HAN GONG-JU. 2013. 110´. Color.
Dirección: Lee Su-Jin; Guión: Lee Su-Jin; Director de fotografía: Hong Yae-Sik; Montaje: Choi Hyun-Sook; Música: Kim Tae-Sung; Dirección artística: Choi Hyo-Sun; Producción: Kim Jung-Hwan y Lee Su-Jin, para Vill Lee Film (Corea del Sur).
Intérpretes: Chun Wo-Hee (Han Gong-Ju); Jung In-Sun (Eun-Hee); Kim So-Young (Hwa-Ok); Lee Young-Ian (Señora Cho); Kwon Beom-Taek (Jefe de policía); Jo Dae-Hee (Lee Nan-Do); Yoo Seung-Mok (Padre de Han Gong-Ju); Choi Yong-Jun (Dong-Yoon); Kim Hyun-Joon (Min-Ho); Sung Yeo-Jin, Kim Jung-Suk, Kim Ye-Won, Son Seul-Gi, Lee Chung-Hee.
Sinopsis: Una adolescente es obligada a dejar su escuela después de un incidente del que es culpada. Al proceder de una familia desestructurada, uno de sus profesores decide que se aloje en su hogar familiar.
Que la cinematografía surcoreana es una de las más vigorosas en el presente siglo es algo que pocos dudan a estas alturas. Es por ello que las producciones realizadas en aquel país captan cada vez mayor atención a nivel planetario, como sucedió con Han Gong-Ju, debut en la dirección de largometrajes de Lee Su-Jin. Este potente drama triunfó en el circuito internacional de festivales, logrando galardones en citas como Sitges o Deauville, si bien este beneplácito transcontinental no ha tenido, por ahora, continuidad en lo que se refiere a la carrera de su director.
La película se inspira en en un hecho que traumatizó a Corea del Sur en los primeros años del siglo: las reiteradas violaciones en grupo que varias docenas de estudiantes de Secundaria perpetraron contra diversas adolescentes de la escuela Miryang, asunto que se destapó en el año 2004 y generó un escándalo de grandes proporciones en el país. Ahora bien, el director huye de los esquemas típicos de los filmes basados en hechos reales ya desde el planteamiento inicial: ni expone los hechos conocidos por el gran público desde el principio, ni la historia se basa en el desarrollo de la investigación del suceso. Lee Su-Jin escoge a una de las víctimas, y su película, que ya desde el título no engaña a nadie, es el drama de esta muchacha, que descubre el lado más siniestro del ser humano a una edad dolorosamente temprana. Lo cierto es, sin embargo, que el director se ciñe más bien a las características del thriller, dosificando la información sobre el caso con cuentagotas y dejando para el último tercio del film la reacción social ante el crimen y las implicaciones a gran escala que provocó. De hecho, lo que vemos al principio es cómo la joven protagonista es obligada a abandonar su colegio debido a un misterioso asunto del que los adultos presentes en ese consejo escolar, que tiene algo de silencioso aquelarre, parecen responsabilizarla. Como la red protectora familiar de la joven es casi inexistente, pues vive con un padre alcohólico y su madre ha rehecho su vida junto a otro hombre y apenas le presta atención, uno de los profesores decide acoger a la joven en casa de su madre, que vive sola y mantiene esporádicas aventuras con hombres casados. Al principio, la mujer se rebela ante su condición de forzada anfitriona, máxime cuando ni su propio hijo le explica los motivos por los que la joven ha ido a parar allí (el profesor se limita a decirle que la hermética quinceañera no ha hecho nada malo). El dinero que va a recibir en compensación es el factor que decide a la madre del maestro a aceptar el encargo. Con el tiempo, ambas mujeres establecen unos mecanismos de convivencia sana, incluso con ciertos atisbos de cariño, y en su nuevo entorno el panorama de Han Gong-Ju va, poco a poco, alejándola del trauma que sin duda la aqueja (y que no se le explica al espectador hasta mucho después), con nuevas amigas y la posibilidad de demostrar sus dotes como cantante. El pasado, eso sí, acaba por reaparecer.
A la hora de ilustrar los hechos, el director apuesta por la frialdad, en la puesta en escena y en la respuesta emocional de los personajes. Hago notar que, cuando éstos abandonan esa actitud casi gélida, es para mostrar lo peor de sí mismos: el miedo, la ira y, sobre todo, la ruindad, porque Lee Su-Jin deja claro que esos delitos adolescentes son consecuencia de las miserias de una sociedad adulta a la que se retrata con singular acritud, aunque también con una ausencia de matices que lastra un poco, sólo un poco, la efectividad de la denuncia. Al director le sale una obra amarga y rayana en la misantropía, actitud que no seré precisamente yo quien le critique, pues considero que, a la hora de juzgar a cualquier ser humano individual, pero sobre todo a cualquier colectivo, la misantropía es la vara de medir que ofrece un porcentaje de error más bajo. No yerra el director a la hora de subrayar la responsabilidad de las mujeres en la justificación, y en consecuencia en la perpetuación, de las actitudes machistas más repugnantes, como puede verse en la escena en la que un corro de iracundas esposas acorrala y lincha a la presunta amante de sus maridos, escena a la que Han Gong-Ju asiste como espectadora y que, en cierto modo, sirve como chispa que anuncia el ulterior desarrollo de los acontecimientos.
La fuerza de la historia no halla idéntica equivalencia en el aspecto visual de la película, correcto pero sin alardes. Hay una mayoría aplastante de planos cortos y medios, en los que echo en falta unas mayores dosis de riesgo, notándose quizá en exceso que Lee Su-Jin es, en lo fundamental, un guionista, y que para él es mucho más importante el cuerpo que el traje que lo tapa. La funcionalidad domina, aunque es de alabar la forma en la que se muestra cómo la música es un refugio, quizá el único, contra la maldad del mundo. Han Gong-Ju es, en cierto modo, una Justine contemporánea y del Extremo Oriente, y sólo esa música que la apasiona y siempre lleva dentro la protege de la podredumbre que la rodea. En este punto, el director haza gala de una brillantez que, en lo referente al resto de la narrativa visual, se vislumbra menos.
Aunque ya la habíamos visto en otra importante película surcoreana como es Mother, la gran revelación de Han Gong-Ju es, sin duda, la actriz que interpreta a su principal protagonista. El talento de Chun Wo-Hee es, en buena parte, lo que permite al director explicar mucho más sobre la historia, y sobre el sufrimiento de ese personaje, de lo que realmente está contando en la pantalla. Mostrarse expresivo a través de un personaje que requiere justo lo contrario no es tarea sencilla, y esta joven actriz la resuelve de manera excelente. Lee Young-Ian, que da vida a la mujer que acoge en su casa a la joven Han Gong-Ju, es a mi juicio el otro punto fuerte de la película a nivel interpretativo, pues sabe ofrecer el perfil de una mujer enérgica, ya en edad madura, que puede ser generosa o mezquina con idéntica facilidad. Los intérpretes masculinos rayan a una altura algo inferior, con un Yoo Seung-Mok algo sobreactuado y unos actores jóvenes a los que, en general, les falta empaque. Eso sí, y es un factor que el director se esfuerza en subrayar, los secundarios resultan muy efectivos a la hora de ilustrar esa indisimulada fobia que Lee Su-Jin manifiesta hacia las turbas, esos conjuntos de seres mediocres que aprovechan la sensación de impunidad que les proporciona la muchedumbre para sacar al exterior sus más malolientes taras.
Han Gong-Ju es un drama al que quizá le cuesta entrar en materia, pero que ya destila aromas de muy buen cine antes de hacerlo, y que confirma esa intuición en su último tercio. En cierto modo, es la antítesis del buenrollismo que en general, y sobre todo en ciertas fechas, se nos quiere imponer, pero también una notable película.