TURIST/FORCE MAJEURE. 2014. 119´. Color.
Dirección: Ruben Östlund; Guión: Ruben Östlund; Director de fotografía: Fredrik Wenzel; Montaje: Jacob Secher Schulsinger y Ruben Östlund; Diseño de producción: Josefin Äsberg; Música: Ola Flottum; Dirección artística: Josefin Äsberg; Producción: Philippe Bober, Jessica Ask, Marie Kjelsson y Erik Hemmendorff, para Plattform Produktion, Film i Vast, Coproduction Office, Motlys (Suecia-Francia-Noruega-Dinamarca-Italia).
Intérpretes: Johannes Bah Kuhnke (Tomas); Lisa Loven Kongsli (Ebba); Clara Wettergren (Vera); Vincent Wettergren (Harry); Kristofer Hivju (Mats); Fanni Metelius (Fanny); Karin Myrenberg Faber (Charlotte); Brady Corbet (Americano); Johannes Moustos, Jorge Lattof, Adrian Heinisch, Michael Breitenberger.
Sinopsis: Una familia sueca pasa sus vacaciones en una estación de esquí de los Alpes franceses. Un día, se produce una avalancha y, ante la amenaza, el padre huye, mientras la madre se queda con sus hijos.
Si bien su confirmación como uno de los directores señeros del cine de autor europeo no llegó hasta su siguiente proyecto, The square, el sueco Ruben Östlund había dado muestras de su saber hacer con anterioridad, señalándose ya con Fuerza mayor como uno de los nombres a seguir en el panorama continental. A caballo entre la comedia negra y el drama familiar, esta película transita por terrenos discursivos y visuales complejos, saliendo triunfante de la mayoría de desafíos a los que se enfrenta. Quizá por ello, cautivó al sector de la cinefilia más receptivo ante obras llamadas a romper esquemas, opinión reforzada por el premio del Jurado obtenido por el film en la sección Una cierta mirada del festival de Cannes.
Si algo se la da bien a Ruben Östlund es generar incomodidad en el espectador. Aquí lo logra a partir de una premisa que invita a exactamente lo contrario, porque nos presenta a una familia escandinava de postal, formada por un hombre y una mujer que rondan los cuarenta años, y dos hijos, niño y niña, que aún no han alcanzado la adolescencia. El marco geográfico escogido, una estación de esquí de los Alpes franceses, ahonda en lo modélico de la apariencia, pues de todos es sabido que el turismo de nieve representa la quintaesencia del pijerío. El desmembramiento de un núcleo humano que podría pasar por ideal es en sí mismo un tópico del cine originario de la península escandinava, pero al director le salvan su mala uva y su habilidad para incordiar. La estructura narrativa del film se compone de cinco partes, uno por cada día de vacaciones de la familia en cuestión. En el primero, puede decirse que no sucede casi nada, lo que puede interpretarse como una estrategia de Ruben Östlund para amplificar el efecto del muy civilizado derrumbe posterior. Como mucho, una cena con una compatriota sexualmente promiscua y su última conquista, un joven norteamericano, en la que el público puede apreciar que Tomas y Ebba, los dos personajes principales, gozan de una envidiable posición económica, pero son tan anodinos como uno pudiera imaginarse. El segundo día tiene lugar el hecho traumático: una avalancha, finalmente sin consecuencias, ante la que Tomas huye y Ebba asume el rol de protectora de su prole. Después de esto, nada será igual.
La cobardía es uno de los defectos humanos con peor fama, aunque hay una frase, atribuida a Napoleón Bonaparte, que siempre ha sido para mí una regla a seguir, y es la que dice que un soldado cobarde es útil para varias batallas. Frente a un peligro de cualquier clase, lo inteligente es huir de él y salvar el pellejo, y por ello la valentía es ensalzada por doquier, por su carácter de gloriosa excepción. El análisis de por qué la sociedad actual, probablemente la formada por individuos más débiles y cobardes de cuantas ha conocido la Tierra, esté arrasada en la ficción por los superhéroes y camine de regreso hacia opciones políticas ultraconservadoras vamos a dejarlo para otra ocasión, porque lo que plantea Ruben Östlund se dirige más a analizar la naturaleza y consecuencias del miedo, así como los roles sexuales en nuestra época. Tomas, por definirlo a la manera de un conocido pensador español, es el prototipo del hombre blandengue. Ebba, una mujer de hoy, seguramente muy comprometida con la igualdad pero cuyos postulados morales son mucho más tradicionales de los que ella cree. El director presenta el matrimonio como una institución castradora para el hombre, y frustrante para la mujer, parecer que, en general, y siendo consciente de lo erróneo que es siempre pensar que la mayoría constituye el todo, comparto. Tomas es un buen padre y marido, además de un profesional de éxito capaz de proporcionar a su familia un estatus social que no muchos alcanzan, pero que, ante un peligro inminente, es incapaz de asumir el rol tradicional de macho fuerte y protector de los suyos. Este hecho, que él, una vez constatado que la avalancha se ha quedado en un susto y nadie ha resultado herido, se empeña en negar pese a las evidencias, decepciona a su mujer, que ante la cerrazón del hombre opta por humillarlo delante de cualquiera que se preste a escuchar su relato de los hechos, como por ejemplo Mats, un hombre divorciado y amigo de la pareja, y su nueva novia, Fanny, una veinteañera. Cuando por fin Tomas asume la verdad, lo hace de la manera menos viril posible, derrumbándose ante propios y extraños (ese trabajador del hotel convertido en observador mudo de los problemas del primer mundo), lo que empeora más la situación. En este punto, Fuerza mayor tiene mucho en común, y así lo ha visto parte de la crítica y el público, con El desprecio, la obra de Alberto Moravia llevada al cine por Godard en los años 60. Es en el epílogo cuando el hombre humillado, que lucha por volver a ocupar el lugar perdido tras su deserción del peligro, se redime de un modo que revela el gusto del director por el sarcasmo. Pero ojo, que esto no va, en lo esencial, de sexos, sino de miedo: a nadie se le escapa que, con los papeles invertidos, la reacción social frente a la mujer que opte por salvarse abandonando a sus hijos sería todavía peor. Hay otro tema importante en la película: la descripción de ese tipo de turismo que todo lo desconoce y que, por muy pudiente que sea su posición social, lo único que hace cuando viaja es llevarse sus mierdas a otro lugar, normalmente a uno que provoque envidia a los pringados de turno, que siempre son muchos más. Ahora que lo pienso, esta frase sería adecuada para publicitar Instagram.
Más allá de su riqueza discursiva, Fuerza mayor es un film muy solvente en lo técnico, con una fotografía de gran calidad a cargo de Fredrik Wenzel, cinematógrafo sueco que inició en esta película una fructífera colaboración con Ruben Östlund. Esto se puede apreciar no sólo en la escena clave de la avalancha, sino en el resto de las secuencias que discurren en las pistas de esquí y también en las de interior, en ese limpísimo y aséptico hotel de lujo. No obstante, hay una escena que rompe el enfoque visual de la película, y en la que Wenzel muestra otra faceta, que es la de la fiesta en la discoteca del establecimiento, en la que Tomas, que busca a su familia, se mezcla con un grupo de hombres jóvenes que derrocha testosterona de un modo más bien ridículo. El leitmotiv musical del film, cuya banda sonora, compuesta por el pujante Ola Flottum, es muy ambient y queda en segundo plano, lo constituye la segunda de Las cuatro estaciones, de Antonio Vivaldi, dedicada al verano. La instrumentación utilizada en la versión escogida acentúa la carga irónica de la relación de la tormenta estival que describe la pieza con lo que vemos en pantalla.
Al actor sueco Johannes Kuhnke pocos le conocían, más allá de su país natal, antes de esta película. Su lacónico registro da paso, en la escena en la que admite su cobardía ante su mujer, a una sobreactuación en toda regla, se diría que con el completo beneplácito del director. En general, la labor de Kuhnke es muy correcta, aunque opino que le supera la actriz protagonista, Lisa Loven Kongsli, que después de esto, no sé por puro azar o por una ironía más del destino, se metió a hacer películas de superhéroes. El abanico emocional que exhibe esta intérprete, que va desde el control absoluto de sus emociones al puro sadismo, prueba que estamos ante alguien a quien no le falta talento. La pareja de hermanos que da vida a los hijos del matrimonio protagonista me resulta algo cargante, aunque creo que eso también es algo buscado por Ruben Östlund y los niños se limitan a ser obedientes. Kristofer Hivju se vale de su físico imponente para hacer que su personaje consiga empequeñecer aún más al de Tomas, en un trabajo no exento de mérito, mientras que la interpretación de Fanni Metelius, cuyo personaje es el de la joven novia de Mats, queda un tanto ensombrecida frente a las de sus compañeros. Destacar la presencia en el reparto de la escenógrafa Karin Myrenberg Faber, que interpreta a la amiga de Ebba que representa todo lo que ella no sabe, o no se atreve a ser.
Fuerza mayor no es la clase de película que se debe recomendar a quienes busquen puro entretenimiento, pero en modo alguno es aburrida, sino más bien una prueba temprana de que Ruben Östlund es un director con un estilo muy personal, que bebe tanto del estilo de los clásicos escandinavos como de la socarronería antiburguesa de Luis Buñuel para crear obras que apelan a la inteligencia del espectador, pero a través de una malévola sonrisa cómplice, y no del discurso pomposo.