SAVING PRIVATE RYAN. 1998. 166´. Color.
Dirección: Steven Spielberg; Guión: Robert Rodat; Dirección de fotografía: Janusz Kaminski; Montaje: Michael Kahn; Dirección artística: Daniel T. Dorrance (Supervisión); Música: John Williams; Diseño de producción: Tom Sanders; Producción: Ian Bryce, Gary Levinsohn, Mark Gordon y Steven Spielberg, para Amblin Entertainment-Dreamworks-Paramount Pictures (EE.UU.).
Intérpretes: Tom Hanks (Capitán Miller); Tom Sizemore (Sargento Horvath); Edward Burns (Reiben); Barry Pepper (Jackson); Adam Goldberg (Mellish); Vin Diesel (Caparzo); Giovanni Ribisi (Wade); Jeremy Davies (Upham); Matt Damon (Ryan); Ted Danson (Capitán Hammill); Paul Giammati (Sargento Hill); Dennis Farina (Tte. Coronel Anderson); Joerg Stadler, Max Martini, Dylan Bruno, Daniel Cerqueira, Demetri Goritsas, Ian Porter, Gary Sefton, Harve Presnell, Dale Dye, Bryan Cranston.
Sinopsis: Un grupo de soldados estadounidenses, que estuvieron en primera línea en el desembarco de Normandía, recibe la orden de localizar a un compañero cuyos tres hermanos han fallecido en el frente.
Al contrario de lo que ha sucedido con otras tentativas suyas de crear arte mayor tomando hechos históricos como punto de partida, la Segunda Guerra Mundial le sienta muy bien a Steven Spielberg en el plano creativo. Si con La lista de Schindler había realizado, no sólo su mejor película desde Tiburón, sino también recibido el unánime reconocimiento de una cinefilia que siempre le había considerado más un creador de taquillazos que un verdadero artista, Salvar al soldado Ryan fue igualmente vitoreada como una obra maestra a la altura de los grandes clásicos del cine bélico. El film ganó cinco Óscars, aunque no el de mejor película, y supuso la definitiva confirmación de que Spielberg era capaz de estar a la altura de los mejores cuando estaba inspirado y abordaba una historia que le diera pie a desarrollar su indiscutible talento.
Si hemos de escoger los tres hechos acaecidos durante la Segunda Guerra Mundial que más interés han despertado entre estudiosos y artistas, éstos serían seguramente la batalla de Stalingrado, el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Japón y el desembarco de Normandía. Es obvio que, desde un punto de vista estadounidense, este último acontecimiento supera a los otros con creces, y a él le dedica Steven Spielberg la única obra estrictamente bélica de su filmografía. Apoyado en un magistral guión de Robert Rodat, el director inicia su película, de estructura circular, con el que opino que es el aspecto menos destacado de la misma, un prólogo en el que un veterano de guerra llega, acompañado por sus familiares, al cementerio que acoge los restos de quienes fueron sus compañeros de armas. Aquí asoma el Spielberg al que se le va la mano en su sempiterna voluntad de tocar la fibra sensible de su audiencia, porque la efectividad de ese prólogo no se halla en sí mismo, sino que la generan precisamente las dos horas y media que el público todavía no ha visto. Es decir, que Spielberg crea una pre-emoción, lo que en último extremo es falaz. Me extiendo en este detalle porque el resto de Salvar al soldado Ryan está muy cerca de la perfección. De hecho, lo que viene inmediatamente después del mencionado prólogo, que es la recreación del desembarco de Normandía desde el punto de vista de quienes fueron las puntas de lanza de la ocupación aliada de esas playas atlánticas, posee la profundidad emocional y el virtuosismo técnico que sólo hallamos en las obras maestras indiscutibles. Spielberg nos dibuja un heroísmo, el de unos hombres que iban a cumplir una misión del todo clave para el desarrollo de la guerra más letal que ha conocido este planeta, mucho más real que el que suelen mostrar las cintas bélicas al uso, porque es el de unos hombres de manos temblorosas y vómitos en cubierta que saben que se dirigen a una muerte prácticamente segura. De todos los impresionantes detalles de esta soberbia media hora de cine, me quedo con el del agua del mar teñida del color de la sangre de esos jóvenes, de los que los libros de Historia no suelen hablar más que en abstracto, que contribuyeron de manera decisiva con su sacrificio a la derrota de esa cima de la aberración colectiva humana que fue el nazismo. Esta media hora, digo, no merece otra cosa que la máxima nota que pueda dársele. El gran mérito del metraje restante, que se ocupa de la anécdota que da forma a la película, es que la calidad decae muy poco respecto a esas secuencias cinematográficamente gloriosas.
Lo que sigue después es algo así como la plasmación fílmica de la manera de crear una leyenda a partir de una anécdota como tantas otras que suceden en un conflicto que implica, de una u otra manera, a cientos de millones de personas. Spielberg ilustra este proceso de una manera magistral, desde su génesis (en las oficinas que se encargan de notificar el fallecimiento de los soldados caídos en combate descubren que tres hermanos de Iowa han fallecido de manera casi simultánea en distintos frentes, y que hay un cuarto miembro de la familia que se encuentra en Europa, enviado como paracaidista detrás de las líneas enemigas) hasta su conclusión, que da al prólogo el sentido del que al principio carecía, pasando por todos los estados intermedios, como la decisión de rescatar a ese único superviviente de la família Ryan para que su madre pueda conservar al menos a uno de sus vástagos, la asignación de la misión a un grupo de expertos soldados que sobrevivieron al desembarco, el arduo recorrido de esos militares a través de una Europa devastada en busca del hombre a quien deben rescatar, las dudas acerca de una misión que muy posiblemente acarreará el sacrificio de muchos hombres para la salvación de uno solo, que ni tan siquiera es seguro que continúe con vida, y los sucesivos encuentros con un enemigo exento del menor rasgo de humanidad. En este largo proceso, el guión tiene tiempo para afinar en el perfil psicológico de los miembros de un pelotón tan heterogéneo como abnegado. De nuevo, no estamos ante personajes unidimensionales, sino ante seres humanos complejos, unidos por su sentido de la lealtad y puestos también frente a frente con sus debilidades. Localizado el objetivo, la película todavía nos reserva uno de sus puntos fuertes: la defensa, por parte de ese pequeño grupo de soldados, de un puente ante el avance de unas tropas alemanas más numerosas y mejor equipadas. Sin llegar a la excelencia mostrada en el desembarco, Spielberg hace uso de su buena mano para la acción y nos muestra un episodio bélico común de la forma más espectacular y cinematográfica posible, redondeando un conjunto que se sitúa por derecho en la cumbre del género al que pertenece.
Con los años, Spielberg se fue rodeando de un conjunto de técnicos fieles, todos ellos primeros espadas en sus respectivos discipllinas. En Salvar al soldado Ryan, tanto Janusz Kaminski, autor de una fotografía excelsa, como Michael Kahn, que firma el que quizá sea su mejor trabajo en el cine, dada la complejidad del montaje de esta película y el resultado obtenido, pisaron la cima, sin ninguna duda. En comparación, la banda sonora de John Williams, que Spielberg reserva para los momentos más íntimos, brilla en la parte final, pero durante el resto de la película pasa más desapercibida entre tanto logro visual. Hablando de música, es de destacar la escena en la que la tropa, en su último momento de distensión antes del postrero enfrentamiento con los soldados de la Wehrmacht, escucha una melancólica canción de Edith Piaf en mitad de un pueblo en ruinas.
Salvar al soldado Ryan suposo la primera colaboración entre Steven Spielberg y quien con el tiempo pasó a convertirse en uno de sus intérpretes-fetiche, Tom Hanks, quien para entonces ya había visto refrendadas sus dotes como actor dramático con dos Óscars consecutivos. En la piel del capitán Miller, Hanks ofrece un trabajo espléndido, el mejor de un reparto que, en conjunto, se muestra más que solvente. Tom Sizemore alcanzó aquí el punto más alto de una carrera en la que ha primado mucho más la cantidad que la calidad, y otro tanto cabe decir de Edward Burns, Giovanni Ribisi, Barry Pepper y, por supuesto, un Vin Diesel cuyo catálogo deapariciones en pantalla en películas buenas podría decirse que empieza y acaba aquí. Después de Hanks, Burns y Sizemore, creo que quien brinda una mejor interpretación es Jeremy Davies, quien da vida al intelectual del pelotón. Por su parte, Matt Damon luce un pelín inexpresivo. Destacar, eso sí, las intervenciones de secundarios de lujo como Paul Giammati, Dennis Farina, Ted Danson o un Bryan Cranston pre-Breaking Bad.
Lo dicho, una obra maestra. Después de ella, la carrera de Steven Spielberg ha sido bastante irregular, pero tampoco los puntos más altos han alcanzado el nivel exhibido en Salvar al soldado Ryan, cosa muy difícil, para él y para cualquiera.