THE HOLLOW CROWN: RICHARD III. 2016. 129´. Color.
Dirección: Dominic Cooke; Guión: Ben Power, basado en la obra de teatro de William Shakespeare; Director de fotografía: Zac Nicholson; Montaje: Gareth C. Scales; Música: Dan Jones; Dirección artística: Dominic Roberts; Diseño de producción: John Stevenson y Tim Stevenson; Producción: Rupert Ryle-Hodges, para Thirteen-WNET (Reino Unido).
Intérpretes: Benedict Cumberbatch (Ricardo III); Keeley Hawes (Reina Elizabeth); Ben Daniels (Buckingham); Phoebe Fox (Lady Anne); Al Weaver (Rivers); James Fleet (Hastings); Geoffrey Streatfeild (Rey Eduardo); Sam Troughton (Clarence); Jo Stone-Fewings (Lord Stanley); Judi Dench (Duquesa de York); Luke Treadaway (Richmond); Alan David (Arzobispo); Gary Powell (James Tyrell); Paul Bazely (Catesby); Keith Dunphy (Ratcliffe); Sophie Okonedo (Reina Margarita); Simon Ginty, Ivanno Jeremiah, Madison Lygo, Samuel Valentine, Tom Sturridge.
Sinopsis: El malvado y deforme Ricardo de York decide ocupar el trono de Inglaterra, recurriendo a los métodos más sanguinarios para conseguir y defender la corona.
Antes de lanzarse a dirigir largometrajes para la gran pantalla, Dominic Cooke fue el responsable de La corona vacía, conjunto de películas para televisión cuya temática giraba alrededor de la interpretación shakespeariana de la Guerra de las Dos Rosas, cuyo final marcó el inicio de la Edad Moderna en Inglaterra. El último de estos telefilms, Ricardo III, es el objeto de la presente reseña, y ante él existe una gran coincidencia en afirmar que mantiene el alto nivel de los episodios anteriores.
Hay que decir, antes que nada, que a este Ricardo III la calificación de telefilm se le queda bastante pequeña, porque por ambientación, escenografía y calidad del elenco resulta evidente que nos encontramos ante una película, y de las buenas. De las diversas adaptaciones de esta tragedia que uno ha tenido la ocasión de disfrutar, la presente se acerca, al margen de algunas concesiones muy contemporáneas a la corrección política, más al canónico modelo impuesto por Laurence Olivier en su versión cinematográfica de 1948 que a la más moderna, realizada hace dos décadas por Richard Loncraine y protagonizada por otro primer espada de la interpretación como es Ian McKellen. No sólo el texto, sino también el marco temporal se nos presentan como muy respetuosos con la tragedia escrita por William Shakespeare. A los buenos conocedores del texto sólo les queda sentarse y disfrutar de este arsenal de intrigas, conspiraciones y crueldad, maravillosamente servido, que, sobre todo en su segunda mitad, cuando los ardides del sanguinario Ricardo, Duque de Gloucester, resultan exitosos y sobre su cabeza se ciñe el trono de Inglaterra, está a la altura de las mejores adaptaciones que uno haya visto de tan estudiada obra. No obstante, desde los primeros planos, que muestran el célebre monólogo inicial de Ricardo (Ahora el invierno de nuestro descontento se vuelve verano con este sol de York; y todas las nubes que se encapotaban sobre nuestra casa están sepultadas en el hondo seno del océano), el sello de calidad de esta producción británica no pasa inadvertido incluso para el espectador menos familiarizado con el drama en cuestión, que asistirá al despliegue de perfidia que realiza un malvado en toda la regla, un personaje cuya perversidad intrínseca convierte en insignificantes sus muy llamativas taras físicas, un ser carente no sólo de escrúpulos morales, sino de un mínimo sentido de la lealtad, excelente en el campo de batalla y en la intriga palaciega, pero incapaz de imponer su autoridad sin sembrar su camino de cadáveres, no sólo en el sentido literal, sino también en el político del término. Un ser que, sin embargo, posee un ápice de conciencia, y ahí hallará su perdición.
Ya he mencionado que la ambientación y la escenografía son las propias de una gran producción, mucho más cercanas al lujo que al cartón-piedra que tantas veces desluce las adaptaciones teatrales en la pantalla. Cooke se permite algunos violentos zooms y una deliberada nebulosidad en las breves escenas bélicas previas al desenlace en los campos de Bosworth, donde un desesperado Ricardo pronuncia la frase más conocida de la obra, pero en general ofrece una puesta de escena muy británica, por lo pulida y discretamente lujosa. Abundan, eso sí, los primeros planos de los personajes principales, algo que normalmente le está vedado al espectador teatral. Incluso en las escenas rodadas en exteriores, que son varias en los alrededores de palacio, y entre las que se incluye la batalla decisiva, poco vemos de ese sol de York del que habla Ricardo al principio: todo es muy gris, sin llegar a lo tenebroso, salvo quizá en la fantasmagórica escena que transcurre en la tienda de campaña del monarca la noche previa al encuentro con el enemigo. La música, de Dan Jones, va de menos a más en cuanto a presencia y calidad, llegando a cotas importantes en los momentos cumbre de la película.
Si todos tenemos en la memoria a los más distinguidos Duques de Gloucester de las pantallas, tengo claro que hay que añadir a esa lista el nombre de Benedict Cumberbatch, actor de calidad inmensa que no defrauda las altas expectativas que su presencia despierta en los espectadores. Cumberbatch le brinda a tan rico personaje un punto de humor muy negro, a la par que subraya la acusada soberbia de un hombre que, más de una vez, se muestra incluso estupefacto de que sus crueles maniobras triunfen gracias a la debilidad de espíritu, o la simple estupidez, de sus víctimas. Tampoco al protagonista le es ajeno mostrar que esa clase de hombres son, en última instancia, enemigos de sí mismos. A excepción de la legendaria Judi Dench,. que interpreta a la madre de Ricardo con el brillante desempeño que siempre hay que esperar de ella, el resto del reparto lo forman rostros mucho menos conocidos por estos lares, pero que hacen gala de una calidad envidiable, que prueba que Inglaterra es una cantera inagotable de actores. También de políticos nefastos, pero eso queda para otro post. Ben Daniels, en el papel del intrigante Lord Buckingham, Keeley Hawes, como la doliente reina Elizabeth, Jo Stone-Fewings en el rol de Lord Stanley o Paul Bazely como el malvado Catesby no desmerecen en absoluto a esos nombres tan ilustres que les han precedido encarnando a sus personajes, y que todos conocemos. No quiero obviar la excelente labor de James Fleet, o el hecho de que en Phoebe Fox se atisben las maneras de una actriz más que notable.
Ricardo III es una historia que uno no se cansa de ver. He aquí una adaptación magnífica, que no está de más en la lista de las mejores que se hayan rodado de esta obra inmortal.
GRANDIOSA ESPECTACULAR ENVESSTUARIO,AMBIENTACION.PERO EL QUE Se LLEVA LOS HONORES ES LA GRAN ACTUACION DE BENEDICT CUMBERBACH . IMPRESIONQNTE .TAMBIEN LOS DEMAS ACTORRES MUY BUENA PELICULA
Estoy de acuerdo. Cumberbatch es un actor fuera de serie.