THE PRINCESS BRIDE. 1987. 96´. Color.
Dirección: Rob Reiner; Guión: William Goldman, basado en su novela; Dirección de fotografía: Adrian Biddle; Montaje: Robert Leighton; Música: Mark Knopfler; Diseño de producción: Norman Garwood; Producción: Andrew Scheinman y Rob Reiner, para Act III Communications-Princess Bride Ltd.-Buttercup Films Ltd.-20th Century Fox (EE.UU.).
Intérpretes: Cary Elwes (Westley); Robin Wright (Buttercup); Chris Sarandon (Príncipe Humperdinck); Mandy Patinkin (Iñigo Montoya); André the Giant (Fezzik); Christopher Guest (Conde Rugen); Wallace Shawn (Vizzini); Peter Falk (Abuelo); Fred Savage (Nieto); Billy Crystal (Miracle Max); Carol Kane (Valerie); Peter Cook, Mel Smith, Anne Dyson, Willoughby Gray.
Sinopsis: Un abuelo acude a visitar a su nieto enfermo, y le lee un libro que ha pasado por varias generaciones de la familia y que narra la historia de una pareja de enamorados, y de los obstáculos que habrán de superar para ser felices.
Aunque en la actualidad haya que referirse a él como un cineasta venido a menos, en los años 80 Rob Reiner firmó una serie de títulos que no sólo marcaron época en su momento, sino que aún hoy permanecen grabados en el imaginario popular. Una de esas obras es La princesa prometida, que si bien no constituyó un éxito inmediato, no tardó en convertirse en una de las películas emblemáticas de finales de la década dorada de Reiner, siendo además de las que ha logrado también cautivar al público de posteriores generaciones.
Esta historia de capa y espada debe buena parte del encanto que atesora a su guión, obra de uno de los grandes en este terreno: William Goldman. Autor de la novela que se adapta, en este libreto Goldman se aparta de sus intereses temáticos habituales y entra en el terreno de la leyenda, narrando los avatares de un romance en un reino imaginario que aúna lo mítico y lo simpático. Explicada como un relato intergeneracional que un abuelo cuenta a su nieto convaleciente, con La princesa prometida Goldman parece querer volver al mágico mundo de su infancia, y al cine que se hacía entonces. El film debe mucho a esas cintas de amoríos y espadachines que labraron la fama de intérpretes como Errol Flynn (la imagen de Westley, caracterizado como el pirata Roberts, supone un homenaje explícito a este aventurero del celuloide) o Stewart Granger. Acción, amor y excelentes diálogos se dan cita en una obra que, una vez más, viene a demostrar que el cine, entonces y ahora, es uno de los pocos lugares en los que uno puede adentrarse en el maravilloso reino de la ingenuidad sin que se lo coman vivo. Esta es la causa última de que La princesa prometida haya gozado del favor de las audiencias desde su estreno hasta la actualidad, porque, observada desde una cínica mirada adulta, a la película, al margen de ser poco verosímil, se le nota el cartón-piedra de mala manera. Aunque quizá este hecho, unido a que el film carezca de la pretenciosidad que lastra a numerosas superproducciones, redoble su aura simpática.
Queda claro que el libreto de William Goldman proporciona todos los ingredientes necesarios, y que Rob Reiner fue capaz de mezclarlos con gracia. Tenemos un reino de fantasía, a Westley, un apuesto, pero pobre, joven que se echa a la mar en busca de mejor fortuna, y a la bella dama con la que le une un amor puro. No obstante, la noticia de que su amado ha sido víctima del feroz corsario Roberts sume a la muchacha en el desasosiego, hasta el punto de aceptar comprometerse con el pérfido príncipe Humperdinck, a quien no ama. Por su parte, la intención última del príncipe es utilizar a su prometida para provocar una guerra contra el país vecino. La reaparición de Westley, que ha asumido la personalidad del temido pirata, supone en primer término que deba medirse con los captores de su amada. Por distintas razones, dos de ellos se unen a su causa, que no es otra que salvar a la mujer de su vida de las garras del príncipe y sus crueles lacayos, sin importarle las consecuencias. Poco que ver con el cine que se estilaba en los 80, lo cual también encumbró a una película que, eso sí, supo ganarse las simpatías del peterpanesco público del cineasta más exitoso del Hollywood de la época, Steven Spielberg. Reiner y Goldman usan bastante más la ironía, lo cual se les agradece, al margen de confirmar de esta manera que su idea es regresar a los clásicos de aventuras de la época dorada del cine. Lo plasman desde el principio: el niño convaleciente disfruta con los videojuegos, y muestra muy poco entusiasmo ante el hecho de que su abuelo vaya a leerle un libro, pero acaba cautivado por la historia y deseando no sólo saber cómo acaba, sino que lo haga con un final feliz. Ese nieto, está claro, es el público que el film desea para sí.
Realizador más dotado para el humor que para la acción (y bastante menos aún para la trascendencia), Reiner saca mucho jugo de la historia y logra resultar convincente en las escenas de lucha a espada, que son muy relevantes dentro de la película, En la iluminación, apuesta por la claridad, buscando sintonizar con la pureza del amor que une a los protagonistas. Respecto a la música, he de decir que siento un gran respeto hacia la figura de Mark Knopfler, pero no creo que estemos ante uno de los mejores trabajos para el cine de este gran compositor de canciones. La escenografía, como ya se ha dicho, no es la de una gran producción y, de hecho, vista hoy parece cutre, pero esto enlaza con la filosofía de los creadores del film.
Cary Elwes, actor que siempre prefirió mirar el cine desde una perspectiva lúdica antes que inclinarse por una obsesiva búsqueda del estrellato, da bastante el pego como Errol Flynn de los 80. Le acompaña una bellísima Robin Wright, conocida entonces únicamente por su participación en la teleserie Santa Bárbara, que ya apuntaba muy buenas maneras y a la que este papel convirtió en el amor platónico de toda una generación. Chris Sarandon interpreta con saludable ironía al malvado del cuento, y tanto Mandy Patinkin (a quien le corresponde repetir la frase más célebre de la película) como Wallace Shawn llevan a cabo unas actuaciones de alto nivel. André The Giant cumple como forzudo de buen corazón, mientras que Peter Falk aporta maestría en las escenas que comparte con el más bien repelente Fred Savage. Mencionar, por último, que encontramos, bajo espesas capas de maquillaje, a Billy Crystal y Carol Kane como simpáticos magos.
Un mito bastante desmitificador, este film que se enmarca dentro de los años de esplendor de Rob Reiner. La princesa prometida representa muy bien al cine como fábrica de sueños: nada en ella es real… por desgracia.