THIS PROPERTY IS CONDEMNED. 1966. 109´. Color.
Dirección: Sydney Pollack; Guión: Francis Ford Coppola, Fred Coe y Edith Sommer, inspirado en una obra de Tennessee Williams; Director de fotografía: James Wong Howe; Montaje: Adrienne Fazan; Música: Kenyon Hopkins; Diseño de producción: Stephen Grimes; Dirección artística: Phil Jefferies; Producción: John Houseman, para Seven Arts Productions-Paramount Pictures (EE.UU.).
Intérpretes: Natalie Wood (Alva Starr); Robert Redford (Owen Legate); Charles Bronson (J.J.); Kate Reid (Hazel Starr); Mary Badham (Willie Starr); Alan Baxter (Knopke); Robert Blake (Sidney); John Harding (Sr. Johnson); Ray Hemphill, Brett Pearson, Jon Provost, Mike Steen.
Sinopsis: Owen, un joven empleado de una empresa ferroviaria, llega a un pueblo de Mississippi y se aloja en la pensión de la familia Starr, formada por la madre y sus dos hijas. Entre la mayor de ellas, Alva, y el forastero surge una atracción, pero todo se complica cuando se conoce el verdadero motivo que ha llevado a Owen hasta allí.
El segundo largometraje de Sydney Pollack fue el que inauguró su extensa colaboración en la gran pantalla con su actor fetiche, Robert Redford. Hablamos de Propiedad condenada, adaptación libre de un drama en un acto escrito por Tennessee Williams poco después de su consagración como autor gracias a El zoo de cristal. En comparación con otras versiones cinematográficas de obras de Williams, Propiedad condenada no logró una aceptación masiva por parte del público, ni se granjeó un prestigio crítico importante, lo que equivale a decir que, en la actualidad, se trata de una película bastante olvidada, lo cual juzgo injusto.
Con un guión coescrito ni más ni menos que por Francis Ford Coppola, quien por entonces daba sus primeros pasos en la industria después de su aprendizaje en la factoria Corman, el film casi inaugura una tendencia que se acrecentó en Hollywood en los años posteriores a su estreno, y que dio resultados artísticos impresionantes: la mirada, crítica pero teñida con un punto de nostalgia, a la época de la Gran Depresión. Un pequeño pueblo sureño es el marco geográfico de la acción, que se inicia cuando el joven empleado de una empresa de ferrocarriles llega al lugar y se aloja en una pensión donde reina un ambiente bastante alejado del rígido discurso moral ique cabría esperar en ese contexto. Dirige el local una mujer ya en plena decadencia de su belleza, cuyo esposo la abandonó años atrás. A su lado, sus hijas: Alva, cuyo atractivo para el sexo opuesto es aprovechado por su madre para captar y fidelizar clientela, y Willie, la menor, que es quien explica la historia de su família a través de un larguísimo salto hacia atrás en el tiempo, y también la primera persona que trata a Owen, el forastero que llega para ejecutar un trabajo que no ha de granjearle demasiada popularidad entre los lugareños. Hombre descreído y parco en palabras, Owen es como un extraterrestre en ese entorno que él va a hacer que cambie para siempre. Prueba de su carácter, y también de su desubicación, es que en su primera noche en la pensión, que coincide con la fiesta de cumpleaños de su propietaria, cree que Alva, que coquetea con él tal y como lo hace con todos los hombres que se arremolinan a su alrededor, es en realidad una prostituta. A pesar de este desencuentro inicial, Alva, una joven soñadora que desea huir de ese pueblo y vivir en Nueva Orleans, y el recién llegado se atraen mutuamente, hecho que hace aumentar la tensión alrededor de la pareja, en especial cuando trasciende el motivo que ha llevado a Owen hasta ese lugar. Deseada por todos, incluso por J.J., el rudo amante de su madre, Alva se rebela cuando ésta la lanza prácticamente a los brazos de un viejo ricachón. Con la partida de Owen, la joven decide vivir su propia vida de una forma muy drástica, lo que al cabo de un tiempo la lleva a reencontrarse con el hombre que la amaba sinceramente.
En su conjunto, Propiedad condenada es un muy notable drama romántico en el que el estilo de Tennessee Williams, así como la calidad de sus planteamientos y la ambivalencia moral de sus personajes están a la altura de otras obras más reivindicadas del dramaturgo. Pollack filma este tórrido (en todos los sentidos) conjunto haciendo gala de su pulcritud característica, con un punto de frialdad que no le viene mal a la historia, pero también luciendo una inspiración que encuentro mucho más en sus primeras películas que en las de sus años postreros, seguramente más populares. Aunque se trate de una decisión discutida, creo que los guionistas aciertan al cortar la narración central justo cuando, en una noche de tormenta, se desencadena el drama y toda la felicidad que Alva y Owen han construido en torno a ellos se rompe de manera irremisible, dejando el epilogo en manos de la pequeña Willie, sobre la que me gustaría extenderme un poco, pues creo que ella es el personaje que simboliza a la América de la Gran Depresión: ataviada con un lujoso vestido, ya desvencijado, esta joven se aferra al esplendor pasado (los locos años 20) y, abandonada a su suerte, tiene ante sí un porvenir de lo más incierto.
Pollack, curtido en la televisión, añade estilo a sus encuadres y, ayudado por la cámara de un gran veterano como James Wong Howe, capta la humedad del ambiente, que asfixia a los personajes casi tanto como sus encrucijadas vitales, la potencia de los sentimientos (y resentimientos) cruzados, los varios rostros de Nueva Orleans (donde lo primero que se encuentra Alva al pisar sus calles es a un indigente) y el vacío que queda cuando los malos augurios se cumplen. Dentro del espíritu retro que impregna la obra, se escucha buen jazz de entreguerras, y destaco esos planos en los que Owen, cigarrillo en boca, observa semitumbado en su cama a esa joven atractiva que le habla desde la puerta de entrada de la habitación, pues en ellos las miradas y los gestos de los personajes describen su futura relación mientras sus palabras se dedican a iniciarla. Ahí la cámara trasciende los esquemas visuales del espectador teatral y, siempre con una elegancia que vemos en toda la película, sabe ir mucho más allá de un texto ya de por sí rico. Igualmente, la casi fantasmal reaparición de la matriarca del clan Starr merece ser resaltada.
Encabeza el reparto una Natalie Wood extremadamente sexi, aunque un punto excesiva y con unos registros interpretativos muy marcados por los de su actuación en la maravillosa, y reseñada aquí hace unos meses, Esplendor en la hierba. Con todo, viendo a Wood no hace falta ser muy listo para comprender su magnetismo entre los hombres y el choque que provoca la terca realidad en su alegre idealismo. A su lado, un Robert Redford en pleno ascenso a la condición de gran estrella, que interpreta a un hombre alejado de los personajes íntegros y resueltos que le dieron fama. Aquí, Owen es un cínico, uno de esos tipos que ya de jóvenes parecen de vuelta de todo, aunque esa alma ennegrecida que posee se vea redimida por el amor de Alva. Notable, y desaprovechado, Charles Bronson en la piel de un tipo viril a la antigua usanza, en el sentido más despreciable de la expresión (aquí la huella del autor es muy acusada), y lo mismo para una Kate Reid que volvía al cine después de un lustro y lo borda en el papel de madre-sanguijuela. La joven Mary Badham desempeña aquí el trabajo más relevante de su cortísima carrera, y lo hace bien. John Harding cumple con nota en el rol de un vejestorio baboso, y tampoco desentona un Robert Blake ya consolidado como actor adulto.
Concluyo diciendo que Propiedad condenada es un drama clásico sin apenas defectos dignos de mención, intenso y brfillante, que goza de menos fama de la que merece y que es, a mi juicio, una de las mejores películas dirigidas por Sydney Pollack.