LES ESPIONS. 1957. 124´. B/N.
Dirección: Henri-Georges Clouzot; Guión: Jérôme Géronimi y Henri-Georges Clouzot, basado en la novela Pulnocní pacient, de Egon Hostovsky; Dirección de fotografía: Christian Matras; Montaje: Madeleine Gug; Música: Georges Auric; Diseño de producción: René Renoux; Producción: Henri-Georges Clouzot, para Vera Films Filmsonor-Pretoria Film (Francia).
Intérpretes: Gérard Séty (Doctor Malic); Cürd Jurgens (Alex); Peter Ustinov (Michel Kaminsky); Sam Jaffe (Sam Cooper); Paul Carpenter (Coronel Howard); Véra Clouzot (Lucie); Martita Hunt (Connie Harper); Gabrielle Dorziat (Madame Andrée); O.E. Hasse (Hugo Vogel); Clément Harari (Victor); Louis Seigner, Pierre Larquey, Georgette Anys, Jean Brochard, Dominique Davray, Jacques Dufilho, Sacha Pitoeff.
Sinopsis: El dueño de una pequeña clínica psiquiátrica, en apuros económicos, acepta una importante cantidad de dinero a cambio de ocultar en la institución a una persona buscada por los servicios secretos de varias naciones.
El de Henri-Georges Clouzot es uno de los grandes nombres del drama policial francés. Su filmografía, escasa pero distinguida, incluye algunos títulos señeros del cine galo. Los espías se engloba en la etapa de madurez de este director, que cabe ubicar en los años 50, aunque son pocos los que la incluyen entre las mejores películas de Clouzot.
La Guerra Fría, con sus intrigas políticas y las dos grandes superpotencias manejando el mundo como si fuera un tablero de ajedrez, proporcionó ingentes cantidades de material a la literatura y el cine. Clouzot, junto a Jérôme Géronimi, adapta aquí una novela de Egon Hostovsky, un autor que conocía bien tanto el desarraigo como los usos, muchas veces éticamente discutibles, de la diplomacia internacional. Desde el travelling con el que da comienzo la película el espectador sabe que el protagonista, aún sin haber aparecido en escena, está siendo vigilado. Una visita al bar de la pequeña localidad en la que reside nos permite conocerle: es un psiquiatra de mediana edad, soltero, y sin especiales vinculaciones políticas, que tiene problemas económicos y desconoce si podrá mantener abierta su clínica, en la que tiene un par de pacientes y el mismo número de empleados, durante mucho más tiempo. Ese perfil agrada al forastero que apura su copa en una mesa de ese bar. De una manera un tanto rebuscada (concertando una falsa urgencia psiquiátrica en un matadero), el visitante aborda al doctor, no sin antes identificarse como oficial del servicio secreto estadounidense, para ofrecerle la muy suculenta cifra de cinco millones de francos (el primero de ellos sólo por aceptar el encargo) a cambio de esconder en su clínica a un misterioso personaje que se intuye de mucho interés para las agencias de espionaje de medio mundo. Para vencer las reticencias del psiquiatra, el militar utiliza la siguiente frase: «No se trata de nada ilegal, ni deshonroso». Del peligro, no se habla, pues el secretismo es no sólo casi absoluto sino, según las propias palabras del oficial, de lo más recomendable. A la mañana siguiente, el doctor se encuentra con que sus dos empleadas han sido sustituidas por una mujer con apariencia de siniestra ama de llaves, y dos hombres que, por su indumentaria y maneras, parecen dos gángsters de baja estofa. Este es sólo el primer capítulo de los muchos, a cual más extraño, que vivirá el protagonista, en especial cuando por fin aparezca el sujeto a quien debe ocultar.
Creo que queda claro que la trama es interesante, pero el guión no es lo mejor de la película. El libreto adolece de dos excesos: el de personajes, y el de diálogos. Por contra, la verosimilitud va perdiéndose de manera paulatina, hasta casi desaparecer cuando el psiquiatra decide tomar cartas en el asunto y formar parte activa de la trama de espionaje en la que se ha visto sumergido. En principio, es buena cosa que el relato y los personajes sean ambiguos, pero las motivaciones de muchos de ellos son endebles, o simplemente inexistentes, y ello pese a que en la película se habla muchísimo. En los films de espionaje, opino que hay pocas bazas mejores que unos diálogos escuetos, pero Clouzot renuncia a esa virtud, que sí vemos en otras de sus películas. La suma de demasiados personajes y demasiados diálogos hace que el ritmo narrativo se resienta, lo que lastra el resultado final. Donde brilla, y con fuerza, Clouzot es en su faceta de director: aprovechando de manera excelente el blanco y negro, servido por un Christian Matras que por algo se convirtió en el operador de confianza de Max Ophüls, el director de El salario del miedo demuestra por qué muchos le consideran el cineasta más parecido a Alfred Hitchcock surgido en las Galias. Ya desde el mencionado travelling inicial, la maestría de Clouzot retratando personas y objetos se hace patente, llegando a su cúspide en dos momentos concretos: la casi fantasmagórica aparición del personaje a quien el psiquiatra debe esconder, prueba de un magistral dominio del claroscuro, y ese asesinato fuera de campo que deja claro el valor de los efectos de sonido en el cine, y también de lo que no se ve en la pantalla. Por mucho que el relato se embrolle, el talento visual de Clouzot está siempre presente, y gracias a él la película se ve con mayor agrado. Incluso el final, que no es que brille por su coherencia, está filmado de manera que parezca más de lo que realmente es. Quizá sea también debido al exceso de diálogos, pero creo que la partitura de Georges Auric, un compositor magnífico, debería gozar de mayor protagonismo.
Con Los espías, Gérard Sety obtuvo el primer gran papel de su irregular carrera cinematográfica. Personalmente, me lo creo más al principio, como médico acuciado por las estrecheces económicas y superado por esa oficina de espionaje improvisada en que se convierte su clínica en cuestión de horas, que cuando, más adelante, su personaje se involucra del todo en el conflicto y se dedica a jugar al agente secreto. Hay, eso sí, secundarios excelentes, empezando por un Curd Jürgens cuya primera aparición en pantalla es impresionante, y en el resto de escenas mantiene una presencia que denota jerarquía. Sam Jaffe, magnífico secundario, hace honor a tal condición a lomos de un personaje con el punto justo de ambigüedad, y Peter Ustinov también ofrece un buen nivel como espía que disimula su innoble carácter bajo elegantes maneras. Aunque se trate de una película fundamentalmente masculina, hay tres personajes femeninos de peso, y los tres están muy bien interpretados: la esposa del director, Vera Clouzot, luce en la piel de una mujer traumatizada por un motivo inexplicado, Martita Hunt está excelente como siniestra líder del primer grupo de espías, y Gabrielle Dorziat no le va a la zaga como empleada de la clínica, no del todo ajena a lo que allí sucede una vez su jefe acepta el dinero y, con él, la misión. Del resto, creo que Clément Harari hace una muy buena labor con un personaje cuyo sentido final uno no acaba de ver del todo.
Buena película, que en efecto no se halla entre las mejores de un director que ha dejado algunas obras maestras en su trayectoria. Más que notable por su técnica visual, pero lastrada por un guión confuso y demasiado discursivo.