THE POST. 2017. 115´. Color.
Dirección: Steven Spielberg; Guión: Liz Hannah y Josh Singer; Dirección de fotografía: Janusz Kaminski; Montaje: Michael Kahn y Sarah Broshar; Dirección artística: Kim Jennings y Deborah Jensen (Supervisión); Música: John Williams; Diseño de producción: Rick Carter; Producción: Amy Pascal, Kristie Macosko Krieger y Steven Spielberg, para Reliance Entertainment-Dreamworks-20th Century Fox (EE.UU.).
Intérpretes: Meryl Streep (Kay Graham); Tom Hanks (Ben Bradlee); Bob Odenkirk (Ben Bagdikian); Tracy Letts (Fritz Beebe); Bradley Whitford (Arthur Parsons); Bruce Greenwood (Robert McNamara); Matthew Rhys (Daniel Ellsberg); Alison Brie (Lally Graham); Sarah Paulson (Tony Bradlee); Michael Stuhlbarg (Abe Rosenthal); Carrie Coon, Jesse Plemons, David Cross, Zach Woods, Pat Healy, John Rue,
Sinopsis: En plena guerra de Vietnam, un funcionario se hace con unos documentos que demuestran que diversos gobiernos han mentido a la población respecto a las causas y el desarrollo del conflicto. El Washington Post, un diario inmerso en problemas económicos, logra acceder a una documentación que amenaza con poner al sistema patas arriba.
Después del paréntesis que supuso la discutida Mi amigo el gigante, Steven Spielberg se embarcó en uno de esos proyectos con pretensiones que han marcado su trayectoria más reciente. Los archivos del Pentágono es un film sobre periodismo de investigación y lodazales políticos ambientado en los años 70, precisamente la década en la que Spielberg inició su carrera como director (y en la que sus intereses cinematográficos eran muy otros, dicho sea de paso). La crítica aplaudió de forma muy mayoritaria la película, que sin embargo se quedó lejos de cumplir su objetivo de ganar unas cuantas estatuillas de la Academia de Hollywood. Por lo que a mí respecta, Los archivos del Pentágono, pese a poseer indudables cualidades, me parece una obra demasiado calculada, por no decir oportunista, como para impresionarme demasiado a estas alturas.
Por aquello de empezar poniendo las cartas sobre la mesa, creo que Spielberg quiso hacer su Spotlight (para ello incluso contrató a uno de los guionistas de esa película magistral, Josh Singer), y al mismo tiempo hablar de la figura del entonces presidente Donald Trump por medio de la de Richard Nixon (paralelismo que, por cierto, tampoco es demasiado original y que juzgo un elogio involuntario hacia el último candidato presidencial del Partido Republicano, por cuanto Nixon fue un político de altura, en el mal sentido del término, y Trump es sólo un demagogo arrogante), pero durante el metraje afloran demasiado sus defectos endémicos como cineasta como para acercarse en exceso a sus muy elevadas pretensiones, y desde luego para superar al otro gran espejo en el que quiere mirarse, Todos los hombres del presidente. En contra de lo que muchos piensan, yo aquí veo a un Spielberg poco inspirado: hay cosas, como ilustrar el prólogo, que recrea una violenta escaramuza en la guerra de Vietnam, con una canción como Run through the jungle, tan excelente como obvia, que revelan cierta pereza intelectual en la puesta en escena. Lo mismo sucede con otro truco muy sobado: que la primera aparición de la protagonista femenina, la editora del Washington Post Kay Graham, sea su violento despertar después de una pesadilla. Que se introduzca una subtrama familiar de aires melodramáticos sin otra justificación en la historia que facilitar el lucimiento de Meryl Streep es otro signo que denota lo calculado del proyecto, y la escasa alma volcada en él. Spielberg se mueve como pez fuera del agua y cae una y otra vez en el oportunismo, lastrado en parte por un guión que mezcla momentos brillantes con excesos verborreicos propios de un Aaron Sorkin bajo de forma. Ahondemos en lo del oportunismo: la forma de ensalzar la figura de la editora Kay Graham (obviada en el film de Alan J. Pakula sobre el escándalo Watergate), por parte de un director que se caracteriza por la escasa relevancia que tienen en su obra los personajes femeninos, que tampoco es que, con alguna honrosa excepción, sean precisamente los que están mejor perfilados, me huele a concesión a las modas… y a un lavado de imagen por parte del propio realizador que se da de bruces con el denso trasfondo de un film que, en cierto modo, necesitaría de más cinismo y menos autocomplacencia para ser efectivo en la denuncia que pretende. La reivindicación en abstracto de la libertad de prensa está algo pasada de moda en una época en la que es mucho más fácil que los profesionales de la información se enfrenten a su gobierno que a sus propietarios, y en la que el derecho que más ejercen los individuos al respecto es el de no ser informados de todo aquello de lo que no quieren ser informados. Por acabar con los viejos trucos, los primerísimos planos de los personajes que están a punto de decir una frase muy importante, además de presumir una escasa inteligencia del público, dejaron de ser territorio virgen, como muy tarde, en los años 80. Pero aún hay más: no recuerdo una película de Spielberg, y he visto unas cuantas, en la que el trabajo de John Williams sea más rutinario.
Culminado el destrozo, pasemos a las virtudes, que las hay: aun con el piloto automático, Steven Spielberg domina como pocos la puesta en escena, y hay secuencias, como la del robo de los documentos clasificados por parte de Daniel Ellsberg, o la recreación del trabajo de los redactores, liderados por Ben Bradlee, en las horas previas a su publicación, de una gran calidad técnica y repletos de una pasión que se echa de menos en otros momentos. Janusz Kaminski no desaprovecha tampoco esta oportunidad para demostrar que es un maestro en lo suyo, y contribuye a que, salvando los clichés antes mencionados, la película tenga las virtuosas maneras visuales que se le presumen.
En general, el desempeño del reparto es bastante bueno, pero me niego a unirme al pelotón de aduladores del trabajo de Meryl Streep en esta película. Más bien creo que, como su interpretación no posee la garra necesaria en los momentos cumbre de la película, se le brinda alguna innecesaria escena con el único fin de que pueda hacer de Meryl Streep, cosa que se le da muy bien pero que a un servidor le agota sobremanera. Tom Hanks se enfrenta a algo tan importante como la maravillosa interpretación que de Ben Bradlee hizo Jason Robards en Todos los hombres del presidente, y lo cierto es que supera el reto con notable, aunque le sobre alguna mueca. Está espléndido Bob Odenkirk como reportero de raza que logra el acceso a los documentos que prueban que todos los gobiernos estadounidenses posteriores a la Segunda Guerra Mundial mintieron deliberada y reiteradamente a sus ciudadanos sobre el conflicto de Indochina, y poco le van a la zaga las interpretaciones de Tracy Letts, Bradley Whitford o Bruce Greenwood. En cambio, Sarah Paulsom, actriz de un alto nivel ya demostrado en distintas ocasiones, se ve aquí incapaz de sobreponerse a las limitaciones de un personaje de lo más insípido, al que parece que no llegaron las ansias del director por parecer feminista.
¿Una mala película? No, desde luego, en términos absolutos. Sí, quizás, en relación a sus pretensiones. A mi juicio, un Spotlight de Hacendado con regalo de un alegato anti-Trump demasiado timorato para mi gusto.