KUOLLEET LEHDET. 2023. 78´. Color.
Dirección: Aki Kaurismaki; Guión: Aki Kaurismaki; Dirección de fotografía: Timo Salminen; Montaje: Samu Heikkila; Música: Canciones de Joseph Kosma, Bob Merrill, Carlos Gardel, Franz Schubert, Maustetytot, etc; Diseño de producción: Ville Grönroos; Producción: Aki Kaurismaki, Misha Jaari, Reinhard Brundig y Mark Lwoff, para Sputnik Oy-Bufo- Pandora Film (Finlandia-Alemania)
Intérpretes: Alma Pöysti (Ansa); Jussi Vatanen (Holappa); Janne Hyytiainen (Hannes); Nuppu Koivu (Lisa); Mia Snellman, Mikko Mykkanen, Sherwan Haji, Martti Suosalo, Karar Al-Bazoon, Toni Buckman, Mika Nikander, Simon Al-Bazoon, Alina Tomnikov.
Sinopsis: Ansa, una dependienta, y Holappa, un trabajador de la construcción, se conocen en un karaoke e inician una relación marcada por la precariedad y el alcoholismo de él.
Poco se ha prodigado en los últimos tiempos Aki Kaurismaki, un director que años atrás tenía acostumbrado a sus fieles, que no son pocos, a un ritmo de producción bastante más alto. Esta intermitencia no guarda relación con una pérdida de relevancia del hombre que puso a su país, Finlandia, en el mapa cinematográfico mundial, pues sus últimos proyectos mantienen unos altos estándares de calidad y han sido laureados en certámenes de mucho prestigio. Prueba de ello es su, por ahora, último largometraje, Fallen leaves, ganador del Gran Premio del Jurado en el festival de Cannes y galardonado asimismo en otras muestras importantes, como San Sebastián o Toronto. Este film, que enlaza con la célebre trilogía del proletariado de Kaurismaki, narra la historia de amor entre dos semidesechos del sistema capitalista, y lo hace de una forma que demuestra que los trabajos del director podrán ser más espaciados ahora, pero no han perdido su vigencia, ni mucho menos su vigor.
No soy de los que piensan que Aki Kaurismaki siempre hace la misma película, aunque es obvio que su cine tiene un estilo muy definido y es del todo reconocible para cualquier aficionado al séptimo arte. Al finés siempre le han interesado los outsiders, los seres anónimos que luchan por mantenerse a flote, y lo hacen sin perder su esencia, en una sociedad en la que parece no haber sitio para ellos. Dos criaturas de esta naturaleza protagonizan este film, cuyo título remite a una bella canción mil veces versionada (aquí la escuchamos en finlandés), que el dúo formado por Cannonball Adderley y Miles Davis llevó a los límites de la perfección cuando Kaurismaki estaba en la guardería. Ansa es una mujer en los últimos estertores de la juventud, que vive sola en un suburbio de Helsinki y trabaja como dependienta en un supermercado. Holappa, por su parte, es un obrero con demasiada afición por la bebida, cuya residencia es un piso pequeño que comparte con algunos compañeros de trabajo. Empujado por uno de ellos, Hannes, Holappa acude una noche a un karaoke, lugar al que también ha ido a divertirse, o cuanto menos a intentarlo, Ansa, en su caso por iniciativa de Lisa, compañera de trabajo y amiga. Mientras Hannes demuestra sus habilidades como cantante, e intenta aprovecharlas para ligar con Lisa, Holappa bebe y calla, que es su comportamiento habitual. Se siente atraído por Ansa, y ella comparte ese interés, pero la cosa no pasa de ahí en este primer encuentro. Vendrán otros, mientras ambos lidian con el malestar que les provoca la guerra en Ucrania, presencia permanente en los noticiarios radiofónicos, y con la precariedad laboral que les hace ir empalmando empleos de poca monta.
Kaurismaki lo impregna todo de su estilo minimalista y lacónico, con ese particular modo de ver la vida que oscila entre la nostalgia y la socarronería. Su retrato social, en el que la crítica al sistema está muy presente, no es airado al modo de un Ken Loach, sino teñido de una displicente parsimonia que aporta amabilidad a la cáustica puesta en escena. Es evidente la simpatía que el director muestra hacia sus protagonistas, que en rigor son unos perdedores, pero que son gente humilde con principios, que ni trata de avasallar a nadie, ni se deja avasallar, y busca a su modo la felicidad en un entorno hostil. Holappa quizá pierda los empleos por su alcoholismo, pero Ansa es una trabajadora ejemplar, e igualmente es zarandeada por el sistema, primero siendo despedida por llevarse del supermercado un producto que, al estar pasado de fecha, iba a acabar en el contenedor, y más tarde yéndose al paro por los trapicheos del restaurador que la contrata como friegaplatos. Sin embargo, hay mucha más entereza que crispación en esta pareja, que poco a poco se consolida y atisba un halo de esperanza en el porvenir, a pesar de que el destino parece empeñado en interponerse, a veces de manera muy cruel, entre ellos. Hay que decir que los diálogos, escasos como es marca de la casa, son ingeniosos y divertidos, en particular los que comparten Holappa y Hannes. Abundan, cómo no, los guiños cinéfilos: la pareja va a ver Los muertos no mueren, de Jim Jarmusch, director con el que Kaurismaki comparte universo e intereses, y se reencuentra en la misma sala, siempre trufada de carteles de obras clásicas. Es gracioso que, cuando la pareja abandona el cine después de ver el film de Jarmusch, Kaurismaki se entretenga en la reacción de dos cinéfilos, que analizan la influencia de Bresson y Godard en una película que, para los despistados, es de zombis. Por lo demás, el tono es amable, y en ello colabora la cálida fotografía de Timo Salminen, eterna mano derecha del director, que una vez más apuesta por el poder visual de los colores primarios. Como de costumbre, la música tiene un papel preponderante, ya desde el título, y así se ha señalado. El eclecticismo y cultura musical de Kaurismaki le lleva desde Schubert hasta el Mambo italiano, pasando por el inmortal Carlos Gardel, pero la verdadera revelación es la presencia de un interesante dúo de pop electrónico, Mautetytot, que un servidor desconocía por completo hasta que vio esta película.
Alma Pöysti es una actriz finlandesa en pleno auge, lo que no es de extrañar dado que en Fallen leaves demuestra poseer mucho talento, al mostrarse del todo creíble en la piel de una mujer cuya vida está marcada por la precariedad, tanto en lo laboral como en lo amoroso, pero que sigue adelante sin traicionarse a sí misma, y también sin hacer indigestas proclamas, algo que tanto daño hace al llamado cine social o feminista. Jussi Vatanen, actor curtido en la televisión, se enfrenta a un personaje que es hierático a fuerza de ser contenido, y salda el envite con muy buena nota. Janne Hyytiainen, que a diferencia de sus compañeros ya había colaborado varias veces con Kaurismaki, mejora cada escena en la que interviene, con su aspecto jovial y su ironía, mientras que Nuppu Koivu, cuya escueta filmografía incluye las dos últimas películas del cineasta más famoso de su país, rinde un punto por debajo de sus compañeros, pero no desentona. Del resto, destacar la breve pero jugosa aparición de Martti Suosalo, rostro recurrente del audiovisual finlandés hasta ahora ajeno al cine de Aki Kaurismaki.
Fallen leaves es, por encima de todo, una muy buena película, que demuestra una vez más que su cáustico director es un alma sensible al que la decadencia no le ha llegado todavía. Esta comedia romántica al modo Kaurismaki, de quien de nuevo hay que alabar su capacidad de síntesis, es uno de los mejores films europeos que uno haya visto en los últimos años.