YEAR OF THE DRAGON. 1985. 132´. Color.
Dirección : Michael Cimino; Guión: Oliver Stone y Michael Cimino, basado en la novela de Robert Daley; Director de fotografía: Alex Thomson; Montaje: Françoise Bonnot; Música: David Mansfield; Dirección artística: Vicki Paul; Diseño de producción: Wolf Kroeger; Vestuario: Marietta Ciriello; Producción: Dino De Laurentiis, para Dino De Laurentiis Company (EE.UU.).
Intérpretes: Mickey Rourke (Stanley White); John Lone (Joey Tai); Ariane (Tracy Tzu); Ray Barry (Louis Bukowski); Leonard Termo (Rizzo); Caroline Kava (Connie White); Victor Wong (Harry Yung); Eddie Jones, Joey Chin, Jack Kehler, Myra Chen.
Sinopsis: Stanley White, un policía tan condecorado como violento e imprevisible, llega a Chinatown justo en el momento en el que el joven y ambicioso Joey Tai se hace con el control del crimen organizado en el distrito, en el que las Tríadas imponen su ley a su antojo con la connivencia de las autoridades. White y Tai iniciarán una guerra que alterará el statu quo de Chinatown.
Después del batacazo comercial de La puerta del cielo, Michael Cimino trató de poner en marcha distintos proyectos (la lista de películas que no llegó a dirigir es más interesante que la filmografía de muchos directores), hasta que, en un intento por congraciarse con una industria que le había condenado al ostracismo, aceptó dirigir Footloose, un proyecto que poco o nada tenía que ver con su forma de hacer cine, comprometiéndose además a abonar de su bolsillo la diferencia entre el coste final del film y el presupuesto previsto. El compromiso duró poco: Cimino puso un cuarto de millón de dólares para que se reescribiera el guión, lo cual iba a suponer retrasos en el plan de rodaje, y fue fulminantemente despedido por los productores. El genio díscolo y rebelde no había aprendido la lección, no se había vuelto humilde, y Cimino jamás consiguió levantar un proyecto cinematográfico dentro de la industria de Hollywood, lo que equivale a decir que su carrera se fue definitivamente al traste… aunque siempre nos quedará Manhattan Sur.
Cimino logró convencer al productor italiano Dino De Laurentiis para hacer esta película, cuyo guión (escrito por Oliver Stone y reescrito por el director) se basa en una novela de Robert Daley, autor de otro libro que, unos años antes, había servido de base para el que tal vez sea el mejor filme policíaco de los 80: El príncipe de la ciudad, de Sidney Lumet. Ya no habría grandes presupuestos, repartos multiestelares, horas y horas de material rodado ni propósitos épicos: se trataba de rodar un thriller puro y duro sobre el enfrentamiento entre dos hombres dispuestos a todo en un marco tan exótico, y tan cinematográfico, como el distrito neoyorquino de Chinatown.
A él llega Stanley White, un duro y excelente policía de origen polaco, veterano de Vietnam, con nulo talento para la diplomacia. Y llega para ponerse al mando de un distrito en el que la mafia china lo gobierna todo y goza de la total connivencia de los jefes policiales y políticos de la ciudad, empezando por el propio alcalde. White, hombre íntegro, reñido con los compromisos y los pactos, de maneras chulescas y tozudez absoluta, llega dispuesto a poner el distrito patas arriba y acabar con el dominio de las Tríadas, con unos sobornos, extorsiones y asesinatos que nadie quiere ver, por su propio beneficio, o por simple miedo.
Lo primero que se encuentra White al pisar Chinatown es el funeral del patriarca mafioso del distrito, asesinado por un pandillero casi adolescente en un restaurante. Esta muerte lleva al mando al joven, despiadado y ambicioso Joey Tai, que tiene grandes planes para la organización y se enfrentará a White desde su primer encuentro. El duro policía polaco se convertirá en el principal obstáculo para los propósitos expansionistas de Tai, pues está decidido a acabar con la impunidad con la que operan las Tríadas. Ni uno ni otro están dispuestos a ceder ni un palmo en su duelo, que se llevará por delante la podrida paz que reinaba en el distrito, pero también la seguridad, e incluso la propia vida, de los seres queridos de White. Entre ellos están, pese a que el matrimonio hace aguas desde hace tiempo, su esposa Connie, su jefe y compañero desde la infancia Louis, y la joven periodista Tracy Tzu, que narra los acontecimientos en Chinatown para una cadena local y se verá envuelta en el duelo entre dos hombres para quienes el fin justifica absolutamente los medios.
Cimino tenía que construir un thriller seco, duro, violento y sin concesiones, y a fe que lo hizo. La comunidad china protestó por el retrato (bastante documentado, por cierto) que se ofrecía de ella en la película, y muchos medios tildaron a la película de racista, como también había ocurrido con El Cazador. Cierto es que en la película se habla de asesinatos, extorsiones, sobornos, trabajo en condiciones infrahumanas y demás lacras existentes en Chinatown, pero también que el film da voz a diversos personajes (Tracy, el joven policía oriental que se infiltra en la red mafiosa, y el propio Stanley White que, efectivamente, es un racista) para que expliquen la contribución de la comunidad china a la construcción de América, y el escaso o nulo reconocimiento a la misma. Más allá de estas polémicas extracinematográficas, Manhattan Sur es una de las mejores películas policíacas (y no sólo eso) que se hicieron en los infames años ochenta. Y lo es porque el talento visual y narrativo de Cimino brilla incluso a través de las limitaciones presupuestarias, porque la película combina de manera excelente acción y reflexión y lo es, en fin, porque el personaje de Stanley White es uno de los más complejos y mejor construidos, o quizá el que más, de esa larga lista de polis duros, malcarados, violentos y descaradamente magnéticos que a lo largo de la historia del cine trataron de imponer la ley y el orden a toda costa. Su discurso a la periodista Tracy en su lujoso apartamento, en el que uno cree entrever la furia del propio Cimino por el trato dado a su anterior film, rezuma rabia proletaria y va sobrado de fuerza. Su absoluto nihilismo, su desprecio por las normas (y las formas), su elefantiásico ego, el carisma que derrocha o su total (y suicida) ausencia de miedo, no impiden que White sea humano y, por lo tanto, débil. Si, como aquí ocurre, el antagonista está a la altura, el guión es sólido, y los momentos clave están resueltos con brillantez (véanse, si no, las escenas del funeral con las que se inicia el film, el asesinato de Connie o el duelo final entre White y Tai), ya tenemos peliculón al canto. Quizá no una obra maestra, pero no mucho menos. A nivel visual, Manhattan Sur no está lejos de El Cazador o La puerta del cielo. Casi no hay grandes escenas de masas, ni bellos parajes naturales, pero la reconstrucción de Chinatown (el film no se rodó allí) es sencillamente perfecta, y Cimino capta las luces nocturnas, las calles estrechas y la violencia que se oculta en cada esquina con la misma inspiración que derrochó en sus dos films anteriores. El envoltorio es más pequeño, pero el talento seguía intacto, y el trabajo de Alex Thomson consigue que no añoremos mucho a Vilmos Zsigmond.
Donde sí se notan las mayores estrecheces presupuestarias es en el reparto, y no precisamente por el dúo protagonista: Mickey Rourke, todo un ejemplo de talento desperdiciado, hace aquí la mejor interpretación de su carrera, pues resulta de lo más convincente recreando al dominante, violento, atormentado y (sí, también) sensible Stanley White. Cuando un personaje tiene tanto que darle a un actor, y éste lo tridimensiona de manera perfecta, no queda espacio más que para la alabanza. Con todo, la película no sería lo que es si el personaje que da la réplica a White, el malo de la película que tanto se parece a él, no estuviera interpretado por un tan despiadado como cautivador John Lone, otro actor cuya carrera ha estado muy lejos de lo que hubiera podido ser. Sin embargo, el resto del reparto se me queda corto, empezando por la inexpresiva Ariane, poseedora de un nombre artístico muy cinematográfico y de un talento limitado. Raymond J. Barry y Caroline Kava están correctos, sin más, pero a nivel actoral el interés de la película se centra, repito, en unos magníficos Mickey Rourke y John Lone.
Manhattan Sur es, más que ninguna otra cosa, la historia del enfrentamiento entre un hombre íntegro (racista, machista, malcarado, egoísta e inmaduro, pero honesto y valiente) contra un sistema podrido. Cimino sabe de lo que habla, pues dirige aquí la película con mayores elementos autobiográficos de su corta pero, hasta esta película, excelsa filmografía. Pese a sus méritos, el film tampoco tuvo una recepción demasiado entusiasta, pese a que muchos lo consideramos uno de los mejores de su década, y eso acabó de hundir la carrera de un director que desde entonces ha hecho sólo tres películas más, y ninguna de ellas demasiado buena. Una verdadera lástima aunque, por otro lado, tampoco hay muchos cineastas que hayan rodado tres películas del nivel de las tres mejores que ha dirigido Michael Cimino.