.
THE DAM BUSTERS. 1955. 121´. B/N.
Dirección: Michael Anderson; Guión: R.C. Sherriff, basado en la novela de Paul Brickhill y en el relato Enemy coast ahead, del comandante Guy Gibson; Dirección de fotografía: Erwin Hillier; Montaje: Richard Best; Música: Leighton Lucas; Dirección artística: Robert Jones; Producción: Robert Clark, para Associated British Picture Corporation (Reino Unido).
Intérpretes: Richard Todd (Comandante Guy Gibson); Michael Redgrave (Doctor Wallis); Ursula Jeans (Mrs. Wallis); Basil Sydney (Mariscal Harris); Patrick Barr (Capitán Mutt Summers); Ernest Clark (Vicemariscal Cochrane); Derek Farr (Capitán Whitworth); Charles Carson, Stanley Van Beers, Colin Tapley, Frederick Leister, Eric Messiter, Hugh Manning, Nigel Stock, Robert Shaw, David Morrell, George Baker, Harold Goodwin, Patrick McGoohan, June Powell.
Sinopsis: Durante la Segunda Guerra Mundial, un científico inglés busca la forma de hacer posible un ataque aéreo contra unas presas que suministran agua al enemigo. Cuando su plan es aprobado, se forma un escuadrón para llevar a cabo la ofensiva.
Director todoterreno, relegado casi siempre a un segundo plano, pero capaz de llevar a buen puerto producciones de enjundia, Michael Anderson se dio a conocer más allá de las fronteras británicas con The Dam Busters, drama bélico que aborda la preparación y ejecución de los ataques ingleses a diversas presas situadas en territorio alemán en plena Segunda Guerra Mundial. Por encima del inevitable mensaje patriótico, la crítica supo ver las buenas hechuras cinematográficas de un proyecto ejecutado con rigor y que fue, en su momento, un logro notable para la industria cinematográfica británica de la posguerra, coronado con un significativo éxito de público y una nominación al Óscar a los mejores efectos especiales.
Muchos historiadores señalan el año 1942 como aquel en el que la Segunda Guerra Mundial, hasta entonces un triunfo sin paliativos para Alemania y sus aliados, dio el giro decisivo, gracias sobre todo a dos hechos ocurridos el año anterior: el ataque ordenado por Hitler a la Unión Soviética y el bombardeo japonés contra la base naval estadounidense de Pearl Harbour. En Europa Occidental, Inglaterra era el único contrapeso al dominio alemán, y The Dam Busters recrea una acción bélica que quizá tuvo más poder propagandístico (buena prueba de ello es que el gobierno nazi ocultó sus consecuencias a la población alemana) que estrictamente militar, pero que sirve para ilustrar, por un lado, que la imagen de invulnerabilidad germana empezaba ya entonces a tambalearse, y también cómo la ciencia, puesta al servicio del aparato bélico, posibilitó acciones militares nunca vistas hasta entonces. El film, que como es natural contó con la colaboración de la Royal Air Force, comienza en la campiña británica, donde un reputado científico dedica todas sus energías y conocimientos sobre Física en encontrar un sistema que permita la destrucción de diversas presas que abastecen de agua a Alemania mediante un bombardeo aéreo, acción en apariencia imposible, puesto que los aviones de combate no estaban capacitados para transportar bombas con el suficiente tamaño para destruir unas infraestructuras famosas por su solidez. A partir de ahí, la película se divide en dos partes bien diferenciadas: en la primera, se narra el proceso a través del cual el mencionado científico, el doctor Wallis, consigue hacer viable su proyecto sobre el papel e inicia una fase de pruebas que avanza en paralelo a sus intentos por convencer a la jerarquía militar, remisa debido al aluvión de propuestas que recibe y la escasez de recursos logísticos y económicos para llevarlas a cabo, de la necesidad de dar vía libre a su iniciativa, que logra el suficiente apoyo del Mariscal del Aire Sir Arthur Harris como para ser llevada hasta el despacho del Primer Ministro, que muestra su entusiasmo con el proyecto y le brinda el apoyo solicitado. La segunda parte de la obra explica cómo el comandante Guy Gibson, designado para escoger y formar al escuadrón encargado de realizar el bombardeo, escoge y entrena a sus hombres antes de ejecutar el ataque. Gibson, cuyo testimonio es una de las fuentes principales en las que se basa el guión de la película, se nos presenta como un héroe de una pieza, un líder enérgico y comprensivo que pone todo su empeño en el buen resultado de una misión que supone un claro riesgo para todos y cada uno de los pilotos que la han de ejecutar.
No fue la primera película bélica en la que esto sucede, pero The Dam Busters destaca, entre otras cosas, por la completa ausencia del enemigo, que sólo aparece en forma de cazas y defensas antiaéreas que hacen frente al bombardeo, pero sin que se les ponga rostro en ningún momento. Gracias a la ayuda de un guión sólido y elaborado con esmero, Michael Anderson logra captar la atención del espectador en las secuencias de estudio, para lanzarse en el último tercio de la película a un enérgico ejercicio de acción, vobrante y bien realizado. Para el publico de hoy, los efectos especiales usados en la película parecerán muy desfasados, pero en pantalla funcionan con eficacia y es preciso destacar que el film se estrenó en 1955, y que la prueba de que estos efectos podían codearse con los empleados en las más caras superproducciones del Hollywood de la época la tenemos en la mencionada nominación al Óscar en este apartado, casi siempre patrimonio exclusivo de films estadounidenses. Tanto los planos aéreos como la voladura de las presas alcanzan el nivel de espectacularidad requerido, gracias al buen hacer del director, al trabajo de edición de Richard Best y a la labor de los técnicos implicados. Sin embargo, el gran mérito de The Dam Busters reside en que, siendo este clímax el eje de todo, la narración no aburre en ningún momento antes de llegar hasta allí. En el debe, un marcado tono patriotero y la falta de mayor énfasis en el perfil psicológico de los personajes, solventado de un modo superficial. Respecto a la música, uno de los últimos trabajos para la gran pantalla de Leighton Lucas, decir que posee el requerido tono marcial y acompaña con eficacia las secuencias más espectaculares.
Michael Redgrave, miembro de una selecta estirpe de actores británicos, era una elección idónea para el papel del doctor Wallis, por su presencia escénica y por el aplomo que sabía imprimir a sus personajes. Su labor es excelente, siendo el mejor del reparto a pesar de que su intervención en el clímax de la película es casi inexistente. No obstante, su reacción al ser consciente del coste en vidas humanas que ha tenido la realización de su proyecto confirma a un actor de gran categoría. Richard Todd, que compartía con Redgrave el haber trabajado a las órdenes de Alfred Hitchcock y había pertenecido al Cuerpo de Paracaidistas durante la guerra, hace una interpretación más típica de un personaje heroico, pero cumple su rol con creces. Integran el elenco de secundarios actores de mucho nivel, curtidos en las tablas de los teatros, como Basil Sydney, notable como militar de alto rango, Patrick Barr, rostro archiconocido del audiovisual británico, o Derek Farr, además de unos jóvenes Robert Shaw, ya mostrando sus grandes posibilidades, y Patrick McGoohan, en la que fue su tercera película.
Notable drama bélico, The Dam Busters es una obra poco conocida y digna de ser rescatada, porque más allá de estar basada en hechos reales, hay mucho entretenimiento de calidad en ella.