COUNT ME IN. 2021. 80´. Color.
Dirección: Mark Lo; Guión: Claire Ferguson, Sarah Joblin y Mark Lo; Director de fotografía: Carlo Rinaldi, Jonathan Stow y Evan Zissimopulos; Montaje: Claire Ferguson y Andrew Hulme; Música: Andy Gray; Producción: John Giwa-Amu, Louise King y Mark Lo, para Asylum Giant-Red & Black Films (Reino Unido).
Intérpretes: Chad Smith, Cindy Blackman, Nicko McBrain, Jess Bowen, Ben Thatcher, Abe Laboriel Jr., Taylor Hawkins, Samantha Maloney, Stewart Copeland, Jim Keltner, Emily Dolan Davies, Topper Headon, Ian Paice, Roger Taylor, Clem Burke, Stephen Perkins, Nick Mason, Rat Scabies, Bob Henrit, Ossie Mair, Ross Garfield.
Sinopsis: Un grupo de baterías de rock comentan sus experiencias tocando ese instrumento.
La música es el terreno de Mark Lo, y a ella consagró su debut como director de largometrajes. Cuestión de ritmo es, sobre todo, un film sobre baterías de rock, interesante sobre el papel, puesto que se centra en unos instrumentistas importantes que siempre suelen quedar en segundo plano, pero sólo pasable en cuanto a sus resultados, porque se queda a medio camino de muchas cosas.
Nadie le discute a Mark Lo sus conocimientos sobre música, pero en su ópera prima cede a dos tentaciones demasiado obvias: centrarse en figuras de grupos muy conocidos, y sobredimensionar el papel de las mujeres. En cuanto a lo primero, decir que algunas de las presencias en el film, como las de Roger Taylor y Nick Mason, no pasan de anecdóticas, siendo de más contenido las de Ian Paice, Stewart Copeland y, sobre todo, Nicko McBrain, uno de los que mejor sabe transmitir al espectador la vocación temprana de ser percusionista. Respecto a lo segundo, a veces la realidad es injusta, pero lo cierto es que, hasta el momento, y no estoy diciendo que esto vaya a seguir siendo así en el futuro, el papel de la mujer en la batería no pasa de ser una nota a pie de página en la historia de este instrumento. De hecho, ninguna de las percusionistas que aparecen en Cuestión de ritmo ha tenido una carrera excesivamente relevante, a excepción de Cindy Blackman. Si se trataba de alabar a la mujer, ahí tienes a Terri Lynne Carrington, que sí es una instrumentista de categoría, aunque, claro, se dedica al jazz. En este punto, entro en el sangrante tema de las omisiones, a mi juicio el gran error conceptual de esta película: Mark Lo acierta al decir que, al principio de todo, estuvo el jazz, y nombra a Gene Krupa, Joe Morello, Art Blakey, Max Roach, Buddy Rich y Elvin Jones como grandes tótems del instrumento, cuya influencia posterior fue de alcance planetario y plurigeneracional. Que se olvide de Roy Haynes, y de cualquiera de los bateristas que pasaron por la banda de Miles Davis, como Philly Joe Jones, Jack De Johnette o el mismísimo Tony Williams, decepcionará al espectador entendido. De lo que ha sido el jazz después del bebop, y ha sido mucho, ni palabra, cuando en el rock hay una verdad, no absoluta, pero casi: quienes han aprendido del jazz, y comprenden ese lenguaje, son técnicamente mejores músicos que los demás. Jim Keltner, cuyo testimonio en la película tiene una especial relevancia, o Ginger Baker, de quien se ofrecen imágenes de archivo, son excelentes muestras de ello.
Lo que no considero de recibo es que se omita cualquier referencia al jazz rock o al rock progresivo, cuando muchos de los baterías que me siguen volando la cabeza cuando los escucho, y no pocos de los mejores de la historia del rock, están ahí. Una breve lista: Neil Peart, Steve Gadd, Mitch Mitchell, Jeff Porcaro, Bill Bruford, Alan White, Carl Palmer, Simon Phillips, Carmine Appice, Terry Bozzio, Vinnie Colaiuta, Steve Smith, Cozy Powell, Dennis Chambers, Billy Cobham, Dave Weckl… Quien esto comenta está de acuerdo en que se valore la aportación e influencia de Ringo Starr y Charlie Watts, y desde luego el influjo de dos figuras legendarias como las de Keith Moon y John Bonham, pero tantos olvidos deslucen el conjunto. Se prima, está claro, lo popular frente a lo puramente artístico, porque de otra forma no se explica que el metal, género que ha producido notables percusionistas, también en su lado progresivo, se quede en McBrain y las piruetas de Tommy Lee. Es verdad que la crítica musical más influyente, y salta a la vista que Mark Lo no es ajeno a esto, cree que la técnica instrumental es casi un defecto en los músicos de rock, lo cual se ha hecho más evidente desde el grunge, que no deja de ser un post-punk. En cuanto a la batería, que es de lo que aquí se trata, se han impuesto quienes machacan los tambores como si no hubiera un mañana, de los cuales hay una nutrida representación en la película. Algunos, y también algunas, hacen eso bastante bien, pero dudo mucho que su lugar en la historia esté cerca de los que he nombrado, de maestros del jazz de las últimas décadas como Jeff Ballard, Brian Blade, Jeff Tain Watts, Bill Stewart o Antonio Sánchez, o de unos tales Mike Portnoy, Dave Lombardo, Gene Hoglan o Marco Minnemann…
Dicho lo cual, la película funciona en cuanto a la acumulación de las experiencias personales de los percusionistas que intervienen, en las que manifiestan el placer que sienten al tocar la batería, algo que, en muchos casos, experimentaron por primera vez aún en la infancia. Mark Lo hace un trabajo correcto, el montaje tiene nivel y consigue que el film se vea con interés, pese a sus carencias, y la presencia de Chad Smith, gran músico y espíritu inquieto, ejerce de elemento aglutinador de todos los participantes en una película que, según mi criterio, se queda muy corta en cuanto a homenaje a la batería, por el simple hecho de tener el punto de mira desviado.