HARD CANDY. 2005. 103´. Color.
Dirección: David Slade; Guión: Brian Nelson; Director de fotografía: Jo Willems; Montaje: Art Jones; Música: Molly Nyman y Harry Escott; Dirección artística: Felicity Nove; Diseño de producción: Jeremy Reed; Producción: Michael Caldwell, Richard Hutton y David W. Higgins, para Vulcan Productions-Lions Gate Films (EE.UU).
Intérpretes: Patrick Wilson (Jeff Kohlver); Ellen Page (Hayley Stark); Sandra Oh, Odessa Rae.
Sinopsis: Una menor queda con un fotógrafo treintañero a quien ha conocido en internet. Después de verse en una cafetería, ambos acuden al domicilio del hombre.
De la entente entre un director proveniente del mundo del videoclip y de un guionista curtido en la televisión surgió Hard candy, un cuento perverso moderno que cosechó importantes premios en el festival de Sitges y que, en general, convenció a la crítica de ambos lados del Atlántico. El realizador del film, el británico David Slade, entró de lleno en el catálogo de cineastas prometedores a comienzos de siglo, aunque su trayectoria posterior quedó cortada de raíz, en lo que a la gran pantalla se refiere, después de hacerse cargo de uno de los films de la saga Crepúsculo.
Por aquello de no andarnos con demasiados rodeos, hay que dejar claro desde el principio que Hard Candy no es sino una revisión en clave contemporánea del cuento de Caperucita Roja. El propio film lo deja claro en distintos momentos: en algunos de ellos, y pongo como ejemplo los últimos planos de la película, de un modo casi grosero de puro obvio. Estamos, eso sí, en el siglo XXI, y por ello la gracia de Hard candy, que desde luego la tiene, se halla en la inversión de los roles clásicos. Aquí, Caperucita es una quinceañera listísima que primero atrapa y después somete al confiado Lobo Feroz, seguro de que sus eficaces métodos de caza no le fallarán tampoco esta vez. Cabe decir, no obstante, que el film va de más a menos, pues arranca muy fuerte y, una vez definida la mencionada inversión de roles, pierde fuelle y se mantiene únicamente gracias al trabajo de su dúo protagonista, a un adecuado sentido del suspense y, conviene no olvidarlo, a la creciente truculencia de una historia cuyo interés se agota antes de que lo haga el metraje. El inicio va al grano, con la plasmación de la charla cibernética entre la adolescente y el hombre adulto, y el posterior encuentro entre ambos en una cafetería, secuencia que se cuenta entre las mejores de la película y en la que se narra con aparente ingenuidad una cita a todas luces inapropiada, mientras se sugieren algunas claves de lo que veremos más adelante. Llegados a la lujosa casa del hombre, fotógrafo por más señas, ocurre lo que, por desgracia, sucede muchas veces en circunstancias similares, sólo que exactamente a la inversa. El guión de Brian Nelson mantiene alto el interés en tanto es capaz de subvertir los clichés sin llegar a cruzar el umbral de la suspensión de la incredulidad, frontera que al fin se atraviesa, para desgracia del conjunto de la obra, más o menos al comienzo de su segunda mitad. Mola eso de que el cine subvierta los cuentos, máxime cuando éstos reflejan una realidad más bien repugnante, pero algunos puntos chirrían en exceso: en primer lugar, ojalá los adolescentes fuesen la mitad de listos de lo que creen ser, razón por la que, por mucho que se incida en la excepcional inteligencia de esta peculiar Caperucita, por ahí aparecen agujeros por los que se fuga una parte no desdeñable de la verosimilitud de la propuesta. Tampoco la aparición en escena de un par de nuevos personajes me parece muy afortunada pues, más que aportar novedades de interés para la trama, lo que hace es revelar las dificultades del libreto para dar a la historia una conclusión digna de su planteamiento.
Otro factor que, a mi entender, tampoco ayuda a conseguir una obra redonda es que a David Slade se le nota demasiado su trayectoria como director de videoclips, pues abusa de los planos cortos e introduce efectos de cámara que pretenden añadir modernidad (véanse los planos que ilustran cómo el protagonista masculino ha sido drogado) y lo que hacen es lastrar la cohesión narrativa. El director sí exhibe un buen manejo de la tensión, y resuelve con ingenio las situaciones en las que debe ser sugerente por obligación, como por ejemplo en la larga escena en la que el fotógrafo, a merced de su presunta víctima, se encuentra frente a la amenaza de la castración. En lo técnico, dados los tics modernos del montaje, lo mejor es la iluminación de Jo Willems, de un aire naturalista muy basado en colores primarios. La música pasa bastante desapercibida, lo que en un film de esta naturaleza es más bien un defecto.
La gran revelación de Hard candy fue, sin que quepan muchas dudas al respecto, Ellen (hoy Elliot) Page, que sabe darle mucha fuerza a un personaje al que pronto vemos transformarse de la víctima que parece ser en el verdugo que en realidad es. Cosa distinta es que el perfil del personaje sea más o menos creíble, pero el trabajo de Page es intachable, como también lo es el de Patrick Wilson, intérprete semidesconocido por entonces que da con el tono justo de hombre (de monstruo, más bien) atrapado en su propia red. Si la película mantiene el tipo incluso en sus momentos más narrativamente flojos, se debe en gran parte al talento de Page y Wilson.
Quizá en Hard candy haya más ruido que nueces, y quizá no esté de más recordar que, en la vida real, el Lobo Feroz siempre gana a Caperucita, pero nos hallamos ante una buena película, que logra darle la vuelta a un cuento clásico sin llegar a convertirse del todo en ese humo posmoderno que con tanto empeño tratan de vendernos en estos tiempos.