DAWN OF THE DEAD. 1978. 126´. Color.
Dirección : George A. Romero; Guión: George A. Romero; Director de fotografía: Michael Gornick; Montaje: George A. Romero; Música: Dario Argento y The Goblins; Maquillaje: Tom Savini; Producción: Richard P. Rubinstein, para Laurel Group (EE.UU.).
Intérpretes: David Emge (Stephen); Ken Foree (Peter); Scott H. Reiniger (Roger); Gaylen Ross (Francine); David Crawford (Dr. Foster); David Earley (Berman); Richard France (Científico); Howard Smith, Daniel Dietrich, Fred Baker, Tom Savini, George A. Romero.
Sinopsis: Los zombies se han adueñado de las grandes ciudades de los Estados Unidos. En un plató de televisión, medio en el que ella trabaja, Roger y Francine deciden huir en un helicóptero. Les acompañarán dos soldados, Stephen y Peter. El grupo decide refugirse en un centro comercial abandonado, donde tienen a su disposición todo lo que necesiten para enfrentarse a los muertos vivientes.
Diez años después del éxito de su primera película, y sin haber obtenido la misma repercusión en sus siguientes obras, George A. Romero regresó al mundo zombie, esta vez en color, con mayores medios, la colaboración en diferentes ámbitos del proyecto de todo un especialista en el género de terror como el director italiano Dario Argento, y más intención de ofrecer un mensaje, sin abandonar por ello el divertimento cafre siempre tan del agrado de los fanáticos del subgénero.
En cierto modo, la grandeza y la miseria de La noche de los muertos vivientes radicaba en su pequeñez. A su lado, su secuela, que no es ni mucho menos una película de gran presupuesto, parece una superproducción de Hollywood. Ya no existe el encanto de la primera vez, pero podemos suplirlo con más medios, debió de pensar Romero al acometer Zombi. Prueba conseguida: la factura técnica del film es muy superior, todo está mejor rodado, tiene más sentido y sufre menos altibajos que en la película debut de Romero, pese a que Dawn of the dead supera las dos horas de metraje. Más película, más zombis, más acción, y en color.
Más zombis, decía antes. Una frase es el leitmotiv del film: «Cuando no les quede lugar en el infierno, los muertos caminarán por la Tierra». Y vaya si lo hacen, pues se han hecho dueños de todas las grandes urbes estadounidenses y amenazan con no dejar un ser humano vivo en todo el país. Mientras, en unos platós de televisión que emiten para casi nadie, los expertos aún discuten sobre la naturaleza de los zombies o la mejor manera de hacer frente a la invasión. Tarde, pues ésta ya se ha producido, y es imparable. Roger lo sabe, y convence a su pareja para huir en helicóptero en busca de un lugar más seguro. Con ellos irán dos expertos en la lucha y las armas, que serán los encargados de eliminar a los zombies que el grupo vaya encontrándose en su camino. Después de varios encuentros con esas criaturas hambrientas de carne humana, los tripulantes del helicóptero deciden atrincherarse en un centro comercial abandonado, porque allí hay comida, armas y posibilidad de refugiarse en zonas de difícil acceso para los muertos vivientes. Tras la huida, la momentánea puesta a salvo del grupo supone para la película el mismo riesgo que lastraba la parte central del film anterior: cómo llenar de una manera decente el metraje no-zombie. En esta ocasión, Romero sale mucho mejor librado del trance, aprovecha muy bien las posibilidades cinematográficas que ofrece un centro comercial abandonado, y tiene tiempo para articular un discurso sobre lo esclavos que somos del consumismo, y lo mucho que nos gustaría disponer de todos los productos que ofrece un gran hipermercado… sin tener que pagarlos. Es cierto que algunas escenas son redundantes, que el maquillaje de los zombies es bastante mejorable, y que en cuanto aparece la banda de motoristas se producen situaciones que rozan el despropósito, pero la película se salva por su humor negro y porque nunca aburre. Además, no es que los actores sean una maravilla (tampoco un film sobre zombies necesita a Laurence Olivier, John Gielgud, Ralph Richardson y Katharine Hepburn), pero al menos son actores e interpretan de forma más o menos profesional sus papeles, cosa que ya supone un gran avance respecto a lo ofrecido diez años atrás a nivel actoral. Hay mucha sangre y alguna exhibición de vísceras, pero a los ojos del espectador de hoy, acostumbrado a salvajadas mucho mayores incluso en los informativos, el film no resulta desagradable. El final abierto, que recuerda en parte al de Los pájaros, tampoco desentona, y en general la película, siguiendo el discurso de antes, no participa de las grandezas de su antecesora, pues ya partía más allá de muchas de ellas, pero esquiva sus miserias con un poco de arte, y bastante más oficio, ofreciendo buenas dosis de entretenimiento, algo de mensaje, y ninguna pretenciosidad, que en la épica puede ser fácilmente una virtud, pero que en el terror no suele serlo casi nunca. En esta ocasión, segundas partes sí fueron buenas.