FRÈRES ENNEMIS. 2018. 111´. Color.
Dirección: David Oelhoffen; Guión: David Oelhoffen y Jeanne Aptekman; Dirección de fotografía: Guillaume Deffontaines; Montaje: Anne-Sophie Bion; Música: Superpoze; Dirección artística: Stéphane Taillasson; Producción: Marc Du Pontavice, para One World Films-Bac Films-Versus Productions-Radio Télévision Belge Francophone (Francia-Bélgica).
Intérpretes: Matthias Schoenaerts (Manuel Marco); Reda Kateb (Driss); Adel Bencherif (Imrane); Sofiane Zermadi (Fouad); Sabrina Ouazani (Mounia); Gwendolyn Gourvenec (Manon); Nicolas Giroud (Rémi); Astrid Whettnall, Marc Barbé, Yann Goven, Ahmed Benaissa, Omar Salim, Adem Benosmane, Guillaume Verdier, Simon Ferrante, Noah Benzaquem.
Sinopsis: Una operación antidroga en los suburbios de París provoca el reencuentro de Manuel y Driss, dos amigos de la infancia que se hallan en lados opuestos de la ley.
Enemigos íntimos es el tercer largometraje filmado por el director francés David Oelhoffen, que venía de triunfar gracias a su anterior proyecto, Lejos de los hombres. En esta ocasión, Oelhoffen se adentra en el género policíaco, poniendo su mirada en el mundo del narcotráfico. La película se estrenó en el festival de Venecia, pero pasó más desapercibida que su antecesora, sin duda superior en diversos aspectos, pese a que Enemigos íntimos sea, en su conjunto, una obra estimable.
Es cierto que la trama argumental de la película, que consiste en el reencuentro entre un peón cualificado del narcotráfico y un agente de la Brigada de Estupefacientes que crecieron en el mismo barrio y fueron buenos amigos, está más vista que un botijo, no sólo en el cine norteamericano, sino también en el francés, que ha producido varias de las mejores películas policíacas del panorama europeo. Dicha trama, además, se resuelve de un modo simplemente correcto, Tampoco la puesta en escena del director, que se aparta de la frialdad característica del polar galo y narra los hechos de una forma nerviosa, que llega a ser irritante por la insistencia en rodar cámara en mano, recurso que en las escenas de acción desemboca en una narrativa confusa, sea para tirar cohetes. Sin embargo, Enemigos íntimos contiene grandes aciertos, y el principal de ellos, a mi juicio, es su modo de adaptar los cánones de la tragedia griega al mundo del narcotráfico en los suburbios parisinos, los cuales, como asimismo sucede en otras muchas urbes europeas, algunas muy cercanas, están controlados por mafias de inmigrantes que se mueven con impunidad en una periferia que poco preocupa a quienes detentan el poder. Es llamativo, y desde luego nada casual, que en toda la película no veamos el sol: todo es penumbra, lluvia, cielo gris y esas monstruosas jaulas de seres humanos que son los bloques del extrarradio. En ellos encuentran un adecuado cobijo las mafias de la droga, y de ellos salen también a veces, por contraste, algunos elementos que pueblan los organismos más peligrosos del aparato policial, siempre en desventaja frente a quienes ejercen una actividad tan lucrativa que les proporciona una enorme facilidad para la compra de voluntades. Enemigos íntimos comienza a las puertas de una cárcel, donde unos cuantos traficantes de medio pelo, casi todos magrebíes, esperan la salida de uno de sus colegas. Al margen de la felicidad por el reencuentro, en el grupo hay tensión porque se está preparando una gran venta de cocaína a un poderoso clan gitano. Sucede, no obstante, que uno de los esbirros del narco ejerce en secreto como informante de la policía, captado por un antiguo amigo del barrio que ahora ejerce como agente antidroga. Las fuerzas de seguridad esperan que culmine la venta para detener a los capos del clan gitano, pero todo se complica cuando, ya concretada la operación, el informante y otro compañero son asesinados mientras viajan en coche. En dicho vehículo viaja también Manuel, un fornido narcotraficante que salva la vida de milagro y se empeña en descubrir a los asesinos de quien era un hermano para él.
Como ha quedado dicho, en su faceta de radiografía de cómo operan los clanes del narcotráfico en los barrios marginales, la película es una obra de referencia, así de claro. En relación con esto surge otro de los temas que hacen, a mi parecer, que el film de Oelhoffen trascienda su rutinaria trama policial: el carácter de figuras trágicas que adquieren quienes, a un lado u otro de la ley, todavía guardan fidelidad a unos antiguos códigos morales ya en desuso en una sociedad corrompida hasta el tuétano. Manuel permanece leal a los viejas reglas no escritas del barrio, y tiene un exacerbado sentimiento de compromiso y protección, puramente tribal, ante aquellos a quienes considera su gente. Todo ello le convierte, repito, en una figura anacrónica. Por su parte, Driss, el chico de barrio convertido en policía, vive el drama del desclasado: sus elecciones vitales le han apartado, no sólo de quienes eran sus mejores amigos, sino también de su propia familia. En el mundo de la ley y el orden, en la sociedad oficial, a Driss sólo se le conceden las sobras, porque si algo nos marca es el origen. Y del extrarradio no se sale… aunque se salga, con la única excepción de quienes son capaces de renegar de sus orígenes. Quienes sepan leer lo entenderán. Oelhoffen, que al menos en esta película brilla más como guionista que como director, lo resume de manera magnífica en la respuesta que le da el policía a Manuel cuando éste le pregunta por qué acabó en la Brigada de Estupefacientes: «Era el único sitio en el que mi careto era una ventaja, en lugar de un problema».
Comentados los defectos que en mi opinión presenta la puesta en escena, añado que se acierta en mostrar lo vulgares que suelen ser los narcotraficantes por mucho dinero que manejen, así como en el afán documental que subyace en todo el film. El montaje seco sí casa mejor con la tradición del polar, y la música es tan mala como debe ser (quienes frecuenten la periferia y escuchen las canciones, o lo que sean, que suelen salir de los coches con los altavoces más potentes ya sabrán de qué hablo), siendo la incidental poco más que correcta.
La película se apoya en la labor interpretativa de Mathias Schoenaerts y Reda Kateb, quien repite a las órdenes de Oelhoffen. Ambos desarrollan un trabajo de mucho nivel: a Schoenaerts, actor que maneja bien sus pocos registros, le sienta fenomenal verse convertido en un ser leal y enérgico de indudable poso trágico, mientras que Kateb es un modelo de expresividad contenida a la hora de mostrar el desarraigo de su personaje, que viene a asumir el agotador rol del cuerdo en el país de los locos. El resto de los actores están al nivel requerido y resultan creíbles, destacando Adel Bencherif en el papel del informante policial, y Sabrina Ouazani, que da vida a su viuda. Guillaume Verdier, que tiene una intervención muy breve, no desaprovecha la oportunidad de lucirse.
Enemigos íntimos es, en definitiva, mejor como pieza de análisis que como película de entretenimiento, pues tampoco hay que ocultar que en su segundo tercio pierde ritmo y se hace más tópica, pero, partiendo de una base de rutinario film policíaco, explica de manera soberbia unas cuantas cosas que merecen ser contadas.
«Más visto que un botijo». La setmana passada li vaig explicar a la meva filla d’11 anys què és un càntir. Ho va entendre perquè en teníem un al davant. No sé si els seus joves lectors li entendran l’expressió, que jo trobo fantàstica.
M’han entrat ganes de veure Frères ennemis. Gràcies, don Alfredo.
Bona peli. No perfecta, però bona. La recomano. I sí, dubto que els joves lectors hagin vist gaires càntirs. També dubto que en quedin gaires, de joves lectors, dit així en general. M´agradaria equivocar-me, però quan tiro d´escepticisme, em passa poc sovint.