THE IMMIGRANT. 2013. 120´. Color.
Dirección: James Gray; Guión: James Gray y Richard Menello; Dirección de fotografía: Darius Khondji; Montaje: John Axelrad y Kayla Emter; Música: Christopher Spelman; Diseño de producción: Happy Massee; Dirección artística: Pete Zumba; Producción: Greg Shapiro, Christopher Woodrow, Anthony Katagas y James Gray, para Worldview Entertainment-Keep Your Head-Kingsgate Films-Wild Bunch (EE.UU.).
Intérpretes: Marion Cotillard (Ewa Cybulska); Joaquin Phoenix (Bruno Weiss); Jeremy Renner (Emil/Orlando el Mago); Dagmara Dominczyk (Belva); Jicky Schnee (Clara); Yelena Solovey (Rosie Hertz); Maja Wampuscik (Tía Edita); Ilia Volok (Tío Wojtek); Antoni Corone (Oficial McNally); Angela Sarafyan (Magda); Patrick Husted, Patrick O´´´ Neill, Robert Clohessy, Adam Rothenberg, Susan Gardner, Francine Daveta, Legs Malone, Joseph Calleja.
Sinopsis: Ewa, una inmigrante polaca, llega a Nueva York. En las oficinas de Inmigración es separada de su hermana, que padece una enfermedad pulmonar y es hospitalizada. Después, Ewa es socorrida por un hombre, que es a la vez empresario de variedades y proxeneta.
James Gray quiso prolongar su trayectoria ascendente, muy pronunciada tras el éxito de Two lovers, con un melodrama de época que abordaba las tribulaciones de una mujer inmigrante en la Nueva York de hace exactamente un siglo. El sueño de Ellis satisfizo sólo a medias el empeño de su creador, porque dividió a la crítica, que mayoritariamente la consideró una buena película que no terminaba de colmar las expectativas creadas, y obtuvo resultados poco satisfactorios en taquilla. Por lo que a mí respecta, el quinto largometraje de Gray le confirma como uno de los maestros indiscutibles del drama cinematográfico contemporáneo.
En el prólogo, asistimos a la llegada de un barco, repleto de emigrantes europeos, a la isla de Ellis, el lugar en el que se decidía cuántos de ellos podrían entrar en los Estados Unidos, la tierra prometida para tantos europeos empobrecidos, y quiénes serían deportados y, por lo tanto, devueltos a la miseria de la que trataban de escapar. La imagen de la estatua de la Libertad, la atmósfera brumosa y el retrato del caos reinante en los hangares habilitados por el gobierno estadounidense a modo de máquina burocrática remiten de manera inequívoca a la narración de la llegada a América del joven Vito Andolini en El Padrino II, y debo decir que Gray no sale malparado de la comparación, porque esta parte de la película tiene un nivel muy alto. En este caso, las protagonistas en las que se concreta el fenómeno migratorio son dos jóvenes polacas,, una de las cuales muestra signos evidentes de padecer una enfermedad pulmonar. Por supuesto, este hecho no pasa desapercibido a los agentes de Inmigración, que optan por hospitalizar a la enferma y, en consecuencia, por separar a las hermanas. El destino de Ewa, la que parece estar bien de salud y además habla inglés, no parece ser otro que el retorno forzoso a Polonia, pero un hombre trajeado, que dice formar parte de un comitè de ayuda a los inmigrantes, se ofrece a ayudarla y, gracias a él, Ewa, una joven inocente y fervorosa católica, logra entrar en los Estados Unidos. Su dicha no es completa, porque su hermana se ha quedado en el camino y también, como comprueba en su primera noche en Nueva York, porque Bruno, su protector, es en realidad un individuo que vive de las mujeres, desempeñando una actividad híbrida entre el empresario de variedades y el proxeneta. Rechazada por la única família que tiene en América a causa de un confuso incidente sexual acaecido en el barco que la trasladó al Nuevo Continente, a Ewa no le quedará otro remedio que regresar junto a Bruno y ejercer como actriz y prostituta para poder sobrevivir y, además, ahorrar el dinero necesario para que su hermana disponga de una adecuada atención médica y pueda curarse.
La entrada en escena de Emil, un primo de Bruno que se dedica a la magia, aporta esperanza a una Ewa embrutecida, que se desprecia a sí misma y odia en silencio al hombre que la explota y, al tiempo, la ama. Con ello, la película se convierte en un drama triangular, en el que se huye de los esquemas facilones y se apuesta por la complejidad emocional, lo que da lugar a un desarrollo brillante, aunque también oscuro. Gray aporta riqueza de matices al esquema más obvio que puede derivarse de la trama (Víctima-Verdugo-Salvador), y con ello engrandece un film quizá algo frío a la hora de mostrar la relación entre los protagonistas hasta que se desencadena el drama con mayúsculas. Otro punto a favor es la ambientación, magnífica en todo momento. Y si hay que darle una patada a la realidad en pro del arte (Enrico Caruso no actuó en la isla de Ellis en 1921), pues se le da, porque mostrar lo sublime siempre realza el producto y porque el resto del metraje puede no ser muy edificante en lo moral, pero sí es muy verosímil. Gray nos cuenta una historia eterna con sensibilidad, pulso firme y nulas concesiones a la taquilla (el desenlace del triángulo, así como el retrato completo del villano de la función, que sólo conoceremos de verdad al final de la película, se apartan muchísimo de lo que el público mayoritario hubiera deseado ver, según creo), evitando el simplismo y haciendo uso de unos modos muy clásicos en la puesta en escena, a la que también sitúo en la onda del cine retro sobre la época de la Prohibición que tantas obras magníficas nos dejó en los años inmediatamente posteriores a la derogación del Código Hays. El empleo de los primeros planos de los protagonistas, extenso pero no abusivo, hace avanzar por sí mismo una narración que, aunque decaiga un poco entre el prologo y la plasmación del triangulo amoroso, recupera el vigor en la segunda mitad de la película hasta dar lugar a un final espléndido.
Uno de los peros que pongo a El sueño de Ellis es que la banda sonora, de Christopher Spelman, pasa muy desapercibida, lo que nunca es bueno, y menos en un melodrama. En cambio, destaca sobremanera el trabajo de Darius Khondji en la fotografía, que no alcanza la tenebrosa magnificiencia de un Gordon Willis, pero sí muestra a la perfección tanto las sombras y la bruma de un Nueva York más bien mugriento, como los falsos oropeles de un mundo del espectáculo que, a esa ínfima escala, sólo está un peldaño por encima de la prostitución pura y dura… y un peldaño lo baja cualquiera. Repito, eso sí, que el director da en la diana al mostrar que un alma miserable también es capaz de poseer nobleza.
Que Marion Cotillard es una de las mejores actrices de nuestro tiempo es algo que este bloguero ya sabe desde hace años, pero que lo demuestre en un papel tan complicado como apasionante lo corrobora a gritos. No es sólo su portentosa expresividad, o lo convincente que se muestra hablando en polaco, o en inglés con acento eslavo, sino el modo de mostrar lo fuerte que es su personaje a pesar de su aparente debilidad lo que debería cautivar a todo cinéfilo que se precie, máxime cuando no hay en ella el menor atisbo de sobreactuación. Joaquin Phoenix, experto en personajes complejos y còmplice de James Gray en varias de sus mejores obras, vuelve a exhibirse en la piel de un hombre del que vemos su oscuro carisma, su miseria moral y su facilidad para resultar atractivo o provocar repulsión en la misma escena. Por su parte, Jeremy Renner es un actor de gran nivel cuyo talento en nada desmerece al de los mencionados, lo que es mucho decir. Aquí, su manera de mostrar los resquicios de tiniebla que se esconden tres la luminosidad del personaje de Emil me parece difícil de mejorar. Del resto de intérpretes, mucho menos conocidos y que interpretan a personajes de relevancia más limitada por el guión, me quedo con Maja Wampuszyc, que interpreta a la tía de Ewa, y con el notable trabajo de Yelena Solovey, el segundo a las órdenes de James Gray, y de mayor entidad que el anterior.
El sueño de Ellis es, comoya se ha mencionado, un melodrama de muchos kilates, que empieza y termina realmente bien, y que tampoco es que decaiga en exceso en el intervalo entre ambos momentos. Gran director, gran historia y grandes actores para un film cuyos defectos me parecen muy poco importantes si los comparamos con sus cualidades.