AGAINST ALL FLAGS. 1952. 82´. Color.
Dirección: George Sherman; Guión: Aeneas MacKenzie y Joseph Hoffman, basado en un argumento de Aeneas MacKenzie; Director de fotografía: Russell Metty; Montaje: Frank Groos; Música: Hans J. Salter; Dirección artística: Bernard Herzbrun y Alexander Golitzen; Producción: Howard Christie, para Universal. Pictures (EE.UU).
Intérpretes: Errol Flynn (Brian Hawke); Maureen O´Hara (Prudence Spitfire Stevens); Anthony Quinn (Capitán Roc Brasiliano); Alice Kelley (Princesa Patma); Mildred Natwick (Molvina MacGregor); Robert Warwick (Capitán Kidd); Harry Cording (Gow); John Alderson, Phil Tully, Lester Matthews, Tudor Owen, James Craven, Maurice Marsac.
Sinopsis: En el siglo XVII, un oficial de la Marina británica se infiltra en una isla gobernada por piratas.
Pese a que durante bastantes años la trayectoria como cineasta de George Sherman se había limitado a facturar westerns de serie B como churros, ya desde las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial este aplicado artesano fue diversificando la temática de sus obras, siempre de acuerdo a las modas imperantes en la época. Uno de los géneros en boga en los primeros años 50 eran las películas de piratas, y ahí estuvo Sherman para dejar su huella con La isla de los corsarios, un competente film que cumple con creces con su objetivo primordial, que no es otro que entretener al público.
Se trata de un film construido a la mayor gloria de su principal protagonista masculino, un Errol Flynn cuya estrella empezaba a declinar pero que aún era capaz de arrastrar a las audiencias hasta la salas. El galán aventurero por excelencia, fuera ya de la compañía para la que rodó sus películas más célebres, la Warner Bros., desconocía eso a lo que llaman la madurez, y ya entrado en la cuarentena insistía en dar vida a personajes basados en el derroche físico y en su incuestionable carisma, como este Brian Hawke, un oficial de la Royal Navy que, en la primera escena de la película, es masacrado a latigazos en la cubierta de su navío. No se trata, sin embargo, de un castigo, sino de una dolorosa estratagema para infiltrarse sin levantar sospechas en una isla atlántica que los piratas de los mares han convertido en su centro neurálgico terrestre. En compañía de dos marineros, Hawke desembarca en el lugar y llama la atención de una bella y aguerrida corsaria, Spitfire Stevens, pretendida por el más intrépido de los capitanes piratas, Roc Brasiliano. Entre amoríos y dobles juegos, Hawke busca inutilizar las defensas de la isla para que los navíos británicos puedan conquistarla sin problemas, tarea en la que antes fracasaron los portugueses.
La película es corta, agradable y entretenida, pero no llega al nivel de las mejores obras protagonizadas por Errol Flynn. George Sherman no es Michael Curtiz ni Raoul Walsh, y su dirección no es torpe, pero sí algo plana. Es cierto también que el declive físico de la estrella, achacable a sus excesos, ya se dejaba ver, y por eso la película, durante buena parte del metraje, deriva más hacia la comedia de enredos que a las aventuras exóticas: no hay demasiadas escenas de acción propiamente dichas, y las que hay se resuelven con corrección, pero sin alardes. Encontramos, eso sí, ingenio en los diálogos y unos personajes arquetípicos pero no vacíos, además de un funcionamiento del juego de pasiones cruzadas (las que despierta el galán inglés en la valerosa corsaria, y también en la joven princesa atrapada por los piratas en una de sus incursiones) bastante fluido, que enriquece una historia que, sólo como película de piratas, no funcionaría demasiado bien. Entre las virtudes más llamativas de la película se encuentra también el aprovechamiento que Russell Metty hace del Technicolor, y que la convierte en una obra muy vistosa. La música, del austríaco Hans J. Salter, no se encuentra entre las obras más logradas de este compositor, pero se deja escuchar con agrado.
Mucho se ha dicho ya de Errol Flynn, con lo que a ello nos remitimos. Por poco tiempo, pero el actor de origen australiano aún era capaz de llevar el peso de una película. Dicho esto, toca hablar ahora del resto del elenco, en especial de esa belleza pelirroja llamada Maureen O´Hara, que venía de triunfar con El hombre tranquilo y ya sabía lo que era rodar películas de aventuras marinas, y también hacerlo a las órdenes de George Sherman. Esta temperamental actriz rezuma magnetismo en todas sus intervenciones, y sin duda su presencia no desmerece en nada a la de su más ilustre referente, Olivia De Havilland. Por su parte, Anthony Quinn, quien ya había compartido cartel con anterioridad con las dos principales estrellas de la película, derrocha esa energía que le convirtió en un intérprete tan carismático como difícil de imitar. Del resto del reparto, destacar la ingenua belleza de Alice Kelley, actriz de carrera muy breve, y el característico buen hacer de Mildred Natwick.
No hablamos de un clásico, pero sí de un film que podrá estar pasado de moda, pero que proporciona un rato de elegante entretenimiento a sus espectadores. Cualquiera que se acerque a esta película comprobará que en barcos mucho peores ha navegado.