ET DIEU… CRÉA LA FEMME. 1956. 89´. Color.
Dirección: Roger Vadim; Guión: Roger Vadim y Raoul Lévy; Dirección de fotografía: Armand Thirard; Montaje: Victoria Mercanton; Música: Paul Misraki; Diseño de producción: Jean André; Producción: Raoul Lévy, para Cocinor-U.C.I.L.-Iéna Productions (Francia).
Intérpretes: Brigitte Bardot (Juliette Hardy); Curd Jürgens (Eric Carradine); Jean-Louis Trintignant (Michel Tardieu); Christian Marquand (Antoine Tardieu); Mary Glory (Mme. Tardieu); Jeanne Marken (Mme. Morin); Isabelle Corey (Lucienne); Goerges Poujouly (Christian Tardieu); Jean Tissier, Jacqueline Ventura, Jacques Ciron, Philippe Grenier, André Toscano, Leopoldo Francés.
Sinopsis: Juliette, una joven bella y despreocupada, está enamorada de Antoine, que trabaja en el astillero familiar, pero en parte por despecho hacia él y también para no regresar al orfanato, se casa con el hermano menor de Antoine, Michel.
El debut como director de Roger Vadim tenía el poco disimulado objetivo de convertir en un mito erótico a su entonces esposa, Brigitte Bardot. En este sentido, puede decirse que la película, aún hoy la más célebre de las realizadas por Vadim, fue un éxito absoluto, no sólo en Francia, país que adoptó a B.B. como su sex symbol más estelar y exportable, sino también a escala internacional. Son muchos quienes consideraron ya en su momento que la fama del film superaba con creces a su calidad, y estoy bastante de acuerdo con tal afirmación.
Siendo cierto que, cuando se estrenó Y Dios creó a la mujer Brigitte Bardot ya había intervenido en numerosas producciones, algunas de ellas internacionales, también lo es que su despegue definitivo se produjo a raíz de esta película, en la que Vadim explotó el sex-appeal de la actriz ya desde esa icónica escena inicial en la que Juliette toma el sol desnuda en la terraza, aunque tapada, eso sí, por la ropa tendida en la azotea. Todo el film se articula en base al potencial erótico de la estrella, que por cierto era notable, quedando la trama en un lugar secundario. Vadim, que tenía clara la fórmula del éxito, llegó tan lejos como le permitía la rígida censura de la época, siempre dispuesta a la represión de todo lo que tuviera que ver con el sexo, que es en verdad el tema central del film, protagonizado por un personaje cuyo comportamiento extremadamente infantil contrasta con una conducta sexual desinhibida, que la convierte en objeto de escándalo para propios y extraños. Mujer situada en lo más bajo de la escala social (es huérfana, y ha sido adoptada por una familia a cambio de trabajar en la librería que regenta), Juliette sabe que tiene un arma magnífica para huir del triste destino que le espera, y que la aterra: esa arma es su cuerpo, y el efecto que causa en los hombres. La joven no duda en conceder sus favores a un rico empresario naviero, aunque está enamorada de Antoine, el hijo mayor de una familia dueña de un modesto astillero en Saint-Tropez, con quien también mantiene relaciones sexuales. Sin embargo, cuando Juliette descubre que para Antoine ella es poco más que un bonito juguete, y recibe la amenaza directa de su familia adoptiva de devolverla al orfanato, a la muchacha no le queda otra alternativa que el matrimonio. Quien da el paso de casarse con ella, pese a todas las advertencias y burlas que recibe al proponerlo, es Michel, el tímido hermano menor de Antoine. Pronto se comprueba que la vida de esposa sumisa y abnegada se le queda muy pequeña a Juliette, pese a que ella intenta complacer a un hombre que la ama de una forma sincera, pero le ofrece una vida aburridísima.
La trama es tópica, los personajes superficiales, el enfoque anticuado, y a Vadim no parece interesarle otra cosa que mostrar el formidable atractivo de la Bardot. En parte, es una lástima, porque el director parece haber leído al Marqués de Sade (no creo que el nombre con el que bautizó a su protagonista sea fruto de la casualidad), y retrata a un personaje que se debate entre unos impulsos que serían muy del agrado del Divino, y el estrecho corsé con que la sociedad ata a una persona de su sexo y condición. En la belleza está la gloria (gracias a ella, puede conseguir lo que quiere de los hombres) y la miseria (se la desprecia por su condición social y se la envidia por su atractivo) de Juliette, que más allá de lo sexual no es más que una niña aburrida, refractaria a cualquier cosa que tenga que ver con las obligaciones de la vida adulta. Ahí, casi, se acaba todo el interés, porque en el guión los conflictos se presentan de una forma bastante tosca, y apenas el personaje del libertino millonario, inteligente y dotado de esa capa de experiencia-cinismo que viste a los hombres sabios con la edad, posee interés por derecho propio. En las escenas protagonizadas por este hombre sí nos topamos con el Saint-Tropez glamouroso y de postal que imaginamos al pensar en la Costa Azul. La villa de los hermanos Tardieu, siendo la misma, es otra bien distinta, porque lo que hay en ella es trabajo duro e ingresos modestos. Cuando, gracias en buena parte a Juliette, la vida de esta familia da un giro afortunado, ella comprueba que ni se lo agradecen, ni esta nueva prosperidad va a sacarla del hastío en que vive. Sea como fuere, en parte por la censura y en parte por sus propias limitaciones como escritor, Vadim saca un provecho discreto de las posibilidades de una historia en la que la música de Paul Misraki constituye uno de los elementos más sobresalientes.
También en la propia Brigitte Bardot se explican algunas de las carencias de la película porque, no nos engañemos, en su caso el potencial erótico está bastante por encima del talento interpretativo, limitado a algún baile de alto voltaje, a jugar con la provocación y a mostrar el hastío con mohines de niña malcriada. Curd Jürgens aporta presencia, y un cierto toque de distinción, mientras que Jean-Louis Trintignant consigue lucir pese a su inexperiencia y a que su personaje sea bastante limitado. La labor de Chrsitian Marquand es a duras penas salvable, y seguramente la mejor interpretación de todo el elenco nos la brinde Jeanne Marken, una gran veterana, en el papel de la madre adoptiva de Juliette.
Y Dios creó a la mujer contiene algunos elementos de interés, no del todo bien aprovechados por un director cuya trayectoria nunca pasó de discreta, pero globalmente se trata de un film cuya fama supera, en efecto, a sus virtudes. Eso sí, logró del todo lo que pretendía.
Crítica raquítica en fondo y forma ….poco más que decir.
Permítame decirle que a lo suyo, para ser una opinión, le falta razonamiento.