DANGER: DIABOLIK. 1968. 105´. Color.
Dirección: Mario Bava; Guión: Dino Maiuri, Brian Degas, Mario Bava y Tudor Gates, basado en el cómic de Angela y Luciana Giussani; Director de fotografía: Antonio Rinaldi; Montaje: Romana Fortini; Música: Ennio Morricone; Diseño de producción: Carlo Rambaldi; Dirección artística: Flavio Mogherini; Producción: Dino De Laurentiis, para Dino De Laurentiis Cinematografica-Marianne Productions (Italia-Francia).
Intérpretes: John Phillip Law (Diabolik); Marisa Mell (Eva Kant); Michel Piccoli (Inspector Ginko); Adolfo Celi (Ralph Valmont); Terry Thomas (Ministro); Claudio Gora (Jefe de policía); Mario Donen (Sargento Danek); Renzo Palmer (Mr. Hammond); Caterina Boratto (Lady Clark); Lucia Modugno, Annie Gorassini, Carlo Croccolo.
Sinopsis: Diabolik es un intrépido ladrón que actúa enmascarado y tiene en jaque a las fuerzas del orden.
Por mucho que su nombre esté para siempre asociado al cine de terror, Mario Bava fue un director que cultivó multitud de géneros, logrando en muchas ocasiones resultados más que dignos. Luego de finalizar una olvidable parodia de los films de espionaje, a mayor gloria del dúo que formaban Franco Franchi y Ciccio Ingrassia, Bava cambió de registro, aunque no tanto como pudiera parecer, realizando la adaptación cinematográfica de Diabolik, cómic lanzado a principios de los 60 por las hermanas Angela y Giuliana Guissani que cosechó un gran éxito entre la juventud de la época, lo que incitó al célebre productor Dino De Laurentiis a adquirir los derechos y reproducir en los cines la repercusión obtenida en los kioskos, algo que sólo consiguió en parte.
En los años 60 se pusieron de moda muchas cosas, entre ellas las adaptaciones, ya fueran para el cine o la televisión, de los cómics mejor valorados por los jóvenes, segmento de población hacia el que cada vez se estaba orientando con mayor énfasis la industria del espectáculo. Era de esperar que Italia, un país que por entonces tenía una industria cinematográfica potentísima, siguiera esa senda como lo hacía con todas las que llegaban desde los Estados Unidos, añadiendo ingredientes apreciados por el público local. En este contexto, Diabolik resulta llamativo porque el protagonista es un ladrón con un profundo perfil antisistema, lo que enlaza esta historia con el auge de la contracultura que se vivía por entonces. Dicho esto, la propuesta no es demasiado original, pues sigue los esquemas fijados por Souvestre y Allain en Fantomas, uno de los tebeos más populares a escala europea. Hay más influencias visibles, repartidas aquí y allá: el audaz ladrón enmascarado se refugia después de sus acciones (en su caso, fechorías) en una cueva, como Batman, pero el influjo más visible lo hallamos, algo que era de esperar porque el impacto del agente secreto más conocido de la historia fue universal, en la saga de James Bond: Diabolik, que viste de negro, actúa enmascarado y oculta su identidad, es un tipo muy cool con una novia despampanante, y para sacar de quicio a las fuerzas de seguridad con sus robos utiliza, además de automóviles de lujo (de la marca Jaguar, en concreto), una ingente cantidad de gadgets que le permiten apoderarse del dinero y las joyas que los millonarios y la policía creen invulnerables. Por otro lado, Diabolik no es ningún Robin Hood: roba millones, pero lo que hace con ellos es quedárselos y arrojarlos sobre el catre mientras retoza con su espectacular compañera.
La manera que escogió Mario Bava de lanzarse a esta piscina fue a través del delirio lisérgico, lo que me parece buena elección si tenemos en cuenta el espíritu de la época y que las arriesgadas peripecias de Diabolik se dan de tortas con la lógica. Esta aproximación alucinógena se hace patente en la escena de la discoteca, así como en la secuencia en la que el protagonista, haciéndose pasar por un reportero, revienta una rueda de prensa del ministro del Interior inundando la sala con gas de la risa. El uso de filtros, el vestuario y los decorados hacen que la película, vista hoy, sea todo un monumento al kitsch que la convierte en una curiosidad por la estética. Si a esto unimos que la historia es del todo inverosímil, pero muy entretenida, tenemos un conjunto que tal vez no sea demasiado representativo del cine de quien fue el máximo exponente del giallo, pero sí es una vuelta de tuerca interesante a su estilo, con elementos que adoptó en su filmografía posterior. Lo mejor del conjunto es el enfrentamiento entre Diabolik y su antagonista, el inspector de policía Ginko, que vive con la frustración de no ser capaz de atrapar al ladrón más escurridizo que existe. Ginko es un defensor de la ley y el orden, pero observa a su propio bando con escepticismo, pues no en vano la clase política a la que sirve es representada como la quintaesencia de la estupidez (aquí sí, un rasgo realista), que no duda en aliarse con el crimen organizado (para el que también Diabolik es una presencia molesta) cuando sus intereses así lo aconsejan. Las persecuciones son vibrantes, en el robo de las esmeraldas también se nota la influencia de La pantera rosa, y la ausencia de un guión sólido y estructurado se nota menos gracias a todos estos detalles. Dos apuntes más: al margen de poseer un físico que desaconseja el pestañeo, y que aporta al film una indudable carga erótica, Eva Kant, la novia de Diabolik, es también una joven audaz e inteligente sin cuya participación los delitos del protagonista no podrían llevarse a cabo (eso sí, supone el único elemento que hace vulnerable al ladrón), y la música de Ennio Morricone, primera de las 18 bandas sonoras que firmó sólo en el año 1968, mezcla al compositor pop que construyó éxitos para artistas como Mina con el artista experimental que siempre fue el maestro romano, lo que produce un híbrido un punto delirante que, eso sí, enlaza de maravilla con el tono del film.
Para interpretar a Diabolik, se escogió a John Phillip Law, joven actor estadounidense que, como tantos otros, dio el salto a Europa para dar impulso a una carrera que, por su aspecto apolíneo, parecía por aquellos años que iba a dar para más. El hieratismo de su personaje oculta en parte el hecho de que Law es un actor muy limitado, que terminó por ser carne de serie B y cuyo mejor film sería sin duda uno inédito: el relato de su propia vida. Eso sí, sólo apto para adultos. A su lado, la bellísima actriz austríaca Marisa Mell, que consigue eclipsar a su partenaire masculino sin demasiado esfuerzo, porque a su espléndido físico une un mejor nivel interpretativo. El mejor del reparto es Michel Piccoli, que más allá del cine de autor supo afrontar con dignidad papeles en cintas más comerciales como hace aquí. Su Ginko posee firmeza y aplomo, virtudes que se ven ensalzadas en pantalla gracias al talento del actor que lo interpreta. En cambio, Terry Thomas sobreactúa de manera evidente, mientras que Adolfo Celi, un actor notable que sí había estado en un film del auténtico James Bond, da empaque al gángster al que le toca interpretar.
A modo de cierre, esta primera adaptación al cine de Diabolik es irregular, pero también un entretenidísimo delirio kitsch, tremendamente útil para limpiar las neuronas y, de esta forma, afrontar con mejor cara el mucho menos edificante delirio cotidiano.