GREEN ROOM. 2015. 95´. Color.
Dirección: Jeremy Saulnier; Guión: Jeremy Saulnier; Director de fotografía: Sean Porter; Montaje: Julia Bloch; Música: Brooke Blair y Will Blair; Diseño de producción: Ryan Warren Smith; Dirección artística: Benjamin Hayden; Producción: Victor Moyers, Neil Kopp y Anish Savjani, para Film Science-Broad Green Pictures (EE.UU.).
Intérpretes: Anton Yelchin (Pat); Imogen Poots (Amber); Patrick Stewart (Darcy); Joe Cole (Reece); Alia Shawkat (Sam); Callum Turner (Tiger); Macon Blair (Gabe); Mark Webber (Daniel); Eric Edelstein (Big Justin); David W. Thompson, Brent Werzner, Kai Lennox, LJ Klink, Samuel Summer, Mason Knight, Kyle Love, Jake Love.
Sinopsis: Un grupo de hardcore consigue una actuación en un garito frecuentado por skinheads de ideología neonazi. Todo se complica cuando el cantante de la banda es testigo de un asesinato en los camerinos.
Después de Blue ruin, el film que le aupó a un lugar destacado en la escena independiente estadounidense, Jeremy Saulnier regresó a las pantallas con Green room, claustrofóbico drama que pone pie y medio en el género de terror y en el que, pese a que la crítica en general quedó satisfecha con un film que también gustó a buena parte de las audiencias de esta clase de cine, el aumento de posibilidades (es decir, de presupuesto) no se vio correspondido con un incremento de la calidad del producto. Más bien, sucedió lo contrario.
El quid de la cuestión radica en que Saulnier permanece anclado en los defectos de su film anterior, y en cambio no llega a igualar algunas de sus mejores cualidades. Permanecen el sentido del ritmo, el tratamiento descarnado de la violencia, el humor negro y la habilidad en la creación de atmósferas, pero lo cierto es que el guión da de sí bastante menos de lo que debiera. Los diálogos son, en su mayoría, planos, y tienen poca sustancia, mientras que la construcción de personajes no permite que estos tengan la profundidad necesaria. Por otra parte, el entramado narrativo se sostiene sobre una base muy endeble, porque la abundancia de testigos no es fundamento suficiente para justificar que la banda de neonazis permita que sus molestos invitados permanezcan con vida durante más tiempo del que se tarda en raparse uno el pelo. Ahondando en el asunto, estaremos de acuerdo en que entre los skinheads en general, y entre los de ideología fascista en particular, no abundan los doctores en neurobiología, pero los de Green room se pasan de estúpidos (si todos fueran así, no les habría quedado nadie para asaltar el Capitolio), lo que da lugar a una sucesión de situaciones inverosímiles que hacen que al espectador le resulte difícil aceptar sin más lo que está viendo. Lástima, porque entre lo poco creíble hay algunos buenos golpes, de los cuales el mejor consiste en ver cómo ese grupo musical, que aparece en el peor momento en el lugar menos adecuado, inicia su actuación, que por si no ha quedado claro tiene lugar ante un auditorio con especial devoción por las esvásticas. con una versión de un tema de los Dead Kennedys cuyo título, traducido al idioma más hablado por estas tierras, viene a decir algo así como Punks nazis, que os den por el culo. Es bueno que aún quede gente con una idea clara sobre cómo hacer amigos aunque, por desgracia, las bondades del libreto no van mucho más allá.
Una pena, porque la película está bastante bien hecha en lo que se refiere a escenografía, imagen y edición. Jeremy Saulnier, como director, está unos escalones por encima de sus habilidades como guionista, si hemos de juzgarle por lo que de él hemos visto hasta ahora. Siguiendo la ya larga tradición cinematográfica consistente en mostrar a unos jóvenes metidos en una pesadilla en la que escapar ilesos raya lo utópico, el director les hace moverse en un lugar infecto, casi viscoso de puro turbio, colocado en mitad de una zona boscosa. Saulnier acentúa la sensación de caos gracias a la tenebrosa iluminación, obra de Sean Porter, y crea una atmósfera insana que engancha, aunque va perdiendo fuelle a medida que aparecen las incoherencias narrativas. Green room es un film que va de más a menos, pero en el que el vigor narrativo y el acertado montaje actúan cómo sólida infantería en la misión de no aburrir. La banda sonora se nutre de canciones interpretadas por bandas tan cargadas de romanticismo como Poison Idea, Napalm Death, Obituary o Slayer, cuyo War ensemble siempre me ha parecido la canción que sonará cuando decidamos romper con todo de una puta vez. La música original no pasa de correcta, todo sea dicho.
Las actuaciones no invitan a un excesivo entusiasmo, lastradas por las carencias que la película demuestra a la hora de trazar el perfil de los personajes. El malogrado Anton Yelchin hace una actuación esforzada, pero da vida a un tipo bastante plano, que además lleva demasiado bien para ser verdad un sangriento incidente que sufre al principio del desmadre. Imogen Poots, actriz de buen nivel, se enfrenta a un personaje que es veraz reflejo de las inconsistencias de la película, y hace lo que puede, mientras que Patrick Stewart aporta presencia y carisma, que ya es bastante más de lo que su rol le aporta a él. Joe Cole y Macon Blair están entre lo más distinguido de un elenco que tampoco pasará a la historia.
Green room representa un paso atrás, quizá no muy acusado, en la trayectoria como director de Jeremy Saulnier, quien quizá debería encarrilar su carrera hacia la realización de guiones ajenos.