el director prefiere fijar muchas veces su mirada en la chica, que en todo momento da la impresión de vivir feliz en su planeta y no escuchar nada de lo que se le está diciendo. Ese soliloquio, mezcla de vanidad y despecho, incluye diversos tacos, algo poco visto por entonces en el cine francés, y en muchos otros. El montaje es sincopado, casi todo son planos cortos pero escasean los primeros planos, y la música parece concebida para darle un toque moderno a un film al que se le nota el ímprobo esfuerzo por serlo, pero que se resiente de una desafortunada decisión del director, que decidió doblar él mismo la voz de Belmondo y con ello hizo que su discurso sonase mecánico y carente de emoción. Una lástima, porque el actor luce su presencia canalla en escena y marca el paso con su actitud y sus movimientos de una obra en la que su compañera de reparto, Anne Collette, encarna con desenfado al eterno femenino. El hombre habla, se vanagloria y amenaza, pero la cámara de Godard muestra desde el principio que, si asumimos que toda relación humana es una relación de poder, no es precisamente él quien lo detenta en ese dúo, por mucho que lo crea. Esa broma de la que hablaba antes, y que es el eje de la película, lo deja bien claro.
Obra primeriza, curiosa pero no del todo conseguida, Charlotte y su novio puede describirse como un Godard avant Godard.