PERFECT DAYS. 2023. 121´. Color.
Dirección: Wim Wenders; Guión: Wim Wenders y Takuma Takasaki; Dirección de fotografía: Franz Lustig; Montaje: Toni Froschhammer; Diseño de producción: Towaki Kuwajima; Música: Miscelánea. Canciones de Lou Reed, Patti Smith, Van Morrison, etc.; Producción: Koji Yanai, Wim Wenders y Takuma Takasaki, para Mastermind-Wenders Images (Alemania-Japón).
Intérpretes: Kôji Yakusho (Hirayama); Tokio Emoto (Takashi); Arisa Nakano (Niko); Yumi Aso (Keiko); Tomokazu Miura (Tomoyama); Min Tanaka, Aoi Yamada, Aoi Yoshida, Inuko Inuyama.
Sinopsis: Un hombre maduro, que trabaja limpiando los urinarios de Tokio, vive en paz su día a día.
Buena parte de la cinefilia saludó a Perfect days como la resurrección de Wim Wenders en la ficción cinematográfica, terreno en el que su filmografía en el presente siglo es escasa e intrascendente. Amante de la cultura japonesa, el director germano regresó al país del Sol Naciente, y con ello a su admirado Yasuhiro Ozu, una de sus principales influencias. En estos tiempo de prisas, gritos, sálvese quien pueda, descontrolada huida hacia adelante y apoteosis del postureo, Wenders triunfó con una propuesta radical por su reivindicación de la pausa, de lo analógico, de la cultura y del gozo de las pequeñas cosas. El empuje de La zona de interés le hizo llevarse el Óscar a la mejor película extranjera, pero Perfect days me parece una obra que, en el ánimo de su creador, fue concebida para perdurar en el tiempo, y cuya calidad le convierte en una firme candidata a conseguirlo.
Lo que lleva aquí a cabo Wim Wenders, al margen de hacer aflorar su reconocida alma de documentalista, es un homenaje a Japón en la figura de un antihéroe con todas las letras, un personaje fuera de su tiempo que lleva una existencia a la que cabe situar en las antípodas de ese gran escaparate de la nada que son las redes sociales. Hirayama tiene el empleo menos glamouroso que pueda imaginarse, pues se gana la vida limpiando los urinarios públicos de Tokio, vive solo, estructura su día a día en una serie de rutinas del todo definidas y, en lugar de seguir la norma de vivir de cara a los demás, podría decirse que se ha construido su propio rincón al margen de la sociedad, pese a formar parte de ella, y disfruta en él. La primera hora de metraje la dedica Wenders a seguir el día a día de Hirayama, que se despierta al amanecer, cuida su higiene personal, se pone su uniforme de trabajo, se toma un café y se dirige a su puesto de trabajo en una furgoneta, mientras escucha cassettes (han leído bien) de distintas leyendas del pop y el rock. El protagonista, que es un tipo observador que apenas habla, tiene una ética de trabajo encomiable: quizá para muchos su oficio es degradante, pero él ejecuta sus tareas con un empeño y una precisión que seguramente también están pasados de moda. Su joven y muy locuaz compañero Takashi le explica su vida, e Hirayama le observa y sigue a su aire. Almuerza cada día en el mismo parque, come en una taberna en la que saben bien lo que va a tomar, y concluida su jornada acude a unos baños públicos para mantenerse aseado y después regresar a su casa y refugiarse en la lectura hasta que el sueño le vence. Cuando tiene fiesta, Hirayama pasea por la ciudad y visita un restaurante regentado por una mujer que, además de saber cocinar buenos platos, posee una magnífica voz. De la mano de Wenders, sabemos a la perfección quién es Hirayama, pero ignoramos por completo quién fue hasta que aparece en su domicilio su sobrina, una adolescente que ha huido de casa.
El director, tantas veces entregado a un humanismo naïf que con frecuencia cruza la frontera de lo sensiblero, se muestra inspirado en Perfect days. Utiliza casi todas las armas posibles para conseguir que el espectador empatice con su protagonista, pero lo hace sin artificios, de un modo sencillo y fluido, como si esa paz que desprende el modo de filmar de Ozu se le hubiera contagiado de forma pura y natural. En un mundo que cada vez parece más una lucha de todos contra todos, Wenders crea una película ajena a todo conflicto, encuentra el placer de lo sencillo y convence incluso a quienes no creemos en eso de la alegría de los pobres y las ventajas de conformarse con poco. Como en sus mejores obras, sus intenciones moralistas no arruinan un discurso sereno, emotivo y coherente, apoyado en su característico virtuosismo visual, que esta vez se articula en planos largos y reflexivos, que retratan con amor un Tokio alejado del bullicio y los estereotipos. Gracias a la sintonía entre el realizador y Franz Lustig, su camarógrafo desde hace varias décadas, la capital japonesa no sólo parece bella en la luminosidad del parque, sino también bajo la lluvia y en la noche, e incluso en el suburbio en el que vive Hirayama y en los urinarios que limpia con esmero y que, gracias a personas como él, producen envidia en quienes vivimos en ciudades sucias. En cierto modo, toda esa placidez emana del propio protagonista, que representa una figura casi angelical, como las vistas en Cielo sobre Berlín, pero de una forma mucho menos pretenciosa. Con su pose entre beatífica y despreocupada, Hirayama contempla el fallido romance de Takashi, las cuitas deportivas de los clientes del bar, los comentarios de la dependienta de la librería o las peculiaridades de los clientes de los lavabos públicos; pero cuando mira a ese sin techo que podría ser él mismo, se reencuentra con su hermana o comparte confidencias con quien cree que es el amante de la dueña de su casa de comidas favorita, nos topamos con un individuo muy sensible, como sus lecturas o sus preferencias musicales hacían prever. No es que Wenders sea muy original en cuanto a sus elecciones para la banda sonora, compuesta por clásicos del rock, el pop y el soul, pero esas canciones son infalibles.
El espectador occidental no era ajeno al talento interpretativo de Kôji Yakusho, pues no en vano este actor ha intervenido en diversas producciones estelares, en las que ha brillado en géneros diversos, pero quienes vean Perfect days sabrán, sin duda, que este trabajo supone la cima de su carrera. No es fácil desprender bonhomía desde la parquedad, ni ser expresivo sin sobreactuar, y Yakusho logra ambas cosas en la piel de un hombre anónimo que tiene la rara virtud de mejorar su entorno. El joven, pero muy prolífico Tokio Emoto le da una réplica simpática, mientras que la adolescente Arisa Nakano exhibe desparpajo en la pantalla. Notable labor la de Yuni Aso, a pesar de la brevedad de su papel, y digna de elogio la intensidad de Tomokazu Miura, actor casi desconocido por estos lares que comparte con Yakusho una escena magistral.
Perfect days no es sólo la mejor película de Wim Wenders en muchos años, sino también una feel good movie sin imposturas, que navega a contracorriente de las modas y cautiva por su sencillez y dignidad, hasta el punto de que creo que Yasuhiro Ozu se sentiría orgulloso de lo hecho por su discípulo germano.