SCARECROW. 1973. 108´. Color.
Dirección : Jerry Schatzberg; Guión: Garry Michael White; Director de fotografía: Vilmos Zsigmond; Montaje: Evan Lottman; Música: Fred Myrow; Diseño de producción: Al Brenner; Producción: Robert M. Sherman, para Warner Bros. (EE.UU.).
Intérpretes: Gene Hackman (Max); Al Pacino (Francis Lionel Lion Delbucci); Dorothy Tristan (Coley); Ann Wedgeworth (Frenchy); Richard Lynch (Jack Riley); Eileen Brennan (Darlene); Penelope Allen (Annie); Richard Hackman, Al Cingolani, Rutanya Alda.
Sinopsis: Dos vagabundos, uno huraño y peleón, y el otro simpático e ingenuo, coinciden en una carretera. Se hacen amigos y deciden ir juntos a Pittsburgh, donde el primero tiene previsto abrir un negocio de lavado de coches.
Max piensa, como casi todo el mundo, que los espantapájaros hacen honor a su nombre; Lion, en cambio, cree que cumplen su función porque hacen reír a las aves y éstas, agradecidas por ello, van a comer a otros campos. Son dos formas opuestas de ver el mundo que coinciden en una carretera solitaria, y entablan amistad porque Max, un tipo desconfiado y pendenciero, ve nobleza en un hombre que le da su última cerilla para que fume y además le hace reír. Por eso decide que sea su socio en el túnel de lavado que piensa abrir en Pittsburgh con el dinero que ha ahorrado después de seis años en la cárcel. La película es la crónica del viaje de este par de vagabundos a través de los Estados Unidos, un viaje que tendrá dos paradas clave: una en Denver, donde se detienen para visitar a la hermana de Max, y la segunda en Detroit, donde residen la mujer a la que Lion abandonó cinco años atrás y el hijo a quien aún no conoce.
Esta película entronca con una figura emblemática de la mitología popular norteamericana, la del vagabundo cuyas pertenencias caben en una pequeña bolsa y recorre el país haciendo autostop y colándose en los trenes en busca de una ciudad en la que establecerse y encontrar una suerte que hasta entonces le ha sido esquiva. El folk, así como la literatura y el cine ambientados en la época de entreguerras andan trufados de personajes como Max y Lionel. La diferencia es que El espantapájaros no está ambientada en los años de la Gran Depresión, sino en los primeros setenta, quizá la última década gloriosa en el cine y en la música, en la que no es difícil encontrar películas poco conocidas de tanta calidad como esta, poseedora de indudables méritos tanto técnicos como narrativos. Respecto a estos últimos, decir que el guión de Garry Michael White es bueno y vehicula con acierto un argumento interesante, cuya primera premisa es el contraste entre dos personajes antagónicos que unen sus destinos en un viaje que cambiará sus vidas. La de Max, un tipo práctico, malcarado y extremadamente friolero, amante de las peleas y cuyo interés hacia las mujeres es puramente sexual, porque entenderá que no siempre la vida te da a elegir entre estar solo y mal acompañado, y que a veces es mejor sonreír que luchar; la de Lionel, divertido, despreocupado e ingenuo, porque conocerá su lado más cruel, primero en el rostro de un preso, y más tarde al intentar afrontar las sombras de su pasado. Por el camino, estos dos antihéroes irán quemando etapas a través de una América derrotada, que apenas sobrevive entre empleos mal pagados y botellas de cerveza en bares de mala muerte, la América de Guthrie, Seeger, Dylan, Springsteen o Bukowski, el reverso del sueño. Es sabido que las historias de perdedores suelen ser más interesantes que las de glamour y éxito, y El espantapájaros entretiene con inteligencia, y a ratos llega a conmover al espectador. Para ello cuenta con una baza infalible: que sus dos protagonistas están interpretados por dos de los más grandes actores que ha dado el cine americano en toda su historia: Gene Hackman y Al Pacino, por aquel entonces en la cima del éxito gracias a los dos personajes que más han marcado sus carreras: Popeye Doyle y Michael Corleone. La actuación de ambos es fantástica, una clase magistral de interpretación cinematográfica en una hora y tres cuartos, y es difícil decir quién de los dos raya a mayor altura. Dos formas de actuar muy distintas, dos personajes complejos, y dos interpretaciones soberbias. Hackman es quizá el mejor actor posible para incorporar caracteres ariscos, rostros huraños y eternamente cabreados con el mundo, y conseguir pese a ello que resulten no sólo creíbles, sino incluso simpáticos; Pacino, con un personaje mucho más histriónico, pudo dar por primera vez en su carrera rienda suelta a su vis cómica, y lo hizo sin resultar sobreactuado y dándole a Lionel el toque entrañable que necesitaba para emocionar al espectador. Esta película es, entre pero también sobre otras cosas, la explicación gráfica de porqué Hackman y Pacino son tan buenos. El resto de personajes cumple con acierto sus roles episódicos junto a estos dos monstruos de la actuación.
Otro aspecto a destacar del film es su envoltorio, su atractivo visual. Muchas películas de las décadas de los sesenta y setenta, vistas hoy, resultan demasiado ubicables en su época, o demasiado esclavas de ella, a nivel fotográfico. No es el caso de El espantapájaros, cuyo realizador, Jerry Schatzberg, fue fotógrafo profesional antes que cineasta, y que además se apoya en el excelente trabajo tras los focos de Vilmos Zsigmond, que ya por entonces había conseguido situarse entre los cámaras más solicitados por los nuevos directores importantes de la industria. Por ello, la película, sin duda la mejor de la intermitente e irregular carrera cinematográfica de su director, resulta tan brillante y tan visualmente atemporal para el espectador de hoy.
Excelente película, galardonada con la Palma de Oro en el festival de Cannes, que posee el aroma y muchos de los elementos que adornan al gran cine.