Dado que lo bueno por conocer no ha hecho otra cosa, si a los últimos años nos referimos, que ir a menos y convertirse en una decepción cotidiana, ha llegado el momento, en lo que a lugar de residencia se refiere, de regresar a lo malo conocido. Barcelona, y allá quien no quiera verlo, y por supuesto con el permiso de quienes viven maravillosamente fomentando la resistencia a asumir la realidad, está en pleno declive: ciudad inhóspita, sucia, en la que se perciben demasiadas arrugas bajo su hipertrabajado maquillaje, es una sombra de lo que era a principios de siglo y hoy apenas destaca por ofrecer a sus moradores, a quienes hace tiempo se les considera poco más que un mal necesario, mucho menos de lo que les pide. Así que adiós, hay otros horrores menos prohibitivos y, sobre todo, menos pretenciosos.