KAIJÛ NO KODOMO. 2019. 109´. Color.
Dirección: Ayumu Watanabe; Guión: Hanasaki Kino, basado en el manga de Daisuke Igarashi; Montaje: Kiyoshi Hirose; Música: Joe Hisaishi; Producción: Eiko Tanaka, Nobumasa Sawabe y Ayumi Inoguchi, para Beyond C-Studio 4ºC (Japón).
Intérpretes: Mana Ashida (Voz de Ruka Azumi); Hiiro Ishibashi (Voz de Umi); Seishu Uragami (Voz de Sora); Win Morisaki (Voz de Anglade); Goro Inagaki (Voz de Masaaki Azumi); Yu Aoi (Voz de Kanako Azumi); Min Tanaka (Voz de Jim); Sumiko Fuji (Voz de Dede); Tohru Watanabe.
Sinopsis: Durante sus vacaciones de verano, una niña, cuyo padre trabaja en un acuario, conoce a un muchacho que tiene una relación muy especial con el mar.
Director curtido en el campo de la animación televisiva, Ayumu Watanabe dio un salto adelante en su carrera con Los niños del mar, adaptación de un conocido manga realizada para Studio 4ºC, factoría con una trayectoria que abarca ya varias décadas, siempre bajo la alargada sombra de Ghibli. Hay coincidencia entre los especialistas en que Los niños del mar poseía argumentos suficientes como para haberse convertido en una obra maestra, sin que el producto final se haya acercado a ese calificativo. Estoy de acuerdo.
Sin ser conocedor del manga original, es difícil juzgar la película de un modo profundo, pero es verdad que nos encontramos ante un verdadero fenómeno visual que falla en el aspecto narrativo. De no ser así estaríamos hablando, y no creo exagerar en absoluto, de un hito en el cine de animación. Los niños del mar cautivará al espectador en la medida en que este sea capaz de dejarse arrastrar por la magia de sus imágenes y, hasta cierto punto, de abstraerse de lo que se le explica. Desde un punto de vista literario, el film es confuso y cae en la pretenciosidad, abrazando una cosmovisión new-age que no veo digerible ni por el público infantil, ni tampoco por el adulto. Situando la narración a medio camino entre lo real y lo fantástico, la película pasa de puntillas sobre aspectos que debería desarrollar mejor o, por el contrario, suprimir, como la complicada vida familiar de la niña protagonista, hija de un matrimonio roto y con una madre alcohólica. En general, todos los aspectos realistas de Los niños del mar me parecen flojos; cuando entramos en el terreno de la fantasía, el trabajo de Ayumu Watanabe gana enteros, aunque al final se tire por la borda parte de lo conseguido con un pretencioso espiritualismo falto de mesura, tanto en un sentido estrictamente cinematográfico (el final se hace largo) como filosófico.
Dicho lo cual, sería muy injusto no darle la importancia debida al hecho de que las imágenes que contiene Los niños del mar son una auténtica maravilla. Siendo cierto que existen puntos en común con el modo de hacer de Ghibli, como la devoción por la naturaleza y los animales o la inspirada, como casi siempre, banda sonora de Joe Hisaishi, hay aspectos diferenciales en esta película, como su manera de abrazar lo experimental o un ritmo más acelerado que la aproxima a los estándares del cine estadounidense. En todo caso, el número de momentos visuales fascinantes de la película es tan extenso como la parte de la misma que transcurre en el mar. Poco hay en ella que no fascine y asombre al espectador, incluso a uno acostumbrado al poderío visual de las mejores, y no sólo de ellas, obras del cine de animación de las últimas décadas. Habrá quien diga, y no le quitaré la razón, que las escenas terrestres, y en especial las que muestran la vida familiar y escolar de Ruka, no son para tanto; bien, pero las otras sí son para tanto. Los niños del mar es un continuo goce para la vista.
Entre los actores que ponen voz a los protagonistas se impone lo correcto frente a lo brillante. Sobresale la joven Mana Ashida, que incorpora a Ruka, la niña protagonista, luciendo un destacable abanico de recursos. Los actores que encarnan a los mitad muchachos, mitad criaturas marinas, están a un nivel más discreto. Más arriba en la valoración sitúo al prometedor Win Murasaki, aunque es la veterana Sumiko Fuji quien sabe teñir de más ricos matices a su personaje.
Difícil juzgar una obra portentosa por sus imágenes y más bien floja por su narrativa. Me quedo con la impresión de que Ayumu Watanabe parece capaz de hacer películas impresionantes cuando disponga del material literario adecuado. Aquí, logró su objetivo sólo a medias.