FORUSHANDE. 2016. 123´. Color.
Dirección: Asghar Farhadi; Guión: Asghar Farhadi; Dirección de fotografía: Hossein Jafarian; Montaje: Hayedeh Safiyari; Música: Sattar Oraki; Dirección artística: Keyvan Moghaddam; Producción: Olivier Père, Alexandre Mallet-Guy y Asghar Farhadi, para Memento Films-ARTE France Cinéma-Farhadi Film Production (Irán-Francia).
Intérpretes: Shahab Hosseini (Emad Etesami); Taraneh Alidoosti (Rana Etesami); Babak Karimi (Babak); Mina Sadati (Sanam); Maral Bani Adam (Kati); Mehdi Koushki (Siavash); Farid Sajjadi Hosseini (El hombre); Mojtaba Pirzadeh (Majid); Sam Valipour, Emad Emami, Shirin Aghakashi, Alireza Rofougaran.
Sinopsis: Forzados por el riesgo de derrumbe de su vivienda, un profesor y su esposa se ven obligados a buscar un nuevo domicilio. Recién instalados en él, un incidente relacionado con la anterior inquilina del piso transforma su existencia.
El cine iraní, casi desconocido en Occidente hasta los últimos años del pasado siglo, se ha ido ganando el prestigio internacional gracias a autores como Ashgar Farhadi, un director de filmografía tan escasa en su número como pródiga en la obtención de galardones. Con El viajante, film con el que Farhadi reincide en muchas de sus constantes temáticas, la recompensa fue una de las más altas que pueden concebirse, porque este drama sobre la venganza y los caprichosos designios del azar se hizo con el Óscar a la mejor película de habla no inglesa.
El viajante narra la historia de un matrimonio sin hijos que, ante la amenaza de que unos movimientos de tierra realizados en las proximidades provoquen el hundimiento del edificio en el que viven, debe marcharse del lugar con lo puesto, dado que, al parecer, en Teherán no ha calado mucho la figura del realojo. Esta familia pertenece a la clase media intelectual: ambos cónyuges son actores, aunque el principal sustento económico de la pareja es el sueldo que el hombre recibe como profesor de Educación Secundaria. Una vez que un miembro de su compañía les proporciona alojamiento en una vivienda que tenía alquilada, la pareja inicia el traslado. Se les junta, pues, el trasiego de la mudanza con la problemática propia del ejercicio de la docencia, además del estrés propio de los ensayos del montaje teatral que preparan, que no es otro que la representación del drama de Arthur Miller Muerte de un viajante. Aun así, todo marcha bien para la pareja protagonista, hasta que un hecho traumático lo pone todo patas arriba: una noche, la mujer deja abierta la puerta del piso, ya que han llamado al timbre y su marido está al llegar, pero quien entra es un desconocido que la agrede y huye. Para la esposa, que prefiere que el delito no sea denunciado a la policía, las secuelas emocionales van mucho más allá de las físicas, y vive dominada por el miedo. La reacción de su marido, también incapaz de olvidar el episodio, es bien distinta, pues se obsesiona con encontrar al agresor (sin duda, cliente de la anterior inquilina de la vivienda, que ejercía la prostitución) y vengarse de él.
El viajante es una buena muestra de lo difícil que puede ser rodar una película realista que trate asuntos polémicos en lugares en los que rige una censura estricta. Ante esto, un cineasta debe recurrir a su ingenio y capacidad de sugerencia para que el espectador tenga una idea nítida de lo que está viendo. Por concretar, Farhadi dice a las claras que la agresión sufrida por Rana, su protagonista femenina, es de carácter sexual, pero lo dice sin poder decirlo directamente en ningún momento. Reacciones como la de no querer denunciar el asalto a la policía, o la que tiene Emad, el marido, que llega incluso a limpiar las huellas del delito, sólo pueden explicarse a partir de esta premisa. Ambos cónyuges desearían olvidar ese desgraciado momento, pero no pueden: Rana, porque ha de afrontar sola el vértigo emocional tras la agresión sufrida, y Emad porque cree que sólo poniéndole rostro al criminal y haciendo que reciba su castigo podrá reparar el daño. La realidad, como casi siempre, es mucho más compleja, porque el encuentro con el culpable tal vez no tenga el ansiado efecto catártico. Farhadi hace una crítica social contundente de la realidad de su país, en el que, en lo cotidiano, impera una ley de la selva sólo mitigada por la solidaridad vecinal, ya que a las autoridades, en teoría encargadas de velar por el bienestar de los ciudadanos, lo único que de verdad les preocupa es que éstos no se aparten de la férrea moralidad impuesta. Poco a poco, el director nos hace partícipes de esta realidad creando una atmósfera turbia, que se hace casi asfixiante en el tramo final de una película diseñada desde la valentía y ejecutada con precisión. Quizá el montaje paralelo como recurso para mostrar las similitudes entre el drama teatral en el que participan Emad y Rana y su caída en la espiral de lo oscuro fuera del escenario esté en ocasiones algo traído de los pelos (y no me refiero al final, que es espléndido), pero Farhadi demuestra, otra vez, tener muy buena mano para crear una poderosa tensión dramática a partir de muy pocos elementos. La música tiene poca presencia en una película cruda, en la que es de alabar la fotografía, obra de Hossein Jafarian, veterano técnico que ya participó en algunas de las mejores obras de Abbas Kiarostami, el director que volvió a colocar el cine iraní en el mapa internacional.
Shahab Hosseini y Taraneh Alidoosti, que ya habían formado pareja artística a las órdenes de Farhadi en A propósito de Elly, hacen a mi juicio un trabajo excelente. Hosseini refleja con mucho acierto la metamorfosis que sufre su personaje al afrontar las consecuencias de la humillación, y que le convierte en un ser alejado del hombre culto y pacífico que creía ser. Por su parte, Alidoosti, pese a que en algunos momentos roza la sobreactuación, es del todo creíble como mujer agredida y traumatizada que, además, observa cómo su marido acaba siendo un hombre muy distinto al que creía. El resto del reparto cumple con eficacia, con nota alta para Farid Sajjadi Hosseini, perfecto a la hora de mostrar que, muchas veces, los monstruos tienen una apariencia afable.
El viajante, además de una película que por momentos roza la excelencia, es también un drama duro que no debe de haber caído bien entre las máximas autoridades del país de los ayatolás. Mérito doble, pues, para Ashgar Farhadi, por su capacidad para hacer buen cine en circunstancias muy complicadas.