DRUGSTORE COWBOY. 1989. 100´. Color.
Dirección: Gus Van Sant; Guión: Gus Van Sant y Daniel Yost, basado en la novela de James Fogle; Director de fotografía: Robert Yeoman; Montaje: Mary Bauer y Curtiss Clayton; Diseño de producción: David Brisbin; Música: Elliot Goldenthal; Producción: Karen Murphy y Nick Wechsler, para Avenue Pictures (EE.UU).
Intérpretes: Matt Dillon (Bob Hughes); Kelly Lynch (Dianne); James Le Gros (Rick); Heather Graham (Nadine); James Remar (Detective Gentry); Max Perlich (David); William S. Burroughs (Padre Tom); Grace Zabriskie (Madre de Bob); Eric Hull, John Kelly, George Catalano.
Sinopsis: Bob lidera, junto a su novia Dianne, una banda de ladrones toxicómanos que atracan farmacias para obtener dinero y drogas.
La desigual, pero interesante, carrera de Gus Van Sant como director de largometrajes alcanzó su primer punto álgido con Drugstore cowboy, drama sobre la drogadicción que encumbró al realizador nacido en Kentucky a la cima del cine independiente rodado al otro lado del Atlántico. La película, que adaptaba una novela autobiográfica de James Fogle, encandiló a la crítica, en especial a la estadounidense, se llevó un buen botín en los Spirit Awards y representa bien el estilo de un cineasta con una forma de hacer muy característica.
Drugstore cowboy es un drama de estructura circular que se inicia con un primer plano de Bob, un joven que narra su historia desde lo que, muy pronto y gracias a un virtuoso movimiento de retroceso, vemos que es una ambulancia. En cuanto al planteamiento, el film es sencillo, por cuanto su esquema consiste en mostrar las andanzas de Bob, su bella novia Dianne, su amigo Rick y la jovencísima pareja de este, Nadine. Todos ellos son drogadictos, y se dedican a robar farmacias para obtener en ellas los narcóticos de los que dependen, y el dinero necesario para subsistir con los que pueden permitirse vender. La historia está narrada en primera persona, aspecto en el que el guión no se aleja de la novela en que se basa, y lo que vemos y escuchamos es siempre la versión de Bob, un tipo capaz de mantener su mente lúcida a pesar de la cantidad de alucinógenos que se mete en el cuerpo. Él es el líder de un grupo de jóvenes ladrones de poca monta, seres sin esperanza cuyos máximos objetivos son colocarse y escapar de la ley ya que, debido a su baja extracción social, para conseguir drogas necesitan robarlas.
La película reúne muchas de las características,positivas y negativas, del indie norteamericano. Hay un claro afán documental, influencias de la Nouvelle Vague y del cine de francotiradores como John Cassavetes, pero también un exceso de glamour en algunos aspectos que la alejan de películas señeras sobre la toxicomanía como Pánico en Needle Park. No hablo de las recreaciones de los atracos, bastante realistas, sino del aspecto de quienes los perpetran. Soy consciente de que los guapos se drogan tanto o más que los feos, pero los protagonistas de Drugstore cowboy lucen muy de portada en la película, sin apenas mostrar los estragos físicos que acarrea la adicción a las drogas. Esto, que es un defecto en sí mismo, encierra una virtud, porque multiplica el efecto de una de las escenas clave de la película, la de la sobredosis mortal de Nadine. El primer plano de su rostro, ese que apenas minutos antes hemos visto tan bello y jovial, cuando sus compañeros de cuelgue encuentran su cadáver, es mejor como elemento disuasorio de la ingesta de psicotrópicos que cualquier publicidad estatal sobre los devastadores efectos de la droga. En el haber de Gus Van Sant hay que situar su empeño en huir del melodrama y del efectismo: el humor negro tiene una importante presencia en la película, lo que la ayuda a esquivar el púlpito de la moralina incluso cuando el protagonista decide desengancharse e intentar abrirse camino en la vida a través del complicado método tradicional. Porque, y en esto Drugstore cowboy no se engaña, el problema de las drogas es lo difícil que suele ser la vida sin ellas. El estilo de Van Sant es frío, y esto creo que perjudica a la mayor parte de sus obras, pero en esta contribuye a darle un tono algo más relajado al conjunto de lo que su temática (que no su enfoque en el guión, también liviano) podría hacer pensar. Tampoco el director se recrea en la exposición del acto de meterse droga, presente en las primeras escenas pero con frecuencia soslayado después. A la hora de mostrar los efectos del cuelgue, el director recurre a la sobreimpresión de figuras y objetos para indicar el estado mental de Bob bajo el influjo de los narcóticos, un recurso que entonces tenía su punto de originalidad. Entre las escenas más destacadas, que son las que justifican que todavía hoy Drugstore cowboy sea un film notable, están la del reencuentro de Bob con su madre, la del registro domiciliario realizado por los policías a cargo del detective Gentry, más obstinado que brillante, la del entierro de Nadine y el intercambio de confidencias entre Bob y Tom, un viejo párroco drogadicto. Robert Yeoman, por entonces un camarógrafo semidesconocido y adscrito a la serie B, imprime a las imágenes un tono gris, mientras que el casi primerizo Elliot Goldenthal pasa bastante desapercibido en un film que se aleja mucho de la épica en la que este compositor ha demostrado encontrarse más en su salsa. De hecho, el aspecto musical más destacable de la película es la presencia en su banda sonora de Israelites, éxito del pionero del reggae Desmond Dekker, y de la punzante versión de For all we know en la voz de Abbey Lincoln con la que se inicia el film.
Matt Dillon es un actor cuya elección de papeles, muchas veces discutible, revela su incomodidad con el estatus estelar que Hollywood le había asignado. No hay mejor forma de explicar que encabece el reparto de un film de bajo presupuesto con la drogadicción como tema principal. Su trabajo no sólo es el mejor de un irregular reparto, sino que en verdad es él quien sostiene la película en sus momentos más flojos. Sin excesos melodramáticos que tampoco van con su temperamento, pero con eficacia, Dillon es una de las mejores bazas de Drugstore cowboy. Kelly Lynch, una de las muchas modelos que con el tiempo se pasaron a la interpretación, ya había tenido papeles en películas y series muy comerciales, y su presencia en un film de esta clase se debe, probablemente, al deseo de mostrar sus cualidades actorales en un rol complejo, algo que consigue sólo a ratos, en especial en la escena en la que reaparece en la vida de un Bob en pleno proceso de rehabilitación. James Le Gros no desentona, pero tiene más nivel como actor que el que aquí demuestra, mientras que la casi debutante Heather Graham da pruebas de un talento que Hollywood pocas veces ha sabido aprovechar en la piel de Nadine, una joven con una especial habilidad para evitar cualquier elección inteligente. James Remar aporta presencia y buen hacer al detective Gentry, Grace Zabriskie se luce en la única escena en la que aparece, y el mismísimo William S. Burroughs está impagable como párroco toxicómano experto en el arte de la divagación.
Drugstore cowboy era buena cuando se estrenó, no ha envejecido mal y continúa figurando por derecho propio entre lo mejor de la filmografía de Gus Van Sant.