JOJO RABBIT. 2019. 106´- Color.
Dirección: Taika Waititi; Guión: Taika Waititi, basado en la novela de Christine Leunens Caging skies; Dirección de fotografía: Mihai Malaimare, Jr.; Montaje: Tom Eagles; Música: Michael Giacchino; Diseño de producción: Ra Vincent; Producción: Carthew Neal, Taika Waititi y Chelsea Winstanley, para Defender Films-Piki Films-TSG Entertainment-Czech Anglo Productions-Fox Searchlight Pictures (Nueva Zelanda-EE.UU.-República Checa).
Intérpretes: Roman Griffin Davis (Jojo); Thomasin McKenzie (Elsa); Scarlett Johansson (Rosie); Taika Waititi (Adolf Hitler); Sam Rockwell (Capitán Kletzendorf); Rebel Wilson (Fraulein Rahm); Alfie Allen (Finkel); Stephen Merchant (Deertz); Archie Yates (Yorki); Luke Brandon Field, Sam Haygarth, Joseph Weintraub, Brian Caspe, Gabriel Andrews, Billy Rayner.
Sinopsis: Un niño alemán, afiliado a las Juventudes Hitlerianas, tiene al mismísimo Führer como amigo imaginario.
Después de saborear las mieles del éxito a los mandos de una superproducción como Thor: Ragnarok, el neozelandés Taika Waititi abordó un proyecto más personal que entronca más con el que fue su primer éxito fuera de la lejana Oceanía, Lo que hacemos en las sombras, al menos en cuanto a la intención de tratar un asunto muy serio (en este caso, nada menos que el nazismo) desde una óptica irreverente. Como no podía ser de otra forma, Jojo Rabbit dividió a la crítica, aunque las reseñas laudatorias superaron en número a las negativas en las latitudes más diversas. A modo de muestra, Waititi ganó el Oscar al mejor guión, que en su caso adaptaba una novela de Christine Leunens, pero en general la película fue, en cuanto a los grandes premios, como ese amigo ingenioso y rarito al que la gente guapa invita a sus fiestas para que ponga el punto alternativo.
Por aquello de comentar algunas de las trampas que pueden ponerse a una obra de esta naturaleza, empezaré diciendo que toda comedia (o tragicomedia, que es la definición que mejor cuadra con el film realizado por, no lo olvidemos, un cineasta con mezcla de sangre maorí y judía) sobre el nazismo se cae si la comparas con Ser o no ser. La cosa es que Jojo Rabbit no se cae mucho, porque hace de su deliberado tono naïf y de su mezcla de géneros dos de sus grandes bazas. La protagoniza un niño que, cuando la derrota alemana en la Segunda Guerra Mundial es tan inevitable que sólo los muy ciegos se niegan a verla, luce orgulloso su uniforme de las Juventudes Hitlerianas. El muchacho vive con su madre, pues el cabeza de familia se halla, presuntamente, combatiendo en Italia, y su hermana falleció. Hasta aquí, todo normal, situado en su contexto. Sucede, sin embargo, que el amigo imaginario de la criatura protagonista, que no desea otra cosa que ser el mejor nazi posible, es el mismísimo Adolf Hitler. Un Hitler bastante ridículo, pero no de la siniestra (y muy alemana) forma en la que lo era en la realidad, sino en una más próxima a uno de los referentes indiscutibles de Waititi, que no es otro que El gran dictador. El cineasta neozelandés se plantea el difícil objetivo de hacer una obra chaplinesca, y lo cierto es que sale muy bien parado del reto. Entre otras cosas porque, entre chascarrillos y extravagancias diversas, Jojo Rabbit muestra de manera muy nítida las consecuencias de educar a los niños en el odio. De un modo voluntariamente agradable, Waititi destripa los mecanismos de los que, en cuanto a la creación de enemigos tan imaginarios como el Hitler de la película o a la cosificación de ese enemigo, pues es mucho más sencillo aniquilar a aquellos que con carácter previo ya han sido desposeídos de sus cualidades humanas, se valen los totalitarismos, o sus sucedáneos con coartada democrática, para imponer su excluyente cosmovisión. En este sentido, considero que el film, al margen de sus cualidades cinematográficas, es muy útil para hacer comprender lo que fue el nazismo, o más bien lo que es el antisemitismo, a muchas personas que jamás verán Shoah, y tal vez ni siquiera La lista de Schindler. En relación a esta película, Waititi también honra, a su manera, a los pocos que se mantuvieron en el lado de los justos cuando eso significaba poner en riesgo la propia vida, y lo hace en la persona de la madre de ese niño tan nazi, una mujer de buen corazón que predica con el ejemplo y oculta en su casa a una adolescente judía que era amiga de su hija. Con alguna excepción, los nazis de la película son más patéticos que terroríficos, pero, de vez en cuando, Waititi cuela algunos momentos que dan casi tanto miedo como la famosa escena de Cabaret en la que los fanáticos anuncian el futuro cantando con una alegría llena de odio. Al final, se impone un discurso más bien blando acerca de la necesidad de dejar atrás los prejuicios, aunque no está de más señalar que vivimos unos tiempos en los que ese discurso sigue siendo necesario.
No yerran quienes observan en el enfoque visual de Waititi muchas semejanzas con el estilo de Wes Anderson, aunque el neozelandés no llegue al detallismo extremo del estadounidense. No da, eso sí, muchas puntadas sin hilo (una de ellas es la de ilustrar ese famoso cliché de las mariposas en el estómago), porque ese aparente capricho de dedicar tanta atención a los zapatos desemboca en la escena más terrible de la película. Forma y fondo van muy unidos: no hay que olvidar que el tono cómico es patrimonio de la película, no de la novela en la que se basa el guión, y que lo mismo ocurre con la idea de hacer del Führer el amigo imaginario del protagonista; por ello, ese colorismo naïf y esa cámara tantas veces estática que se fija en detalles en ocasiones muy marcianos son, y deben ser, la loncha de jamón York imprescindible para que el perro/espectador se trague la pastilla del Holocausto. El montaje sirve, y ya hemos comentado un ejemplo de ello, como forma de acentuar los momentos cómicos (el humor de Jojo Rabbit es más blanco que negro, hay que decirlo, pero no se nos ahorra el análisis, todo lo bufo que se quiera, de la bajeza moral que habita en quienes ponen un arma mortal en las manos de un niño), pero también los de mayor intensidad dramática del film. Hay buen manejo de la tensión en la escena en la que la Gestapo registra el domicilio del protagonista, y la adecuada celeridad cuando nazi y judía se retan recitando los nombres de los personajes más ilustres de sus respectivos bandos. Escena, por cierto, que puede pasar inadvertida entre otras más graciosas o trascendentes pero que, según creo, es una de las mejores de la película. En la banda sonora, destaca la extravagante apuesta por incluir versiones de grandes éxitos del pop y el rock interpretadas en alemán. Esto, en ocasiones, puede tener cierta gracia, pero al utilizar al final una pieza tan simbólica como Heroes, de David Bowie, se nos está dando la clave de lo que significa la película para su director.
Junto al guión, uno de los aspectos más valorados de Jojo Rabbit lo constituye el trabajo de sus intérpretes. El debutante niño protagonista, Roman Griffin Davis, sorprende de manera agradable por su capacidad para llevar en muchos momentos el peso de la película mostrando de manera nítida los cambios en la escala de valores morales que va experimentando su personaje a medida que va superando las taras impuestas por esa educación de mierda que ha recibido. A gran altura brilla Thomasin McKenzie, joven actriz que da vida a la adolescente judía y que lo hace con una variedad de registros propia de un talento precoz. Scarlett Johansson, actriz que no se caracteriza por elegir demasiado bien sus papeles, dio aquí en el clavo y brinda una de las mejores interpretaciones de su carrera dando vida a una mujer bondadosa y valiente que no se deja arrastrar por el tornado de odio que todo lo invade. Sam Rockwell, que interpreta a un oficial nazi que parece una versión cómica de algunos de los que aparecen en las novelas de Sven Hassel, demuestra de nuevo que es uno de esos tipos a quienes debes meter en tu película, porque la mejorará seguro. Que el propio director, de cuyos orígenes ya hemos hablado, se reserve para sí mismo el papel de Adolf Hitler no deja de ser una gran broma, y esa es la forma en la que interpreta su papel. Rebel Wilson, actriz de nula variedad de registros a juzgar por lo demostrado hasta ahora, pudo experimentar la increíble sensación de participar en una buena película, y Stephen Merchant tiene una intervención tan breve como espléndida.
Jojo Rabbit es, al margen de la enésima demostración de que muchas verdades entran más y mejor a través de la comedia, una soberbia película que no cabe más que recomendar a todo amante del cine.