I AM BURT REYNOLDS. 2020. 89´. Color.
Dirección: Adrian Buitehuis; Guión: Adrian Buitenhuis; Dirección de fotografía: Shaun Lawless;Montaje: Tony Kent; Música: Matt Peters, Jordan Klassen y Taylor Swindells; Producción: Derik Murray, para Network Entertainment-LINK Entertainment (Canadá).
Intérpretes: Burt Reynolds, Jon Voight, Loni Anderson, Bruce Dern, Adam Rifkin, Alfie Wise, Marilu Henner, Alf Scurry, Bobby Bowden, Ariel Winter, Joe Namath, Logan Fleming, Mo Mustaine, Nancy Lee Hess, Quinton Reynolds, Peter Bogdanovich, Burton Reynolds Sr., Fern Reynolds, Dinah Shore, Sally Field, Hal Needham.
Sinopsis: Biografía del actor Burt Reynolds, que en la segunda mitad de la década de los 70 fue la mayor estrella cinematográfica del planeta.
El realizador y productor Adrian Buitenhuis se ha especializado, en la primera de esas facetas, en la dirección de la serie Yo soy, dedicada a actores emblemáticos ya desaparecidos. El último (por el momento) capítulo de este grupo de documentales está dedicado a Burt Reynolds, carismático intérprete fallecido en 2018 después de una carrera que abarcó siete décadas y que conoció su cima justo cuando el Nuevo Hollywood, corriente con la que Reynolds sólo se relacionó de forma esporádica, marcaba tendencia. El film de Buitenhuis es un más que correcto, a la par que merecido, homenaje a una de las últimas estrellas de Hollywood en el sentido clásico del término.
Buitenhuis no juega a inventar la sopa de ajo y utiliza la fórmula típica de las biografías filmadas: orden cronológico y montaje que aúna las imágenes de archivo del homenajeado con los testimonios de personas que le conocieron bien. Le ayuda, para que el producto resultante sea de interés, que la vida de Burt Reynolds fue de lo más intensa: actor de vocación tardía, pues en su juventud sus ambiciones se centraban en ser una estrella del fútbol americano, deporte que le apasionó durante toda su vida, Reynolds comenzó a destacar en la televisión, primero como secundario en distintas series, y después como invitado en diversos programas nocturnos, en los que su carisma, su sentido del humor y su atractivo físico le llevaron a conquistar a las audiencias mayoritarias. En el cine, Burt Reynolds intervino en producciones fallidas o de poca calidad hasta que, ya entrados en la década de los 70, John Boorman le reclutó para coprotagonizar Defensa, una de las grandes películas de una época pródiga en ellas. A partir de ahí, y del impacto que produjo su decisión de posar desnudo para las páginas centrales de la revista Cosmopolitan,Reynolds se convirtió en una megaestrella gracias a una sucesión de productos hechos a su medida, muchos de ellos dirigidos por su amigo, y antiguo especialista (profesión que Burt Reynolds ejerció también durante un tiempo) Hal Needham. Durante varios años, el actor vio cómo las películas que él protagonizaba producían unos beneficios espectaculares de una manera que ninguno de sus colegas de profesión fue capaz de igualar ni de lejos. Casi todos esos films eran productos de mero entretenimiento, lo que hizo que, después de su afortunado encuentro con Boorman, la crítica y la cinefília militante ignoraran o menospreciaran su trabajo. Podría decirse, y algo de verdad hay en ello, que Burt Reynolds escogió ser una estrella en lugar de un actor de prestigio, aunque eso no es del todo exacto, pues en esos años el actor rodó a las órdenes de cineastas importantes como Robert Aldrich, Peter Bogdanovich o Alan J. Pakula, aunque esas películas estuvieron lejos de dar los resultados económicos de los films más rentables de Reynolds, y tampoco gozaron de un excesivo crédito por parte de una crítica especializada que, en el caso de obras como Rompehuesos, que permitió al actor de Florida (y orgulloso sureño) volver a su devoción por el fútbol americano, demostró cierta miopía. Tampoco el paso a la dirección le granjeó a Burt Reynolds el favor de los críticos, pese a firmar alguna obra estimable y merecedora de reivindicación. Ya en los años 80, el esplendor dio paso a una larga decadencia, marcada por el rechazo al papel por el que Jack Nicholson ganaría el Óscar con La fuerza del cariño, y por el fracaso del film que juntó a Reynolds con su viejo rival Clint Eastwood, Ciudad muy caliente, durante cuyo rodaje Burt sufrió además unos daños físicos que aceleraron su caída en desgracia, atenuada por un par de resurrecciones, la primera en su retorno a la televisión, y la segunda gracias a una obra maestra que no quería hacer y nunca le complació.
De una forma esquemática, es cierto, pero Buitenhuis, un director que demuestra conocer bien su oficio, ofrece un retrato personal bastante completo de un intérprete que hizo del caradura seductor su marca de fábrica, poniendo rostro al tipo lleno de virilidad al que los hoimbres deseaban parecerse y las mujeres deseaban, sin más. Hay que decir que ni se menciona el primer matrimonio de Burt Reynolds, y que el análisis de sus películas, con la excepción de Defensa y Los caraduras, es apenas superficial. Sí se pone énfasis en el carisma, el sentido del humor y el amor por el riesgo de Reynolds, así como en su sinceridad a la hora de hablar de sí mismo y de su carrera, y también en el origen de esa perpetua necesidad de aprobación que siempre, incluso cuando era la mayor estrella cinematográfica del planeta, marcó la existencia de un hombre extremadamente generoso (esa clase de gente que es un imán para las sanguijuelas) cuyas malas decisiones acabaron por llevarle, años después de divorciarse de su segunda esposa, la actriz Loni Anderson, a la bancarrota. En cuanto a los testimonios, los de la propia Anderson, Jon Voight y Bruce Dern me parecen muy valiosos, aunque echo en falta una visión más amplia (y más crítica, todo hay que decirlo) de una carrera tan extensa, es decir, la presencia de personas como Sally Field, Dolly Parton, Paul Thomas Anderson, Sylvester Stallone o Goldie Hawn, así como de otros colaboradores en tareas fílmicas o televisivas que dieran un punto de vista más profundo sobre un negocio que el biografiada vivió con esa mezcla de entusiasmo y socarronería tan suya. En la parte técnica poco o nada hay que reprochar, porque la utilización de las imágenes de archivo es precisa, el montaje muy àgil y todo ello consigue que el visionado deje buena impresión e incluso se haga corto. Buen retrato, en suma, de un actor que, como casi todos, estuvo abajo, pero que también estuvo mucho más arriba, en lo que a altura y tiempo se refiere, que la inmensa mayoría de sus compañeros. A día de hoy, es posible que Burt Reynolds sea más influyente entre sus colegas contemporáneos que recordado por ese público que en tiempos tanto le amó, y quizá esta película sea útil para remediar eso, al menos en parte. Porque, antes que nada, Burt Reynolds era bastante mejor actor de lo que muchos creen, y eso siempre es bueno recordarlo.