SHALLOW GRAVE. 1994. 89´. Color.
Dirección: Danny Boyle; Guión: John Hodge; Dirección de fotografía: Brian Tufano; Montaje: Masahiro Hirakubo; Música: Simon Boswell; Dirección artística: Zoe MacLeod; Diseño de producción: Kave Quinn; Producción: Andrew MacDonald, para Film Four International- Figment Films- The Glasgow Film Fund (Reino Unido).
Intérpretes: Kerry Fox (Juliet); Christopher Eccleston (David); Ewan McGregor (Alex); Ken Stott (Inspector McCall); Keith Allen (Hugo); Colin McCredie (Cameron); Victoria Nairn, Gary Lewis, Jean Marie Coffey, Peter Mullan, Leonard O´Malley, Frances Low.
Sinopsis: Tres excéntricos amigos escoceses buscan compañero de piso. Tras evaluar a distintos aspirantes, escogen a un hombre de aspecto misterioso.
Antes de impresionar al mundo con Trainspotting, el cineasta británico Danny Boyle ya había dado muestras de su talento con su primer trabajo para la gran pantalla, Tumba abierta, thriller que supuso su primera colaboración con el guionista John Hodge. Una buena cosecha de premios, coronada con el BAFTA a la mejor película británica, recompensó las virtudes de un film trepidante que, junto a un envoltorio joven y moderno, incorporaba elementos del cine negro clásico, adaptados a unos tiempos más cínicos y sin que la sombra de la censura acechara una propuesta que, pese a algunos errores propios de la bisoñez, cautivó a propios y extraños.
En su introducción, Tumba abierta adopta el formato de una comedia juvenil muy de su época, en la que se nos presenta a tres jóvenes, ingeniosos y encantados de conocerse, que buscan un cuarto compañero para el ático escocés en el que residen. Uno de ellos trabaja de periodista, el otro de contable y el miembro femenino del terceto ejerce la medicina. El proceso de selección se presenta como un muestrario del perverso sentido del humor del grupo, que parece encontrar un inmenso placer humillando a los aspirantes hasta que aparece Hugo, un tipo solitario y mucho mayor que ellos, que finalmente es el elegido como cuarto inquilino del piso gracias a que los jóvenes se sienten atraídos por su aire misterioso. Poco después de instalarse, el recién llegado aparece muerto sobre su cama, muy probablemente a causa de una sobredosis. Su legado: una maleta llena de dinero que los protagonistas, después de una breve deliberación, deciden quedarse, no sin antes deshacerse del cadáver de alguien que, durante el corto período que se alojó en la casa, no recibió visitas ni contactó con nadie. Pese a ello, unos traficantes andan detrás del dinero.
El tándem formado por Boyle y Hodge parece complacerse en la idea de que los grandes valores, como la amistad, suelen duran lo que tardan en ser puestos a prueba. La codicia, pecado capital que ha dado grandes momentos al cine desde los tiempos de Erich Von Stroheim, es la vía para que los tres desenfadados jóvenes, que se jactan de burlarse de unas costumbres burguesas a las que están mucho más atados de lo que creen, se conviertan en lo que realmente son: Alex, el periodista, en un ser inteligente, pero pusilánime y falto de valor; Juliet, la doctora, en una mujer sin escrúpulos ni otro objetivo que no sea el beneficio propio, con absoluto desprecio hacia los demás, y David, el tímido y apocado contable, en un ogro reclusivo que regresa al mundo exterior como una bestia asesina cuyo ascendiente sobre el resto se fundamenta en algo tan antiguo (y tan eficaz) como el miedo. La película se hace más y más truculenta a partir de una escena clave: la del descuartizamiento, y posterior entierro, de los restos de Hugo. Hay giros argumentales poco creíbles, y algunos comportamientos de los personajes bastante difíciles de entender, pero Boyle suple esas carencias narrativas con un estilo visual hipnótico, que ilustra la progresiva degradación moral de los protagonistas con numerosos primeros planos, inmersos en secuencias que narran cómo aquella casa tan divertida del principio se convierte poco menos que en el hotel de El resplandor. La quintaesencia de ese estilo la encontramos en las escenas que suceden en la oscuridad, como los mencionados descuartizamientos y entierros en el bosque y, sobre todo, en esa buhardilla que David ha convertido en su peculiar búnker con la idea de tener el dinero a buen recaudo. Ahí, Boyle saca su lado más siniestro, e impacta con imágenes más sugerentes que explícitas, pero claramente demostrativas de que, para sus protagonistas, todo el mundo es el enemigo: primero, por razones obvias, los matones que siguen la pista del dinero del que se apropió Hugo pero, más tarde, al margen de la policía que sigue la pista de los difuntos, las otras dos personas que, hasta hacía no tanto tiempo, eran sus amigos del alma. El manejo de la intriga trasciende alguna incoherencia narrativa de bulto. Brian Tufano, un camarógrafo que, como el propio director, procedía de la televisión y que había brillado en la gran pantalla con trabajos como Quadrophenia, ilumina con eficacia el contraste entre un piso amplio y luminoso, un cielo gris y la creciente inmersión en la tiniebla, mientras que Simon Boswell, un compositor que no en vano había iniciado su andadura cinematográfica en distintas películas de terror italianas, brilla más a medida que el film va haciéndose más oscuro. En la parte musical, las canciones del dúo de música electrónica Letfield se encargan de poner el prólogo y el epílogo a la obra.
La neozelandesa Kerry Fox, que había saltado a la fama gracias a su compatriota Jane Campion, encabeza un reparto que, en general, ofrece un nivel bastante elevado. Ella da vida con acierto a una mujer dotada de encanto, pero cuyo interior encierra el vacío más absoluto. Christopher Eccleston, actor cuyo bagaje hasta entonces se circunscribía prácticamente a la televisión, lidia con el personaje que encarna los aspectos que más chirrían del libreto, y eso hace que en ciertos pasajes, y pienso en la escena que precede al violento clímax en el piso, su trabajo se resienta, sin que ello signifique que sea insatisfactorio. No obstante, si por algo es conocida esta película, en lo que a intérpretes se refiere, es por haber supuesto la aternativa para Ewan McGregor, que se lleva a su terreno la mayor parte de las escenas con su desparpajo y un talento dramático incuestionable. Secundarios como Ken Stott, en el papel de un policía agudo y socarrón, Keith Allen o Gary Lewis aportan su característico saber hacer, mientras que Peter Mullan presta su inquietante presencia a uno de los matones que siguen el rastro del dinero.
Paradigma de eso tan cierto de que la gente que se cree muy lista, no suele serlo tanto a la hora de la verdad, Tumba abierta es un debut espectacular de un director fundamental para entender el cine británico contemporáneo. Aún hoy, una de las mejores obras de Danny Boyle.