EL 7º DÍA. 2004. 96´. Color.
Dirección: Carlos Saura; Guión: Ray Loriga; Dirección de fotografía: François Lartigue; Montaje: Julia Juániz; Música: Roque Baños; Dirección artística: Rafael Palmero; Producción: Andrés Vicente Gómez, para Lola Films-Artédis (España).
Intérpretes: Juan Diego (Antonio Fuentes); José García (José Jiménez); Yohana Cobo (Isabel); José Luis Gómez (Emilio Fuentes); Eulalia Ramón (Carmen); Victoria Abril (Luciana Fuentes); Ana Wagener (Ángela Fuentes); Irene Escolar (Antonia); Alejandra Lozano (Encarnación); Ramon Fontseré (Jerónimo Fuentes); Oriol Vila (Chino), Carlos Hipólito (Carlitos); Juan Sanz (Amadeo); Elia Galera (Clara); Lilla Annechino, Carlos Kaniowsky, Emilio Gavira, Antonio de la Torre, Joaquín Notario, Mariano Peña, Mariví Bilbao, Mariola Ruiz.
Sinopsis: Los Jiménez y los Fuentes son dos familias cuyas rencillas han llenado de violencia una comarca extremeña. Lejos de apaciguarse, los antiguos odios siguen presentes.
Tras una época en la que sus intereses como cineasta se habían centrado en la música y las biografías de artistas aragoneses universales, Carlos Saura se adentró en la crónica negra hispánica con El 7º día, film que recrea la masacre más célebre de las acaecidas en España en las últimas décadas, y que tuvo lugar en el pueblo extremeño de Puerto Hurraco. Aunque hubo voces discordantes, la película gustó en general a la crítica especializada, y paradójicamente logró unir por primera vez a todos los implicados en la tragedia, que coincidieron en su oposición a que se estrenara una obra, rodada muy lejos de donde sucedieron los hechos en que se basa, que explica como pocas la mecánica del odio en ambientes cerrados.
A Saura, la estética se le supone, si bien esta vez la reserva casi en exclusiva a la escena de los créditos iniciales, en la que, al son de una bella música creada con la guitarra española, se ofrecen unos luminosos cuadros paisajísticos del campo extremeño. El film, con guión del escritor, y también ocasional cineasta, Ray Loriga, adopta el punto de vista de una de las víctimas inocentes del suceso, sin duda con la intención de mostrar la verdadera magnitud de la tragedia fuera del estrecho ámbito de los implicados directamente en la misma. Esta elección, sin embargo, presenta dos problemas a nivel dramático: que la corta edad de la narradora, y el silencio que la rodea, hacen que escasee la información acerca de los orígenes de la enemistad entre las familias Jiménez y Fuentes (Cabanillas e Izquierdo en la realidad: en esta reseña, continuaré utilizando los apellidos de la película), y que el protagonismo de este personaje haga que por momentos el film se centre en aspectos de dudosa relevancia. Respecto al primer punto, se señala el frustrado noviazgo entre Luciana Fuentes y Amadeo Jiménez como comienzo de las hostilidades entre ambos clanes, por el inmenso resentimiento que el rechazo de Amadeo generó en Luciana, y el posterior asesinato del hombre a manos de Jerónimo, el mayor de los hermanos Fuentes. En España, siempre se ha matado por sexo y por tierras (dinero, en versión moderna), pero la película pasa de puntillas por las disputas por lindes que enfrentaron a ambas familias durante los siguientes años, ni menciona qué sucedió entre el asesinato de Amadeo Jiménez y el segundo momento clave de la tragedia, que tuvo lugar ya entrados los años 80, cuando la vivienda de la familia Fuentes fue incendiada, con el resultado de que la matriarca del clan falleció calcinada en un suceso del que los agraviados, que huyeron inmediatamente del pueblo para establecerse en una localidad cercana, siempre responsabilizaron a los Jiménez, hasta el punto de que, cuando Jerónimo salió de la cárcel tras cumplir condena por el asesinato de Amadeo, lo primero que hizo fue ir a buscar a José Jiménez y coserlo a puñaladas. Jiménez, un hombre casado y con tres hijas (la mayor de las cuales es quien ejerce como narradora en el film), no murió a causa del ataque, y sí lo hizo poco después Jerónimo en el psiquiátrico donde fue recluido, con lo que la venganza de los Fuentes quedó aplazada. Aquí sí, la película engarza bien los incidentes pasados con el que constituye su clímax, pero esa precisión se echa en falta respecto a lo anterior. Por otra parte, el protagonismo otorgado a la hija mayor de José Jiménez provoca que la película se disperse por momentos y pase a centrarse en el insulso romance entre la muchacha y el macarra del pueblo, que poco aporta a la narración, más allá de mostrarnos el microcosmos en el que se desarrolló la masacre.
Carlos Saura, que tantas veces ha retratado el arte que se hace en España, en especial en lo que a la música se refiere, utiliza aquí la profundidad del cante jondo para subrayar la visceralidad pura que origina un suceso en el que la razón no interviene para nada. En este sentido, El 7º día, para algunos una obra muy alejada del universo del director aragonés, sigue la estela de La caza, la película más aclamada de Saura, y tal vez la mejor. Tampoco hay que olvidar que, en otros films, para empezar en el que inauguró su carrera, Los golfos, Saura se ha acercado a la pequeña delincuencia en las grandes ciudades, lo que demuestra que su cine nunca ha sido ajeno a la vertiente social. Lo que nunca había formado parte de su temática era la crónica negra, pero el director la aborda con estoica rotundidad, sin recrearse en los aspectos más morbosos de la masacre y subrayando el poder del odio ancestral en una comunidad aislada del exterior, en la que todo el mundo se conoce y el apego a la tierra hace que la animadversión germine y la esperanza de reconciliación jamás haga acto de presencia. La España negra en su máxima expresión, que Saura embellece sin edulcorar con unas imágenes llenas de fuerza, en especial cuando vemos a los Fuentes, esa familia cegada por el rencor, repudiada por todos en el pueblo y obsesionada por vengar el crimen de su madre. Es una decisión discutible que Saura confiara la iluminación de un film tan intrínsecamente hispánico a un fotógrafo francés que apenas había trabajado en nuestro país, pero la manera en la que François Lartigue ilumina (es un decir, porque en la escena del cortocircuito forzado, la tiniebla del comedor de los Fuentes explica mejor lo que allí se vive que muchos diálogos) esa pequeña aldea y esos terrenos de los que parece que nada bueno puede surgir, le da la razón.
Entre los actores, destaca la labor de quienes dan vida a los miembros de la familia que perpetró la masacre. Victoria Abril y Juan Diego, sólo con sus miradas y sus gestos, nos enseñan qué es el odio puro, pero tampoco hay que olvidar a José Luis Gómez, ese hombre al que sus hermanos consideran pusilánime y se convierte en instrumento decisivo de la matanza. Ana Wagener queda más en segundo plano en la piel de Ángela. Por su parte, el francés José García, otra apuesta llamativa de Saura, sale bien parado en el rol del patriarca de los Jiménez, un hombre en apariencia más sofisticado que sus antagonistas, pero en el fondo igual de cerril. Ahí quedan sus planos finales. Yohana Cobo, joven actriz curtida en la televisión, soporta de manera acertada el peso de la narración, aunque a su personaje le falte enjundia. A Oriol Vila me cuesta creérmelo en su papel de chulito rural, mientras que Carlos Hipólito cumple en el socorrido rol de tonto del pueblo, y Ramon Fontseré acojona como Jerónimo, el primer brazo ejecutor del odio de los Fuentes. Muy buena, a mi juicio, la labor de Eulalia Ramón. Saura crea una obra coral, en la que se intenta dar presencia a las víctimas más allá de por el hecho de serlo, pero varios de esos personajes (pienso en los interpretados por Carlos Kaniowsky o Elia Galera) parecen metidos con calzador.
Creo que El 7º día es un film notable, en el que Saura, que otras veces ha enseñado lo mejor de España. muestra lo peor, aunque con estilo, Es normal que un país prefiera admirar su arte que airear sus vergüenzas más sangrientas, pero el nivel de la película es alto en general, y más que eso en su clímax, que demuestra una vez más que la ficción puede explicar la realidad de manera inmejorable.