THEY SHOOT HORSES, DON´T THEY? 1969. 117´. Color.
Dirección : Sydney Pollack; Guión: James Poe y Robert E. Thompson, basado en la novela de Horace McCoy; Director de fotografía: Philip H. Lathrop; Montaje: Fredric Steinkamp; Música: John Green; Diseño de producción: Harry Horner; Producción: Irwin Winkler y Robert Chartoff, para ABC-Palomar Pictures (EE.UU.).
Intérpretes: Jane Fonda (Gloria); Michael Sarrazin (Robert); Susannah York (Alice); Gig Young (Rocky); Red Buttons (Marinero); Bonnie Bedelia (Ruby); Michael Conrad (Rollo); Bruce Dern (James); Al Lewis (Turkey); Robert Fields, Severn Darden, Allyn Ann McLerie, Madge Kennedy, Jacquelyn Hyde, Felice Orlandi.
Sinopsis: En plena Gran Depresión, se organiza un concurso de baile en el que ganará la pareja que más tiempo dure en la pista. Docenas de parejas se inscribirán en busca de los 1.500 dólares de premio, tratando de huir de la miseria.
El hombre es un lobo para el hombre, escribió Thomas Hobbes. Una criatura que disfruta con las miserias ajenas, con las desgracias de gentes dispuestas a hacer lo que sea para escapar de la pobreza. Por eso, durante la Gran Depresión se organizaban maratones de baile en las que no importaba la destreza sobre la pista, sino la resistencia. Un espectáculo ideal para que los miserables disfruten contemplando cómo aquellos a quienes la vida ha tratado aún peor se pelean por las migas de la tarta del sueño americano. Horace McCoy escribió una ácida novela sobre esas maratones, que fue llevada al cine por Sydney Pollack, director surgido de la televisión que ya había realizado dos films de cierto renombre: Propiedad condenada y La fortaleza. El éxito de Danzad, danzad, malditos le colocó entre los directores más poderosos de la industria, si bien sus películas posteriores, algunas de ellas muy premiadas, pocas veces tienen la calidad de ésta. Pollack es un cineasta más interesante en el discurso que poseedor de sentido del ritmo, y esta premiosidad narrativa lastra buena parte de su filmografía. No ocurre así en esta ocasión: el material literario es de primera, y el realizador de Indiana no desperdicia su potencia y sus posibilidades.
La película habla de la explotación del ser humano como espectáculo (tema de enorme actualidad en pleno auge de los reality shows), de cuánto pueden llegar a rebajarse los desheredados para huir de su suerte, y de cómo la humillación que ellos sufren nunca es suficiente para quienes disfrutan con ella. Es interesante comprobar a lo largo del metraje cómo la desintegración moral de los personajes, la mayoría muy jóvenes, va acompañada de una progresiva degeneración física a medida que transcurren los días de baile ininterrumpido. Lo que enseña esta película es claro: cómo quienes manejan los hilos destruyen, por placer y por dinero, lo mejor que hay en nosotros: la juventud, las ilusiones, los sueños. A Gloria ya le quedan pocos cuando se inscribe para participar en la maratón de baile. Tal vez sólo quiere ganar, por una vez, pero ni siquiera sabe para qué. Robert es más ingenuo, si bien no tardará mucho en verse inmerso en la vorágine de degeneración de la que también participan otras personas abandonadas por la suerte: una actriz de talento, un marinero veterano de la Primera Guerra Mundial, una joven pareja que espera un hijo… todos ellos harán lo que sea por conseguir el premio, y eso, en esa siniestra maratón de baile y en todas las épocas y lugares, es lo que hace felices a los poderosos: que todos haremos lo que sea para conseguir el nuestro, de valor notable para nosotros, e irrisorio para ellos. Y con eso, seguimos haciendo funcionar su engranaje.
A nivel técnico, el film es muy de su época, y desde luego más funcional que exhuberante. La puesta en escena está claramente al servicio de la historia, y eso, cuando ésta es buena, es una gran virtud. Las escenas de los derbies, tan intensas como técnicamente complejas, están muy bien resueltas, y Pollack combina muy bien el montaje frenético y el slow motion mientras la cámara gira al unísono con los protagonistas. En el resto del metraje hay menos concesiones al virtuosismo, y bastante más ritmo e intensidad que en la gran mayoría de películas de su director: el film crece a medida que sus personajes se hunden, y algunas de las escenas finales son de lo mejor que rodó Pollack en su vida. El cambio de guardia se estaba produciendo a marchas forzadas en Hollywood (el film que nos ocupa se estrenó el mismo año que Easy rider, Dos hombres y un destino y Cowboy de medianoche), y Danzad, danzad, malditos, es una de las mejores obras cinematográficas de su gloriosa época, y una de las más desconocidas, según creo.
Respecto a los actores, hay dos que para mí hacen un trabajo excelente: Susannah York y, sobre todo, Gig Young, en el papel del promotor y locutor de la maratón de baile. Brillantísima actuación que le supuso un Oscar a este excelente intérprete, que tan singular pareja forma junto a Robert Webber en… Quiero la cabeza de Alfredo García. Jane Fonda, actriz por la que no siento especial simpatía, recrea con acierto a un personaje muy rico (y muy similar a otros varios que interpretó en su intermitente carrera), y Michael Sarrazin tampoco se queda atrás en el que ha sido el papel más importante de su vida. Conmovedores resultan tanto Red Buttons interpretando al marinero, como Bonnie Bedelia (actriz desaprovechada, en mi opinión) dando vida a la joven esposa encinta.
En definitiva, una película muy destacable, quizá la mejor de Pollack junto a Yakuza, que ha envejecido mucho mejor que otras más mediáticas de su generación, y cuya temática, repito, no puede ser de mayor actualidad.