ALL THE PRESIDENT´S MEN. 1976. 135´. Color.
Dirección: Alan J. Pakula; Guión: William Goldman, basado en el libro de Carl Bernstein y Bob Woodward; Director de fotografía: Gordon Willis; Montaje: Robert L. Wolfe; Música: David Shire; Diseño de producción: George Jenkins; Producción: Walter Coblenz, para Wildwood Enterprises (EE.UU.).
Intérpretes: Dustin Hoffman (Carl Bernstein); Robert Redford (Bob Woodward); Jason Robards (Ben Bradlee); Jack Warden (Harry Rosenfeld); Martin Balsam (Howard Simons); Hal Holbrook (Garganta profunda); Jane Alexander (Contable); Meredith Baxter (Debbie Sloan); Ned Beatty (Dardis); Stephen Collins (Hugh Sloan); Penny Fuller (Sally Aiken); Robert Walden, F. Murray Abraham, Dominic Chianese, John McMartin, Frank Wills, David Arkin, Henry Calvert, Lindsay Crouse, Frank Latimore.
Sinopsis: Unos periodistas del Washington Post descubren que, tras el allanamiento del complejo Watergate, en la capital de los Estados Unidos, se esconde una trama de espionaje al Partido Demócrata.
Pocas películas poseen el grado de asociación a un gran escándalo político como el que tiene Todos los hombres del presidente respecto al caso Watergate. La historia de cómo dos periodistas del Washington Post contribuyeron de manera decisiva a desentrañar la trama de corrupción por excelencia en la historia de los Estados Unidos fue llevada al cine de manera casi inmediata, como era de esperar. Se encargó de ello Robert Redford, estrella de Hollywood y actor de perfil inequívocamente liberal, que hizo todo lo posible por levantar un proyecto que tenía mucho que ver con su anterior film como protagonista, Los tres días del cóndor. Para la dirección se escogió a Alan J. Pakula, un productor que se había pasado a la realización y que ya había logrado resultados brillantes en el thriller político gracias a El último testigo. La operación fue todo un éxito de crítica y público, ganando cuatro Óscars y siendo, al parecer de la mayoría, la mejor obra de Pakula como director.
La idea era poner todo el talento de algunas de las mayores luminarias del firmamento hollywoodiense al servicio de una reconstrucción minuciosa del trabajo de dos reporteros que, tirando de un hilo en apariencia trivial, sacaron a la luz las cloacas de una democracia que, en cuanto al modo de funcionamiento de los círculos del poder, tenía pocas lecciones que dar al resto del planeta. El film se inicia con un plano fijo de un folio en blanco. De inmediato, los caracteres mecanográficos impresos sobre la hoja de papel suenan como disparos, en una metáfora tan lograda como poco sutil de lo que el espectador verá en las dos horas y cuarto siguientes. El llamado Caso Watergate, que como es sabido estalló a consecuencia de la detención de cinco individuos en pleno allanamiento de la sede del Comité Nacional del Partido Demócrata, fue una mezcla de maquiavelismo (en la peor acepción del término) y chapuza, siendo la causa directa de la única dimisión de un presidente de los Estados Unidos de América en toda la historia. La película, más que hablar de las consecuencias del escándalo, de sobras conocidas por todos, constituye una loa al periodismo de investigación y, yendo aún más lejos, a la libertad de prensa como garante de la democracia. Alguien definió Todos los hombres del presidente como un documental lleno de estrellas, y lo cierto es que esas cuatro palabras enmarcan lo que es la película mejor que cualesquiera otras, dado el extremo detallismo con el que se relata la investigación periodística llevada a cabo por Carl Bernstein y Bob Woodward, y saldada con éxito gracias al apoyo que ambos reporteros encontraron en el director de su periódico, Ben Bradlee. El film adopta, tras reconstruir la maniobra delictiva origen del suceso, el punto de vista de Bernstein y Woodward, esforzándose en mostrar cómo estos periodistas sin vida privada (que nadie espere digresiones, ya sean en forma de escenas familiares o del típico romance hollywoodiense) lograron hacer avanzar su investigación, al unísono o en paralelo, hasta hallar pruebas suficientes del escándalo que arrebató a la política estadounidense la poca inocencia que a esas alturas pudiera quedarle. Los torpes, aunque denodados, esfuerzos de las altas instancias del Gobierno para enterrar esa investigación quedan en segundo plano, porque en el fondo la película no es más que una declaración de profundo agradecimiento a los dos hombres (y en esto el film tampoco se anda con retóricas) que se metieron en las cloacas y las sacaron a la luz, gracias también a la colaboración que encontraron desde dentro del tinglado (las cosas realmente gordas sólo salen de la oscuridad si alguien que ha estado en el ajo se pone a cantar), en concreto de esa garganta profunda que fue guiando el trabajo de unos periodistas envueltos en un lío de mucha mayor envergadura de la que sospechaban hasta que, en efecto, sus máquinas de escribir se convirtieron en armas muy poderosas. La de William Goldman, el hombre encargado de adaptar el relato de Woodward y Bernstein, deja bien a las claras los motivos por los que Redford confió ciegamente en él para escribir el libreto.
Como se ha dicho, Todos los hombres del presidente es una obra más de productor/intérprete estrella que de director, pero Alan J. Pakula asume hasta las últimas consecuencias la tarea de darle al film el mayor realismo posible, y logra que la narración interese y la puesta en escena no acuse bajones significativos (haberlos, haylos, pero sin que lleguen a suponer un lastre importante) en el ritmo. Con todo, el mayor mérito visual, y uno de los grandes logros de la película vista a día de hoy, es el espléndido trabajo de no-iluminación de Gordon Willis, que vuelve a demostrar que en la penumbra se movía mejor que nadie. Las apariciones del gran confidente de Woodward no serían tan espectaculares si Willis no supiera darles ese aura de revelación y misterio, otorgándoles un toque casi esotérico que, en contra de lo que pudiera parecer, le sienta muy bien a un film tan realista. David Shire, en su etapa más brillante como compositor, opta por una banda sonora de aire minimalista, fiel al espíritu de no parecer Hollywood que impregna una película en la que el trabajo de los técnicos de sonido constituye también un capítulo muy digno de alabanzas.
Redford, consciente de que lo prioritario era conseguir un film cuyo éxito crítico arrastrara a las masas hacia las salas de exhibición, se rodeó de un casi inmejorable plantel de actores. En su haber queda el hecho de haberse tragado su vanidad para dar cancha a algunos intérpretes que le superan, como Dustin Hoffman, una de las grandes estrellas de esa época maravillosa del cine norteamericano. Redford lo hace bastante bien; Hoffman, algo mejor, cuidando que no aflore su tendencia a la sobreactuación; vencen a ambos Jason Robards, impresionante en su papel de director del periódico, y el imponente Hal Holbrook, cuya presencia en pantalla es lo más memorable de la película. Gran trabajo también de Jane Alexander, mientras que Jack Warden y Martin Balsam aportan su indiscutible buen hacer.
Es ficción, pero vence en su empeño de no parecerlo. Incluso en la actualidad, Todos los hombres del presidente es una obra de referencia para todo film de investigación periodística. Ahí está esa maravilla contemporánea llamada Spotlight para corroborarlo.