NO SOMOS NADA. 2021. 108´. Color.
Dirección: Javier Corcuera; Guión: Javier Corcuera y Manuel Viqueira; Dirección de fotografía: Mariano Agudo; Montaje: Martin Eller; Música: Canciones de La Polla Records; Producción: Lautaro Herrera, para Intermedia Producciones-La Mula Producciones-Quechua Films-Tamboura Films (España-Perú).
Intérpretes: Evaristo Páramos, Abel Murúa, Manuel García Sumé, Pilar Pérez, Fernando Murúa, Txarly, Txiki, Iker Igeltz Tripi.
Sinopsis: Crónica de la gira de reunión de La Polla Records, grupo punk originario del País Vasco.
El cineasta peruano Javier Corcuera siempre se ha movido en el mundo de la no ficción, terreno en el que, después de brillar con su ópera prima, La espalda del mundo, ha dirigido diversas películas, todas ellas concebidas desde un izquierdismo militante, que han tenido una acogida desigual. Con motivo de la gira de reunión, que era también la despedida, del grupo punk La Polla Records, Corcuera, que ya había realizado otros proyectos con la música como protagonista, fue el elegido para filmar el devenir de ese tour, aunque la obra resultante sea más bien una biografía del cantante de la banda, Evaristo Páramos, una de las figuras más carismáticas del punk español. Con todo, el film consiguió buenas críticas y el galardón otorgado por el público del festival In-Edit, una de las citas imprescindibles del documental musical a nivel planetario.
Quienes fuimos adolescentes de extrarradio en los años 80 recordamos perfectamente a La Polla Records, paradigma de grupo antisistema. No es que el punk, género musical asociado a lo revolucionario, calara muy hondo en nuestros barrios, poblados de seguidores del heavy metal (a mí me lo van a decir), estando, y esto no deja de ser una paradoja, más presente en zonas urbanas de un nivel socioeconómico más elevado. Aun así, La Polla Records tenía el respeto de los melenudos de periferia, por la virulencia ácrata de sus letras y sus celebradas salidas de tono frente a los vigilantes de la moral y las buenas costumbres. La película está construida a partir de los recuerdos de Evaristo Páramos y Abel Murúa, bajista del grupo y único miembro de la banda original que formó parte de su última gira y quiso intervenir en el proyecto, porque el guitarrista rítmico de La Polla Records, Manuel García Sumé, hizo gala de su legendaria aversión a los medios y rehusó participar en la filmación. Todo gira alrededor de Evaristo, cuya vida y personalidad son, desde luego, de película. Adscritos al movimiento del rock radical vasco, muy en boga en los primeros años de la democracia, dos son los rasgos distintivos de este grupo respecto a otros del gremio: el no provenir de zonas urbanas (sus miembros se criaron en Salvatierra, núcleo de una comarca rural alavesa) y el haber permanecido ajenos a la promoción del independentismo mediante su música. Por lo demás, el origen de la banda es el de cualquier otro grupo punk: un tipo con ganas de berrear lo poco que le gusta el mundo, unos colegas que no tienen la más mínima idea de cómo hacer música, unos pocos ensayos y al lío. Evaristo, nacido en Galicia y celtarra, es torrencial, de verbo incontinente, capaz de soltar genialidades y gilipolleces sin parangón en la misma frase. Abel es pausado, y rememora la historia del grupo mientras bebe una caña en el bar Otxoa, origen, punto de encuentro e incluso agencia de contratación del grupo en sus primeros tiempos. Quince años después de la separación, que tuvo lugar a principios de este siglo, el grupo se reunió, ya sin Txarly, el guitarra solista, incapacitado para tocar a causa de un accidente, ni Fernando, batería y pegamento de la banda, cuya muerte repentina fue el detonante de la separación. En contra de lo que había sido la trayectoria de La Polla Records, que practicaban eso tan punk de tocar en tugurios, la gira de despedida se celebró en grandes recintos de Europa y Latinoamérica, región en la que el grupo conserva una nutrida multitud de seguidores. La película alterna imágenes de esos conciertos (intercaladas con otras de archivo de la primera etapa del grupo) con declaraciones de Evaristo y Abel. El cantante divaga mientras la cámara le sigue en sus largas caminatas por el campo alavés, lugar en el que creció y reside en la actualidad. Recuerda lo mucho que lloraba siendo un bebé (a su manera, ya nació siendo punki), sus orígenes gallegos, la formación del grupo (aunque, en este punto, quien aporta el testimonio más memorable es Abel, que afirma que, cuando su amigo se presentó en el Otxoa con distintos instrumentos, se enteró por primera vez de que un bajo, gracias al cual se ha ganado la vida desde entonces, tiene cuatro cuerdas), y su trayectoria a lo largo de los años, todo ello aderezado con un sinfín de declaraciones ácratas marca de la casa. Tal vez, sin embargo, lo más subversivo que dice Evaristo Páramos en toda la película lo hace al reconocer que, en sus conflictos adolescentes con sus padres, ellos tenían más razón que él.
Javier Corcuera se entrega por completo a Evaristo, con quien se adivina una gran complicidad que, a mi juicio, no beneficia las lógicas pretensiones de hacer interesante la película a quienes no sean seguidores de La Polla Records, o nostálgicos del punk en general. El director conoce el oficio, el montaje es eficaz, pero su trabajo no añade valor a lo que aportan sus protagonistas. Se echa en falta, además, una mayor presencia de imágenes de archivo, prácticamente reducidas a retazos de interpretaciones en directo de los clásicos de la banda, y mucho, mucho contexto: no sólo carecemos de otros testimonios que los ofrecidos por dos miembros del grupo, sino que No somos nada, título de uno de los álbumes más icónicos de La Polla Records, casi nada aporta para conocer la importancia del grupo en sus años de apogeo, o sobre su lugar en la historia del rock radical vasco. Ahí radica el principal defecto de una película que empieza y acaba en Evaristo Páramos, y cuyos mejores momentos los hallamos cuando aparece en escena su madre, Pilar, una mujer gallega, fuerte y muy sufrida, que no vio actuar a su hijo en directo hasta esa gira. Es en esas secuencias donde vamos más allá del homenaje y entramos en lo auténtico, que es igualmente lo más valorable en el punk, porque la calidad musical nunca estuvo, ni se la pretendió.
No somos nada funciona mejor como biografía de Evaristo Páramos que como crónica del devenir de un grupo, en lo bueno y en lo malo, harto peculiar. La dirección de Javier Corcuera se queda en lo funcional, e incluso el repaso al iconoclasta cancionero de La Polla Records no va mucho más allá de la superficie. Película, en fin, más idónea para el acercamiento del profano que para la satisfacción de los viejos fanáticos de la banda.